jueves, noviembre 24, 2016

La muerte de Rita Barberá


Ha querido la casualidad que, en su muerte inesperada, Rita Barberá emule a uno de esas estampas dibujadas por Hopper. Sola, en su habitación de hotel, en un entorno aséptico y nada personal, en una ciudad que le era ajena, ha muerto Rita en medio del vacío que se extendía en torno a su persona, con la sensación de estar rodeada de ausencias, de ecos de gritos y abrazos pasados, que hoy eran miradas esquivas y roces indeseados. Como esos personajes que retrata genialmente el pintor americano, que dejan su vida pasar mientras la vida pasa al lado suyo sin llegar a tocarles. La muerte de Rita ha sido, en ese sentido, muy triste.
 
La mujer que todo lo tuvo y que finalmente casi todo lo perdió. Es Rita el retrato fiel de la política en España durante estas últimas décadas, una política entrada algo en el servicio a los demás, y volcada sobre todo en el engrandecimiento del partido propio, el valor que se situaba por encima de todos los demás. Barberá llegó a la alcaldía de Valencia y ya nadie le pudo sacar de allí hasta que fueron sus propios errores los que la expulsaron. Popular, con un toque populista, disfrutó de los años del boom inmobiliario y llenó la ciudad de extraños edificios, que serán su recuerdo más imperecedero, y de eventos carentes de sentido. Se le subió el poder a la cabeza a medida que revalidaba mayorías absolutas y empezó a ser una versión cómica de sí misma. Sus apariciones públicas iban, poco a poco, convirtiéndose en esperpentos, en los que una mujer poderosa exhibía una estética y formas impropias de una líder de un ayuntamiento y de una regidora electa. El derrumbe de la burbuja dejó su ayuntamiento, como todos los demás, sin un euro en las arcas, y sin el poder del presupuesto la imagen de Rita, como la de otros muchos alcaldes, empezó a colapsar. A medida que caían los precios de los pisos y el levante se convertía en un monumento a la locura inmobiliaria surgían más y más noticias de operaciones corruptas en las que, o se le mencionaba o se le intuía. Y daba la sensación de que era imposible que nada de lo que se estaba rumoreando hubiese sucedido sin su permiso o, al menos, consentimiento. Valencia se convirtió en el centro de la corrupción, quizás porque antaño fue el centro del exhibicionismo burbujero, y caso tras caso iban cayendo antiguos presidentes de la Comunidad, de las diputaciones y de todo tipo de entidades públicas, que dejaban manchadas a su paso y marcha. A medida que avanzaba el tiempo se cerraba un cerco de sospechas sobre Rita, y la pérdida del poder municipal tras las elecciones de 2015 le dejó sin la más preciada defensa. Decía a todos que era honrada y que todas las acusaciones contra ella eran falsas, pero cuando se vio fuera del Ayuntamiento lo que más buscaba era un lugar en el que protegerse, dando la imagen de que, en el fondo, tampoco confiaba tanto en su inocencia. Y lo encontró en el Senado, donde fue nombrada representante de la Comunidad Valenciana por designación autonómica, y con ello el aforamiento que le permitía jugar con cierta ventaja ante unas actuaciones judiciales que, ahora sí, le nombraban directamente a ella. Por cada acusación, caso y titular, Barberá se convertía en una apestada política, y una máquina de perder votos en medio de la infinita campaña electoral nacional. Presionada por los suyos para que les dejara en paz, Barberá se atrincheró, y optó por la renuncia de la militancia para desentenderse del partido, su partido, pero mantener el escaño senatorial, su último parapeto, la última almena desde la que contemplar su destrozado castillo.
 
Ayer, a su muerte, sorprendente, los que fueron los suyos y la apartaron por interés propio la loaban como en España se hace a los muertos, sin tacha alguna. Los que fueron sus adversarios políticos a lo largo de tantos años se mostraron respetuosos en el momento de su muerte y duelo. Y hubo quienes no se comportaron así, cegados por su sectarismo, que les hace ver que sólo ellos poseen la verdad suprema, y que los demás son, somos, despreciables a la hora de construir su soñado paraíso estalinista. Murió sola Barbera, en medio de las sombras. Ella, que todo lo pudo ser, cayó por obra y gracia de su ansia de poder. Descanse en paz ahora y sea la historia y los jueces los que determinen su trayectoria política y presuntas corruptelas.

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