Vivimos una época absurda,
paradójica, cruel. Nunca la ciencia ha avanzado tanto, subida a los hombros de
los gigantes que nos han precedido, nunca la tecnología, que es su aplicación
práctica, nos ha dado tantos y tan maravillosos productos para expandir
nuestras capacidades y facilitarnos la vida. Muchas de las cosas que soñábamos
hace décadas como imposibles ahora son corrientes, y las posibilidades futras
que se abren son aún más espléndidas. Nunca el acceso a la cultura y el
conocimiento fu más barato y universal que en nuestro tiempo. Y pese a ello, la
increencia y la oposición a ese desarrollo científico y técnico no deja de
crecer cada día.
El caso de la medicina es, sin
duda, uno de los más exitosos. La inmensa mayoría de nosotros, desde luego yo,
no estamos vivos hoy en día por la fortaleza intrínseca de nuestros genes o por
la suerte (bueno, esto en caso de accidentes sí influye) sino porque los
avances médicos nos han salvado de enfermedades que hemos padecido o,
directamente, evitando que las pasemos. Los medicamentos, técnicas de
diagnóstico y operación, la tecnología de los aparatos médicos y la cada vez
mejor formación de los profesionales del ramo son, por citar algunos, aspectos
en los que los avances de cada década han salvado, literalmente, millones de
vidas. Y uno de esos avances trascendentales son las vacunas. Gracias a las
vacunas muchas enfermedades que, a lo largo de la historia, han diezmado a la
población y, especialmente, han segado incontables vidas infantiles, han sido
erradicadas o convertidas en algo anecdótico. Sarampión, rubeola, varicela y
otros nombres así son denominaciones más o menos técnicas que, hasta la
invención de las vacunas, eran sinónimos de muerte. Hoy en día no somos
conscientes de ese riesgo porque, casi todos vacunados, esos agentes
infecciosos son ineficaces. Siguen con nosotros, pero una barrera invisible que
no vemos nos protege, la vacunación nuestra y la de los que nos rodean. Y en
este escenario de éxito, absoluto y total de la investigación y la ciencia, día
a día surgen noticias de grupos que, amparados en la creencia y la facilidad
con la que corren las noticias, difunden bulos, en este caso no sobre política,
sino sobre salud. Los llamados antivacunas, grupos organizados que critican el
uso de estas terapias, han encontrado en las redes sociales un gran altavoz
para difundir sus mentiras, basadas en correlaciones espurias, casos aislados y
coincidencias que magnifican hasta lograr titulares alarmistas que tratan de
hundir la vacunación y todo el avance que ella ha significado. Algunos padres,
que como todos aman a sus hijos sobre todas las cosas, hacen caso de estos
mensajes, y no los vacunan y al actuar así lo que están haciendo es, realmente,
poner una pistola en la sien de sus criaturas y obligarles a jugar una
mortífera ruleta rusa. Y no sólo a ellos. Si varios niños no son vacunados, y
se encuentran en contacto, uno de ellos basta para que se pueda propagar una
infección de alguna enfermedad que, con el tiempo, pueda contagiar a todos
ellos y causar víctimas y sufrimiento. Debemos repetirlo una, mil, millones de
veces. Las vacunas salvan vidas, los antivacunas mienten, y todos esos mensajes
que circulan por internet por ellos difundidos son falsos. Los padres deben
hacer caso a sus pediatras y a la comunidad cienctífica, y no a uno “que sale
en la tele” o tiene un vídeo en Facebook que dice que por vacunarse le salió
una ubre de vaca en la pierna. Sí, sí, ríanse, pero cosas peores se pueden ver
hoy en día dándose una vuelta por algunos de los estercoleros que, llenos de
basura, tanto éxito tienen a la hora de difundirse entre la población.
¿Cómo combatimos, en la práctica,
estas mentiras? Con divulgación, y de la buena, accesible y bien contada. Ayer
tuvo lugar la presentación de dos libros sobre este tema, el de la vacunación y
el de las matemáticas asociadas a las vacunas y el desarrollo de los procesos
infecciosos, escritos por cuatro científicos que saben muchísimo más de
estos temas que yo, y que son capaces de contarlo de una manera accesible,
directa, graciosa y efectiva. El
acto fue organizado por una pequeña editorial que, en palabras de su valiente responsable,
encontró en la divulgación la vía para difundir la ciencia y así lograr que la
verdad se abra paso entre tanta oscuridad. Muchas gracias por el acto de ayer,
por iniciativas de este tipo, y recordemos una y mil veces. La ciencia salva
vidas. ¡Las vacunas salvan vidas!
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