Si ayer les preguntaba si el
bitcoin es la moneda del futuro (ayer subió otro 3%), y no era capaz de darles
una respuesta, hoy subo la apuesta y les interrogaré, nos interrogaremos, sobre
el futuro del mundo en su totalidad, y el papel que China puede ejercer en él.
El desatado crecimiento de la economía china desde la liberalización controlada
de Den Xiao Ping ha cambiado los patrones económicos del globo y va camino de
alterar los geopolíticos. A un ritmo sostenido que no baja del 6% con una
población camino del estancamiento pero que supera de largo los mil millones,
China se hace cada día más grande, poderoso y temible. Lo que allí se decide,
crea y desarrolla nos acabará influyendo a todos, querámoslo o no.
Venía
este pasado domingo un reportaje apasionante en la revista de El País dedicado
a Shenzen, ciudad china limítrofe al norte de Hong Kong, que hasta hace
pocos años era una localidad de algunas decenas de miles de habitantes y que
hoy es una urbe de más de diez millones de personas, rascacielos que surgen por
todas partes y excavadoras que no cesan de tirar viejas construcciones para
seguir ampliando una urbe que crece sin control ni, desde luego, freno. Shenzen
es el paraíso del hardware, la cacharrería. Si Silicon Valley se asocia al
software, a la programación, esta ciudad china es el paraíso de los
cachivaches. Placas de ordenadores, sensores, dispositivos, elementos de todo
tipo que son los encargados de recopilar los datos que nos van a monitorizar y
espiar sin fin para sacarnos hasta el último euro de nuestra cuenta. En esta
ciudad ha nacido Huawei, marca china de móviles que hace cinco años nadie
conocía y que hoy se disputa el trono de ventas junto a Apple y Samsung. En el
reportaje se entrevista a varios ciudadanos que allí viven, chinos, de otras
nacionalidades asiáticas y de procedencia occidental, y la sensación que uno
saca al escucharles es común. La ciudad no para, la economía no para, Shenzen
no duerme jamás porque dormir es ocio y no da dinero. La inventiva, el trabajo
desatado y la competencia feroz se encuentran por todas partes, en un
ecosistema darwiniano al extremo en el que las ideas consiguen financiaciones
bajas, tiempo escaso de desarrollo y e infinitos y potenciales beneficios, lo
que obliga a todo el mundo a desvivirse para sacarlas adelante. Muchos de los
entrevistados coinciden al tener una imagen de Shenzen, y de China en su
conjunto, como el futuro, como la nueva economía, frente a unos EEUU estancados
en una peligrosa complacencia y una Europa directamente decadente y que camina
hacia la decrepitud. Sin duda es la fuerza de la juventud, tan intensa como
alocada y, a veces, equivocada, pero es cierto que la fuerza del gigante chino
es tal que arrasa en todos aquellos sectores en los que pone el ojo. Durante
años China ha sido el paraíso de la subcontrata barata, del ahorro de costes de
las empresas occidentales, la “fábrica del mundo” como se le llegó a llamar,
pero empieza a verse que, cierto que todavía en zonas escogidas, la I+D+i, la
innovación y el desarrollo tecnológico propio están empezando a dominar sobre
el montaje y ensamblado. Las empresas chinas poco a poco, a base de esfuerzo
propio, copiado al rival e inventiva, están situándose a la altura de empresas
punteras occidentales, y el dominio de la tecnología y su desarrollo está en la
base del crecimiento futuro. Y todo ello, nunca lo olvidemos, en un sistema
dictatorial de partido único, con represión, sin libertades, sin derechos
humanos. Unas cortapisas inaceptables que a nadie de los entrevistados parecen
importarle demasiado. Creciendo a tasas del 6% se asimila mejor el no poder
abrir la boca, dado lo garantizado que está el bolsillo y la cartera llena. Pero
es también cierto que el mercado laboral chino se parece demasiado a las
novelas de Charles Dickens, pestilencia de humos industriales incluidos.
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