viernes, noviembre 04, 2016

Rajoy y el gobierno del Gatopardo


Es bueno revisitar a los clásicos, sus lecciones permanecen inalterables a lo largo del tiempo. La novela de El Gatopardo, de Lampedusa, narra la dulce decadencia de la nobleza en una Italia que empieza a gestarse como país. Ante el arrebato de los nuevos poderes que vienen para suplir a los antiguos, renovarse lo justo para amoldarse a ellos es la mejor de las estrategias. Ese “cambiemos algo para que todo siga igual” que tiene el personaje principal como emblema y, casi, escudo de su casa, se ha convertido en una cita obligada cuando hablamos de adaptación, de cambio impostado, forzado por las circunstancias.
 
Rajoy ha demostrado ser un alumno muy aventajado del Conde de Lampedusa, y ha hecho de la frase de dicho noble su emblema absoluto. Esta legislatura será muy distinta de la anterior, la que duró cuatro años, pero el gobierno que la encabeza no es muy diferente. Se ha visto Rajoy forzado a cambiar algunas de las piezas que no daban más de sí, especialmente a un gris Pedro Morenés, que ha pasado sin pena ni gloria por un Ministerio de Defensa cada vez más devaluado, y a Jorge Fernández Díaz, que ha sido un mal Ministro de Interior, reprobado por el Congreso, criticado por casi todos, amante de hablar demasiado, cuando su cargo es de los que más prudencia requiere, y cegado por una fe religiosa que, cumpliendo la ley, no debe salir del ámbito privado. El relevo de Margallo en exteriores es más complejo, y se junta ahí tanto la locuacidad del personaje, a veces excesiva, como su edad y el rumoreado enfrentamiento que mantenía con la vicepresidenta. Aprovecha Rajoy estos relevos para incorporar figuras nuevas a su gabinete. Alfonso Dustis, diplomático, y hasta ahora representante de España ante la UE, en un nombramiento que tiene lógica en Exteriores. Introduce a Dolores de Cospedal, que todas las quinielas daban como ministrable, al cargo de Defensa, puesto devaluado y que tiene poco contacto con el resto del gobierno, excepción hecha de Hacienda. Más parece un retiro dorado que un incremento de poder de la, por ahora, secretaria general del partido. Y nombra a Juan Antonio Zoido, exalcalde de Sevilla, como responsable de Interior. Está por ver qué papel juega en ese puesto. Se ve Rajoy forzado a hacer dos nombramientos nuevos en los ministerios que estaban vacantes, y ahí es donde introduce algo de sangre nueva, con Dolors Monserrat al frente de Sanidad, en lo que es un guiño a Cataluña, en una cartera con competencias muy reducidas, aunque con importante parl de coordinadora entre Comunidades Autónomas, y eleva a Íñigo de la Serna, hasta ahora alcalde de Santander, al Ministerio de Fomento, donde se requerirá un elevado perfil de gestor y austeridad y control de gastos. En lo que es el núcleo duro del gobierno, la economía, pocos cambios. Montoro y Guindos continúan, reforzado algo este último al asumir las competencias de Industria, ministerio que queda troceado para colocar a Álvaro Nadal, no a Alberto, al frente de Energía, Turismo y Agenda Digital. En el resto de carteras no hay cambio alguno, aunque Soraya cede la portavocía para que sea Íñigo Menéndez de Vigo, Educación, el que nos cuente cada semana los acuerdos del Consejo de Ministros y sea la cara del gobierno.
 
No hay relevo generacional, pocas sorpresas, y el perfil de los nombrados es, en general, continuista, aunque sí poseen un carácter más fácil y pueden ser propensos al diálogo. Esa palabra, junto a negociación, va a ser la tónica de esta legislatura, y de su uso y frutos dependerá la duración de la misma y, por supuesto, la del gobierno. Por sus hechos y decisiones les conoceremos, por lo que es pronto para juzgar a los nombrados. Lo que hay que reconocer a Rajoy es que, desde luego, sabe guardar un secreto, y quizás hoy, en un lluvioso Madrid, alguno de los nombrados cuente detalles de cómo se enteraron de su cargo y, más interesante aún, con cuánta antelación. Luego, por favor, que se pongan a trabajar.

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