El
martes Nueva York sufrió un atentado islamista que, por la forma en la que
fue cometido, recuerda demasiado a la atroz matanza perpetrada en Las Ramblas
de Barcelona a finales de agosto, en una acto criminal que, con una atroz
amnesia, ha sido sepultado en nuestras memorias por la inquina independentista,
después de ni siquiera un decente homenaje a las víctimas de aquella barbarie.
Ambos hechos, el de Barcelona y Nueva York, fueron perpetrados por un conductor
que embistió a un grupo de ciudadanos inocentes, aunque en el caso catalán la
matanza era la punta del iceberg de una trama yihadista y lo de Manhattan
parece, de momento, obra de un sujeto aislado.
Es este el primer atentado de
corte yihadista que sufre la ciudad después de la atrocidad del 11S y, creo, el
primero de este tipo con Trump en la presidencia. No es su primer acto
terrorista, porque no se puede calificar de otra manera, por ejemplo, la
salvaje matanza perpetrada en Las Vegas hace unas semanas por un tirador
solitario, pero este que hoy nos ocupa vuelve a poner al islamismo en el ojo
del huracán de la actualidad en EEUU, y al frente del mismo se encuentra un
sujeto que no ofrece garantía alguna sobre cómo poder afrontarla. Trump, que en
sus tuits anteriores a la elección decía que acabaría con el terrorismo de un
plumazo, mantiene la misma visión simplista y maniquea desde la Casa Blanca, en
este y en todos los demás temas, y eso es una receta segura para equivocarse.
Ante lo sucedido en Manhattan ha calificado al terrorista de animal, ha pedido
que sea trasladado a Guantánamo y ha solicitado para él la pena de muerte, en
lo que es una pequeña muestra de cómo entiende Donald el concepto de separación
de poderes. Lo único bueno de lo sucedido en Manhattan es que el autor está
vivo, y pude ser interrogado por las autoridades. Uzbeko, de menos de treinta
años, Sayfullo Saipov, que así se llama el terrorista (no se por qué, pero me
da la risa cada vez que pronuncio ese nombre y apellido) se ha mostrado muy
orgulloso de lo que ha hecho, ha reconocido su filiación al Estado Islámico,
filiación vía adhesión unilateral por su parte, y al parecer se ha radicalizado
por internet, donde también obtuvo material de entrenamiento para preparar su
acto, que le ha llevado algunas semanas de planificación. No muestra síntoma
alguno de arrepentimiento y, por lo que he leído por ahí, sólo lamenta no haber
causado más víctimas, ya que quizás considere que es escaso el fruto obtenido
tras su sacrificio. Si el capullo de Sayfullo no tiene cómplices ni redes de
apoyo, cosa que habrá que estudiar muy en detalle, estaríamos ante el caso del
lobo solitario que tanto se menciona en estas ocasiones, y que resulta prácticamente
imposible de prevenir y esquivar. La presencia de células organizadas, como la que
se creó en torno a la casa de Alcanar en el atentado catalán, permite más
puntos de fuga de información y aumenta las posibilidades de ser detectada, y
pese a ello pudimos ver en aquel momento que la célula sólo se destapó una vez
que se produjo el error que llevó a la voladura de la base operativa. Por eso,
ante todo tipo de terrorismo, pero más si cabe ante éste, hay que ser cautos,
pacientes y reflexivos, y actitudes como las de Trump son de lo más nocivas. Se
inclina el Presidente por aumentar la intensidad de su veto migratorio y
suprimir la lotería de visados, sin que se pueda afirmar que ninguna de estas
medidas tendrá efectos disuasorios sobre presuntos terroristas que, muy
probablemente, lleven mucho tiempo en EEUU, y sean oriundos de allí o del
extranjero. Tenemos ya una amplia muestra de atentados para ver terroristas
nacidos en los países en los que actúan, y las fronteras legales no frenan un
mal que se transmite mediante ideas. Esto es mucho más difícil, pero claro,
Trump no lo puede ver.
Entre las víctimas del atentado
de Manhattan, casi todos ciclistas, está un grupo de argentinos que se conocían
desde hace décadas, cuando coincidieron en la escuela, en la versión porteña de
nuestra EGB, y que para celebrar los treinta años de haber terminado el colegio
acudieron a Nueva York en un viaje conjunto. Pedaleaban, junto a otras tantas
personas, por el carril bici de la calle Chambers, en el bajo Manhattan, en una
zona reformada hace pocos años que ha mejorado mucho, disfrutando de un
agradable día de finales de octubre, incapaces de sospechar que la muerte, en
forma de conductor asesino, de yihadista, de mente lobotomizada por el
fanatismo, saldría a su búsqueda y los encontraría. Qué dolor y pena.
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