jueves, noviembre 02, 2017

Puigdemont, el nuevo capitán Schettino

Cuando el viernes subía en autobús hacia Bilbao Elorrio la situación era deprimente. Un grupo de sediciosos daba, orgullosamente, un golpe de estado, arrastraba a la ignominia al Parlamento de Cataluña y pisoteaba las libertades de todos en nombre de una soñada patria por la que todo era sacrificable. Un horror. Cinco días después la situación sigue siendo grave, pero está bajo control, los sediciosos han perdido el poder y parece que la democracia, la de la sociedad y las leyes, esa que tanto invocan como manipulan, ha logrado sobreponerse y llevar a todos esos elementos a declarar ante el juez.

¿A todos? No, como imitando a los irreductibles galos del cómic, Puigdemont y un pequeño grupo de exconsejeros permanecen en Bruselas, a donde viajaron el fin de semana, con el objeto de mantener viva la llama de la nueva república y, sobre todo, escapar de la justicia. Ha demostrado ser bastante cobardica el tal Puigdemont. De mientras disfrutó de la escolta oficial y el mando de los Mossos se dedicaba a amedrentar, chantajear y alardear de su poder, pero cuando fue desposeído de todo ello huyó, lo más rápido posible, para tratar de salvar su pellejo de una muy probable condena. Ha demostrado que no le importa nadie. Los que menos, sus conciudadanos de Cataluña, a los que ha llevado a un lugar de vergüenza difícilmente imaginable, pero es que tampoco se ha preocupado en lo más mínimo de sus socios de fechorías, de los presuntos delincuentes y para él compañeros e inclusos subordinados. Mientras Puigdemont permanece huido y sin comparecer ante la justicia, el resto de miembros del Gobern y la mesa del Parlament acudirán hoy, a lo largo de la mañana, a testificar ante la Audiencia Nacional o Tribunal Supremo, lo que les toque según su aforamiento, al que desde luego no pretenden renunciar. Y claro, para todos ellos el que su principal jefe esté fugado no es precisamente una garantía de cara a jurar y perjurar que ellos no harán lo mismo si la juez no toma medidas cautelares. En cierto modo, la verdad es que de manera ostentosa, “Puchi” ha dejado vendidos a los suyos para salvarse, lo que le hace acreditar galones para ser nombrado como nuevo Capitan Schetino del crucero Costa Concordia soberanista, embarrancando contra los arrecifes de la realidad tras la borrachera de demagogia de estos últimos meses. ¿Y en qué está empleando el tiempo Puigdemont en su estancia belga? No consta si es aficionado al chocolate y los gofres, pero a buen seguro ha catado varias de las numerosas cervezas locales, dada su actitud. Envalentonado en medio de su desastre, iluminado, creyéndose alguien, Puigdemont organiza caóticas ruedas de prensa en múltiples idiomas en las que no dice nada, más allá de reiterar el discurso de la España opresiva frente a la democrática Cataluña. Sigue creyendo ser el President de la Generalitat, y pontifica como tal con la misma vehemencia y credo con el que algunos dementes, en los fines de semana, en la Puerta del Sol, advierten de la llegada del Apocalipsis. Sus apariciones, que pretenden ser una muestra de rebeldía y poder, son patética, sobrepasan el absurdo y llegan al más absoluto de los ridículos. Diríase que “Puchi” se cree lo que dice, rodeado de unos pocos fieles que le aclaman y una prensa, nacional e internacional, que se va cayendo del guindo y empieza a pensar que es mejor cambiar los corresponsales políticos por los de sucesos y medicina para seguir estos actos. Nadie toma en serio al personaje, ni siquiera los suyos, que empiezan a verlo como un estorbo, y en cada nueva aparición el ridículo alcanza cotas que ni los infinitos memes de internet logran reflejar.


¿Algún día será consciente Puigdemont del desastre, y del ridículo, que ha generado? Como Don Quijote, ¿tendrá un acceso de lucidez que le permita reencontrarse con la realidad y, ante los escombros generados, lamentarse y pedir perdón? No lo se, pero de producirse, ese momento parece aún lejos en el tiempo. De momento, quizás, trate “Puchi” de cobrar por sus espectáculos, cada vez más propios de un Dalí venido a menos, y ello le ayude a financiar su estancia en la cara Bruselas, dado que no está claro ni quién paga sus viajes ni estancia allí. Quizás esa sería la pregunta que los periodistas debieran hacerle una y otra vez, para demostrar, por si no queda claro, hasta qué punto es un estafador. A ver si algún corresponsal extranjero, a los únicos a los que deja preguntar, se atreve.

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