La última noticia surgida en
torno al apasionante mundo del espionaje masivo y la ausencia de privacidad en
la que vivimos tiene que ver con China, no con la NSA norteamericana. Resulta
que cientos
de millones de smartphones diseminados por todo el mundo tienen un software
secreto que rastrea su contenido y envía SMS a China para que desde allí
los analicen. No quiero imaginarme el aspecto de la bandeja de entrada del servidor
chino, y supongo que los espías orientales tendrán un software que les cribará
la información para que no se la tengan que leer, aunque es sabido que allí la
explotación de la mano de obra es un clásico.
Lo más curioso de este asunto es
que la tecnología que usan los chinos para espiarnos ya es muy obsoleta. De
hecho ni es necesario instalar aplicaciones espía para controlarnos. Hemos
llegado al paraíso del espía en el que el sujeto investigado le cuenta al ávido
de información todo lo que este quiere saber sin que haya que engañarle,
extorsionarle o someter a ningún tipo de chantaje. Son cientos de millones las
personas que, en cada instante, cuentan en aplicaciones públicas y gratuitas
dónde están, qué hace, qué compran, comen, usan, gastan, en qué emplean su
tiempo… esa información, de valor comercial infinito, es ofrecida por los
ciudadanos de una manera no sólo despreocupada, sino más bien orgullosa, como
una orgía de hedonismo o narcisismo de la que es imposible escapar. Si uno no
participa en esas redes, no comparte fotos ni interactúa es visto, en muchos
lugares y situaciones, como un asocial, un enfermo, un retraído, alguien en
quien no se puede confiar. Es justo el mundo al revés, hemos pasado de la
defensa de la privacidad a la ostentación pública de nuestra vida, al
exhibicionismo descarnado de lo que hacemos en cada instante, por el mero
placer de hacerlo y por recolectar unos “me gusta” que a casi todo el mundo le
ponen a cien cuando se muestran en su pantalla. Y todo esto coincide con la
posibilidad tecnológica de poder tratar ese enorme volumen de información. De
nada sirve tanto dato si no hay manera de utilizarlo, para nada vale una
gasolina sin motor de combustión. Ahora mismo millones y millones de euros,
pongan la moneda que deseen, viven convertidos en software y hardware de
altísimas prestaciones, que exprimen de manera automatizada, a través de
potentes algoritmos, la información que cada uno de nosotros generamos. Esa
tecnología, deslumbrante, busca lo que todas en cualquier negocio, arañar algo
de beneficio que la haga ser rentable. La invasión de las ofertas
personalizadas, de la publicidad on line destinada de manera efectiva a cada
uno de nosotros no es sino la punta de un enorme iceberg que, poco a poco, va a
conseguir crear el sueño de los comerciales, que no es sino personalizar el
producto a cada consumidor individual. Se acabaron los estudios de mercado, la
segmentación de la población en clases, capas, estratos o sectores, el tirar
ofertas a lo bruto diseñadas para grupos de población que, pese a la destreza
del análisis, nunca son homogéneos. No, el paraíso es la venta personalizada,
adecuada exactamente a los gustos de cada uno de nosotros, de tal manera que el
precio también sea personalizado y que, así, el vendedor pueda extraer el mayor
excedente del consumidor posible, porque ha logrado satisfacerle como nadie lo
había hecho hasta entonces, porque el consumidor se ha sentido escuchado,
aunque sea sólo por unas máquinas frías y distantes.
Pero no puedo olvidarme del chino que me espía.
Quiero desde aquí mandarle un saludo y, ya puestos, pedirle un consejo. Dado
que sabes de mi vida tanto como yo, y tienes la ventaja de observarla desde la
distancia, con la perspectiva que eso aporta, ¿qué me aconsejas que haga con
ella? Porque muchas veces no tengo ni idea de lo que hacer, escoger, opinar,
sentir o padecer, y no tengo nada claro cómo gestionar mis asuntos y
preocupaciones. Se que te tienes que estar aburriendo bastante con la vida que
te ha tocado espiar (ya lo siento, casi todas las personas que conozco son
mucho más divertidas e interesantes que yo) pero, ahora que no nos oye nadie,
¿te animas a darme algún consejo? Me vendría bien. Saludos desde la distancia
(bueno, no tanta….)
No hay comentarios:
Publicar un comentario