Ha querido la casualidad que, en
su muerte inesperada, Rita Barberá emule a uno de esas estampas dibujadas por
Hopper. Sola, en su habitación de hotel, en un entorno aséptico y nada
personal, en una ciudad que le era ajena, ha muerto Rita en medio del vacío que
se extendía en torno a su persona, con la sensación de estar rodeada de
ausencias, de ecos de gritos y abrazos pasados, que hoy eran miradas esquivas y
roces indeseados. Como esos personajes que retrata genialmente el pintor
americano, que dejan su vida pasar mientras la vida pasa al lado suyo sin
llegar a tocarles. La muerte de Rita ha sido, en ese sentido, muy triste.
La mujer que todo lo tuvo y que
finalmente casi todo lo perdió. Es Rita el retrato fiel de la política en
España durante estas últimas décadas, una política entrada algo en el servicio
a los demás, y volcada sobre todo en el engrandecimiento del partido propio, el
valor que se situaba por encima de todos los demás. Barberá llegó a la alcaldía
de Valencia y ya nadie le pudo sacar de allí hasta que fueron sus propios
errores los que la expulsaron. Popular, con un toque populista, disfrutó de los
años del boom inmobiliario y llenó la ciudad de extraños edificios, que serán
su recuerdo más imperecedero, y de eventos carentes de sentido. Se le subió el
poder a la cabeza a medida que revalidaba mayorías absolutas y empezó a ser una
versión cómica de sí misma. Sus apariciones públicas iban, poco a poco, convirtiéndose
en esperpentos, en los que una mujer poderosa exhibía una estética y formas
impropias de una líder de un ayuntamiento y de una regidora electa. El derrumbe
de la burbuja dejó su ayuntamiento, como todos los demás, sin un euro en las
arcas, y sin el poder del presupuesto la imagen de Rita, como la de otros
muchos alcaldes, empezó a colapsar. A medida que caían los precios de los pisos
y el levante se convertía en un monumento a la locura inmobiliaria surgían más
y más noticias de operaciones corruptas en las que, o se le mencionaba o se le
intuía. Y daba la sensación de que era imposible que nada de lo que se estaba
rumoreando hubiese sucedido sin su permiso o, al menos, consentimiento. Valencia
se convirtió en el centro de la corrupción, quizás porque antaño fue el centro
del exhibicionismo burbujero, y caso tras caso iban cayendo antiguos
presidentes de la Comunidad, de las diputaciones y de todo tipo de entidades públicas,
que dejaban manchadas a su paso y marcha. A medida que avanzaba el tiempo se
cerraba un cerco de sospechas sobre Rita, y la pérdida del poder municipal tras
las elecciones de 2015 le dejó sin la más preciada defensa. Decía a todos que
era honrada y que todas las acusaciones contra ella eran falsas, pero cuando se
vio fuera del Ayuntamiento lo que más buscaba era un lugar en el que protegerse,
dando la imagen de que, en el fondo, tampoco confiaba tanto en su inocencia. Y
lo encontró en el Senado, donde fue nombrada representante de la Comunidad
Valenciana por designación autonómica, y con ello el aforamiento que le permitía
jugar con cierta ventaja ante unas actuaciones judiciales que, ahora sí, le
nombraban directamente a ella. Por cada acusación, caso y titular, Barberá se
convertía en una apestada política, y una máquina de perder votos en medio de
la infinita campaña electoral nacional. Presionada por los suyos para que les
dejara en paz, Barberá se atrincheró, y optó por la renuncia de la militancia
para desentenderse del partido, su partido, pero mantener el escaño senatorial,
su último parapeto, la última almena desde la que contemplar su destrozado
castillo.
Ayer, a su muerte, sorprendente, los que fueron
los suyos y la apartaron por interés propio la loaban como en España se hace a
los muertos, sin tacha alguna. Los que fueron sus adversarios políticos a lo
largo de tantos años se mostraron respetuosos en el momento de su muerte y
duelo. Y hubo quienes no se comportaron así, cegados por su sectarismo, que les
hace ver que sólo ellos poseen la verdad suprema, y que los demás son, somos,
despreciables a la hora de construir su soñado paraíso estalinista. Murió sola
Barbera, en medio de las sombras. Ella, que todo lo pudo ser, cayó por obra y
gracia de su ansia de poder. Descanse en paz ahora y sea la historia y los jueces
los que determinen su trayectoria política y presuntas corruptelas.
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