lunes, noviembre 28, 2016

Fidel Castro ha muerto, su régimen aún no


Poco les puedo añadir lo mucho publicado a lo largo de este fin de semana sobre la muerte de Fidel Castro, una de esas noticas esperadas desde hace mucho tiempo, con artículos escritos desde hace años, y que no salían a la luz dada la longevidad del personaje, mítica, causante de numerosos chistes. Pero lo que en España en los setenta se denominaba “el hecho biológico” tiene que llegarnos a todos, sea cual sea nuestra condición e ideología, y Fidel tenía que morirse. Así ha sucedido, y las reacciones han ido desde las condolencias privadas, lógicas, a las manifestaciones de duelo y elogio de su figura, incomprensibles, y las de alegría por su deceso, de mal gusto.
 
Revisando imágenes y recuerdos, a lo que más se me asemeja lo vivido este fin de semana es a la muerte de Franco, otro gallego, que también detentó el poder absoluto y no dejó respirar a la oposición. Ambos personajes parecen contrapuestos pero, en el fondo, son lo mismo, sujetos ávidos de poder, rencorosos y desconfiados, que todo lo quieren para ellos y de nadie más se fían, que construyen un régimen inmovilista basado en la adoración a su persona, en el culto a la figura del líder. Cada uno encontró una coartada ideológica para revestir su mandato, opuesta la una de la otra, pero que en el fondo les daban igual. Pocas cosas son tan parecidas al lacrimógeno anuncio de Arias Navarro que la alocución de Raúl al dar a conocer la muerte de su hermano. Incluso, dado el atraso en el que se vive en Cuba, es el paso del blanco y negro al color la diferencia más significativa, dado que la estética de ambos mensajes es propia de eras antediluvianas. Las imágenes de una Habana quieta y en silencio se parecen mucho a las de un Madrid de finales de los setenta, en las que el miedo al régimen y al incierto futuro se suman a la inquietud de una población que, desde hace décadas, nada puede hacer sin que el Caudillo, Comandante, o como quieran denominarlo, les otorgue su permiso. A lo largo de esta semana veremos imágenes de multitudes desfilando frente al malecón y en las plazas de la Habana rindiendo homenaje y llorando la figura del “padre de la patria” que todo les dio, como vimos aquí plazas de oriente a rebosar aclamando a un decrépito dictador y riadas de fieles que acudieron a su velatorio, compungidos, llorosos, pocos sinceramente, muchos de manera forzada para que el resto les vieran, mientras estuvieran prietas las filas de los leales al régimen. Puede que dentro de unos años encontrar castristas en Cuba sea algo tan remoto y exótico como descubrir franquistas en España, y ojalá sea así, porque eso querrá decir que su reinado de fuerza, opresión y dictadura habrá terminado del todo, acabando por salir de la conciencia de los ciudadanos a los que ellos convirtieron en súbditos. Ahora es imposible que eso se de en Cuba, como era impensable ser antifranquista público a finales de los setenta. Será el tiempo el que logre extirpar esa memoria opresora. Bien es verdad que el contexto de ambos países, temporal y geográfico, es muy distinto, y que los caminos recorridos y venideros no serán iguales, porque no pueden serlo, pero lo cierto es que los paralelismos entre ambos personajes se me antojan tan evidentes que no puedo sino imaginar que, en el fondo, el hermanamiento entre España y Cuba es tan profundo que, hasta en las desgracias políticas, nos parecemos. Fíjense también que ambos dictadores murieron en la cama, entubados, sin soportar revueltas ni asonadas. Sin hacer frente en vida a juicio alguno por los males causados a sus ciudadanos. Ambos fueron poderosos y dieron miedo hasta su último aliento.
 
Lo más importante es lo que va a suceder ahora en Cuba, a sabiendas de que en 2018 Raúl Castro deja el poder, y sin que se sepa claramente qué es lo que el irracional de Donald Trump tiene pensado respecto a la isla, el régimen y, vaya vaya, las impresionantes posibilidades de negocio que se abren. Los Castro y las fuerzas armadas cubanas han organizado un régimen que, atrincherado y envuelto en miseria, ha demostrado ser mucho más duradero de lo que nadie esperaba. Es por ello que, si tiene lugar, la transición debiera ser lenta. Pero ojalá tenga lugar, los cubanos, sea cual sea su ideología y origen, puedan volver a reencontrase en su país y se hagan los dueños de su destino, salgan a las calles y sean libres. Ojalá.

No hay comentarios: