Es bueno revisitar a los
clásicos, sus lecciones permanecen inalterables a lo largo del tiempo. La
novela de El Gatopardo, de Lampedusa, narra la dulce decadencia de la nobleza
en una Italia que empieza a gestarse como país. Ante el arrebato de los nuevos
poderes que vienen para suplir a los antiguos, renovarse lo justo para
amoldarse a ellos es la mejor de las estrategias. Ese “cambiemos algo para que
todo siga igual” que tiene el personaje principal como emblema y, casi, escudo
de su casa, se ha convertido en una cita obligada cuando hablamos de
adaptación, de cambio impostado, forzado por las circunstancias.
Rajoy ha demostrado ser un alumno
muy aventajado del Conde de Lampedusa, y ha hecho de la frase de dicho noble su
emblema absoluto. Esta legislatura será muy distinta de la anterior, la que
duró cuatro años, pero el gobierno que la encabeza no es muy diferente. Se ha
visto Rajoy forzado a cambiar algunas de las piezas que no daban más de sí,
especialmente a un gris Pedro Morenés, que ha pasado sin pena ni gloria por un
Ministerio de Defensa cada vez más devaluado, y a Jorge Fernández Díaz, que ha
sido un mal Ministro de Interior, reprobado por el Congreso, criticado por casi
todos, amante de hablar demasiado, cuando su cargo es de los que más prudencia
requiere, y cegado por una fe religiosa que, cumpliendo la ley, no debe salir
del ámbito privado. El relevo de Margallo en exteriores es más complejo, y se
junta ahí tanto la locuacidad del personaje, a veces excesiva, como su edad y
el rumoreado enfrentamiento que mantenía con la vicepresidenta. Aprovecha Rajoy
estos relevos para incorporar figuras nuevas a su gabinete. Alfonso Dustis,
diplomático, y hasta ahora representante de España ante la UE, en un
nombramiento que tiene lógica en Exteriores. Introduce a Dolores de Cospedal,
que todas las quinielas daban como ministrable, al cargo de Defensa, puesto
devaluado y que tiene poco contacto con el resto del gobierno, excepción hecha
de Hacienda. Más parece un retiro dorado que un incremento de poder de la, por
ahora, secretaria general del partido. Y nombra a Juan Antonio Zoido, exalcalde
de Sevilla, como responsable de Interior. Está por ver qué papel juega en ese
puesto. Se ve Rajoy forzado a hacer dos nombramientos nuevos en los ministerios
que estaban vacantes, y ahí es donde introduce algo de sangre nueva, con Dolors
Monserrat al frente de Sanidad, en lo que es un guiño a Cataluña, en una
cartera con competencias muy reducidas, aunque con importante parl de
coordinadora entre Comunidades Autónomas, y eleva a Íñigo de la Serna, hasta
ahora alcalde de Santander, al Ministerio de Fomento, donde se requerirá un
elevado perfil de gestor y austeridad y control de gastos. En lo que es el
núcleo duro del gobierno, la economía, pocos cambios. Montoro y Guindos continúan,
reforzado algo este último al asumir las competencias de Industria, ministerio
que queda troceado para colocar a Álvaro Nadal, no a Alberto, al frente de
Energía, Turismo y Agenda Digital. En el resto de carteras no hay cambio
alguno, aunque Soraya cede la portavocía para que sea Íñigo Menéndez de Vigo,
Educación, el que nos cuente cada semana los acuerdos del Consejo de Ministros y
sea la cara del gobierno.
No
hay relevo generacional, pocas sorpresas, y el perfil de los nombrados es, en
general, continuista, aunque sí poseen un carácter más fácil y pueden ser
propensos al diálogo. Esa palabra, junto a negociación, va a ser la tónica de
esta legislatura, y de su uso y frutos dependerá la duración de la misma y, por
supuesto, la del gobierno. Por sus hechos y decisiones les conoceremos, por lo
que es pronto para juzgar a los nombrados. Lo que hay que reconocer a Rajoy es
que, desde luego, sabe guardar un secreto, y quizás hoy, en un lluvioso Madrid,
alguno de los nombrados cuente detalles de cómo se enteraron de su cargo y, más
interesante aún, con cuánta antelación. Luego, por favor, que se pongan a
trabajar.
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