2016 será recordado, quizás, como
el año en el que los populismos llegaron al poder, o al menos lograron
condicionar el designio de las naciones en las que arraigaron. La victoria del
Brexit y el papel de Trump en las elecciones de EEUU, las gane o no (ojalá esto
último) son el mascarón de proa de un movimiento que, encarnado en Podemos en España,
Le Pen en Francia, Alternativa por Alemania en Merkelandia o el movimiento de
Orban en Hungría, no deja de configurarse como una nueva corriente ideológica
que, desde posiciones aparentemente opuestas, mantiene un mismo discurso
proteccionista, nacionalista, rancio y, sobre todo, falso.
El por qué de este surgimiento es
uno de los debates de nuestro tiempo. Las causas son múltiples y enrevesadas,
pero si queremos simplificar dos de ellas me parecen las más relevantes. Una es
el fracaso de la política tradicional a la hora de colmar las aspiraciones de
la clase media, que ve a esa política como un nido de corruptos y fracasados,
visión que, tristemente, ha resultado ser cierta en bastantes casos. El otro
factor es el devastador impacto que sobre ese estrato de población, la clase
media, ha tenido la Gran Recesión que vivimos desde 2008, y
nada lo explica mejor que este gráfico y artículo que les enlazo, que debiera
ser de lectura obligada por políticos, economistas, sociólogos y cualquier
persona interesada en lo que nos pasa. El gráfico representa el crecimiento de
los ingresos reales, a lo largo de las dos décadas que van de 1988 a 2008, por
percentiles de distribución de la renta. Las rentas bajas del planeta están a
la izquierda, suponen poco sobre el total, y las rentas altas a la derecha,
representan la mayor parte del total. ¿Y Cómo es el gráfico? Muy curioso.
Partiendo casi de cero, presenta una curva ascendente hasta más o menos el 70%,
lo que quiere decir que, en estos veinte años, las rentas muy bajas y medias
del planeta han experimentado un gran crecimiento, y eso se ha traducido en que
millones, cientos de millones de personas, de África, Latinoamérica y sobre
todo Asia, han salido de la pobreza y se han convertido en nueva clase media
global. También se ve en el gráfico un intenso ascenso de la renta de los porcentajes
que van del 98 al 100%. Es decir, los más ricos del planeta se han enriquecido
aún más en estos veinte años, lo que también vemos cada día al comprobar como a
las fortunas locales añadimos millonarios provenientes de China y otras
nacionalidades. El crecimiento de la renta de los más ricos es elevado, sí,
pero menos que el experimentado por los más pobres, por lo que en este tiempo
la desigualdad global se ha reducido. Pero lo más importante de este gráfico es
que hay una franja de rentas, la situada entre el 70% y el 90%, que en todo
este tiempo no ha visto crecer sus ingresos. Esa franja de población corresponde
a las clases medias de los países desarrollados, el núcleo de nuestras
sociedades. En todo este tiempo ese grupo de población ha visto su prosperidad
frenada, mientras veía como los ricos no dejaban de serlo cada vez más y cómo
la competencia crecía a su alrededor, bien proveniente de otros países que
producían más barato o de inmigrantes y franjas de población que accedían a
niveles de vida hasta entonces sólo imaginados por esas clases medias. Si uno
ve el gráfico descubre que, prácticamente, no hay descensos de renta en ninguna
de las franjas, todos hemos ganado, pero comparativamente, es obvio quien se siente
como perdedor del juego frente a los claros ganadores.
¿Qué implica todo esto? Que la odiada globalización
de estas décadas ha sido el mayor regalo económico y de prosperidad que ha
visto el planeta en muchísimo tiempo, pero que ha supuesto, también, la pérdida
de privilegios de unas clases medias occidentales que, durante mucho tiempo, no
tuvieron a nadie que les hiciera sombra. Ahora eso ya no es así, y las
expectativas de esa clase media, de esos votantes, son malas, y se sienten
perdedores de un juego que, en la práctica, es el primero en el que no ganan. Y
es en ese contexto en el que el populismo arraiga, y cuenta sueños de grandezas
perdidas a un auditorio deseoso de reverdecer un pasado imposible. El mundo ha
cambiado, y negarse a ello sería un terrible error que, por lo visto, muchos
quieren cometer. Lean el artículo, merece mucho la pena.
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