lunes, noviembre 27, 2017

Terrible atentado yihadista en el Sinaí

Quizás el balance del atentado aún se mueva, pero daría igual, es lo suficientemente abultado para quedarse, otra vez, sin adjetivos para calificarlo. Un comando islamista, formado por más de veinte atacantes, irrumpió el viernes en una mezquita de una localidad del norte de la península del Sinaí, en Egipto, a sangre y fuego. Candó las puertas y se dedicó a exterminar a todos los que se encontrasen en el interior del templo. Con un uso indiscriminado de armas automáticas y nulo de la conmiseración, el resultado no podía ser otro. Más de trescientos muertos y algo más de un centenar de heridos, en una carnicería que recuerda al de Mogadiscio de hace unas semanas, y que resulta insoportable.

Desde hace tiempo los grupos islamistas actúan a discreción en el Sinaí, un territorio enorme, en su mayor parte desértico, y que es desconocido para todo el mundo a excepción de los enclaves turísticos de Sharm el Sheikj, en el Mar Rojo. Sus ataques se han centrado contra las fuerzas del ejército egipcio, que apenas son capaces de controlar una zona ya de por sí difusa. Pero en todo este tiempo no se habían visto atentados contra la población civil ni, desde luego, nada parecido a lo que pasó el viernes. Quizás esto sea una nueva muestra de hasta qué punto el gobierno de El Cairo no es capaz de controlar ese territorio y la estrategia islamista adquiere fuerza en él, asistida por retornados de la guerra de Siria, huidos tras la derrota de DAESH, o más bien la erradicación de su califato físico. Varios han sido los analistas que han defendido la tesis de que, a medida de que DAESH perdiera territorio se convertiría en una banda terrorista más “clásica” por así llamarla, realizando ataques dispersos mediante comandos, contando para ello con seguidores en el terreno y la ayuda de combatienetes de DAESH que, o bien retornados o escapados del extinto califato, apoyan a los locales y les otorgan una capacidad letal dada su experiencia en combate militar. Es por ello fácil de suponer que el riesgo de atentados islamistas en el mundo ha crecido en estos días, y eso nos incluye a nosotros. Pero desde luego también afecta a otros lugares, que nos pueden parecer remotos y olvidados, pero en los que residen personas como usted y como yo, que viven, sueñan, crecen y padecen. Egipto es una de las naciones más golpeadas por el yihadismo, tanto por las víctimas causadas como por el daño, letal, provocado a su industria turística, la principal en una nación carente de estructuras económicas modernas. Su población crece de una manera desaforada, acercándose a los cien millones de habitantes, la inmensa mayoría de los cuales son jóvenes, carentes de futuro laboral. Sumido en una crisis económica y regido por un militar, Al Sisi, que llegó al cargo tras la revuelta que expulsó a Mubarak, la estabilidad de Egipto es precaria, y atentados sádicos como el del viernes vuelven a ponerlo de manifiesto. El gobierno de El Cairo, que no es capaz de crear empleo, y ni siquiera puede poner orden en el territorio, por muchos galones que exhiban sus dirigentes, se enfrenta a una situación de completa deslegitimación frente a su población. En este caldo de cultivo el islamismo es capaz de conseguir adeptos, quizás no los suficientes como para hacerse con el poder, pero sí los bastantes como para pervivir y seguir royendo las estructuras del país, debilitándolo, haciéndole daño y llevándolo a un callejón sin salida. La situación de Egipto es, por lo tanto, grave, y requiere que el resto de países le ayudemos en lo posible, tanto a vencer a los terroristas que se han hecho fuertes en su territorio como a capear la crisis económica que vice su sociedad.

Los exterminados en el atentado del pasado viernes son musulmanes, de la rama sufí, una de las más minoritarias, caracterizados por su introspección, vida meditativa y ascetismo. Son una versión mística, por así decirlo, del islam, y han sido vistos en algunas naciones como una posible vía para canalizar la creencia extrema y desactivar el islamismo radical. Los nazis de DAESH los consideran herejes, y desean exterminarlos, como a todos los que no piensan como ellos (bueno, escribo la palabra pensar por poner algo). Antes atacaron a los coptos egipcios, y mañana a cualquier otro grupo que, para ellos, no sea digno de su sádica concepción del mundo. Hoy sigue el dolor en el Sinaí, pese a que no hayamos puesto banderas egipcias ni en nuestros monumentos ni en perfiles sociales. Hoy, allí, se llora en silencio.

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