martes, noviembre 22, 2016

Terremoto, y susto, en Japón


Finalmente ha quedado en poca cosa, afortunadamente. Ayer por la noche las alertas estaban disparadas al conocerse la noticia de un terremoto de intensidad 7,3 en la zona de Fukusima, en el noroeste de Japón, que se sintió con intensidad en Tokyo, y que despertó todos los fantasmas de lo sucedido el 11 de Marzo de 2011. La alerta de tsunami se decretó inmediatamente y, pese a que se ha producido ese fenómeno, su intensidad ha sido muy leve. No hay balance de daños pero parece que no hay víctimas mortales. El susto con el que nos fuimos ayer a la cama se ha diluido, en parte. ¡Qué buena noticia!
 
Sin embargo, el miedo a que se produzca un desastre mucho mayor que entonces sigue presente en todos, especialmente en los japoneses. Tokyo es la mayor conurbación del mundo, una megalópolis de treinta y cuatro millones de habitantes, sí sí, han leído bien, que se arraciman en torno a su bahía y que tienen pendiente sobre sus cabezas la amenaza de un gran terremoto que, en parte, puede destruirla por completo. Las medidas que se toman en la construcción en aquel país son de las más severas del mundo para tratar de paliar, en la medida de lo posible, los efectos de semejantes amenazas, pero todo tiene sus límites. En el desastre de 2001 vimos como las berreras defensivas ante los tsunamis no sirvieron de nada cuando éstos adquieren una virulencia propia de una película de Hollywood. Sin embargo, ese mismo días vimos rascacielos del centro financiero de la capital oscilar, de una manera aparentemente peligrosa, pero que mostraba una elasticidad fantástica, la mejor de las armas para poder resistir un envite de semejante calibre. No hubo apenas víctimas en Tokyo y los cerca de 18.000 muertos que causó aquel maldito desastre natural se produjeron en las zonas costeras, arrasadas sin piedad por un mar desatado. Los ojos de todo el mundo se centraron rápidamente en Fukusima, su central y el riesgo de contaminación nuclear, pero muy pocas personas murieron en el entorno de la central y es difícil saber el número de las fallecidas desde entonces a causa de las radiaciones, tanto en el proceso de control de la instalación como en los años posteriores, pero la cifra de 18.000 fallecidos por el efecto físico del terremoto y tsunami es certera, devastadora y asombra por su magnitud. Imaginar las consecuencias que un gran seísmo puede tener sobre la ciudad de Tokyo, dada su dimensión y población, resulta mareante, pero son los japoneses los primeros en ser conscientes de que, tarde o temprano, un acontecimiento de ese tipo tendrá lugar y que, de una manera o de otra, por mucho que se trate de paliar, parte de su ciudad será arrasada. En mente se encuentra clavada la angustia ante una futura condena, que se sabe incierta en el tiempo pero segura en su crudeza, y un estoicismo admirable para sobrellevar las posibles pérdidas y luchar todo lo posible para protegerse ante ellas y sobrevivir después. Quizás sea algo propio de las culturas asiáticas, donde el régimen y la fortaleza de la sociedad es mucho más importante que el individuo, justo al revés que en occidente, donde somos cada uno de nosotros el centro de interés de nuestras vidas y las de los demás. Por eso tragedias privadas o públicas tienen un efecto mediático, y profundo, mucho más intenso. O quizás se deba a otro tipo de causas que se me escapan, pero lo cierto es que la actitud de la sociedad japonesa ante ese futuro destino me parece encomiable.
 
En contraposición, se me ocurren dos localizaciones occidentales que se enfrentan a un riesgo potencialmente igual de devastador y que, me da, no están tan concienciadas. Una es California, donde vive tanta gente como en Tokyo o más, que espera al Big One y se prepara con medidas similares a las de los japoneses, pero con una cultura vital muy distinta. Y otro, más cercano, es Nápoles y el conjunto de poblaciones de su área, que tienen al Vesubio como amenaza constante. Varios millones de personas viven ahí, creo que sin ser muy conscientes de lo que tienen debajo de sus pies. En esos dos puntos, junto con Tokyo, es cuestión de tiempo que se produzca una gran tragedia. Que tarde lo más posible y nos de tiempo a prepararnos.

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