Hay veces en las que los nombres
que denominan a las personas y colectivos los definen perfectamente, una vez
conocidos sus comportamientos. Si, por ejemplo, te apellidas Rufián, y eres
parlamentario en el Congreso, el que cada día que acudes y actúas hagas honor a
tu apellido simplifica a los demás el cómo debemos calificarte. Si un grupo de
chicos salidos se denominan a sí mismos como “la manada” no es de esperar que
pertenezcan a un club de lecturas existencialistas, sino que se comporten como
animales sueltos, salvajes y despiadados. Asombra la precisión de ciertos términos
que escogemos para autodefinirnos.
Teniendo la presunción de
inocencia por delante, resulta
asombroso, a la par que triste, todo lo que está sucediendo en torno al caso de
violación grupal perpetrado hace un año en los Sanfermines por parte de ese
colectivo de mentes preclaras así mismo denominadas como recua salvaje,
agresión sufrida por una chica que, desde ese momento, ha visto su vida
sometida a un calvario procesal y social. Afortunadamente no hemos conocido
nunca la identidad de esa mujer, y ojalá que nunca se haga pública, pero su
imagen, después de la presunta comisión del delito que nos ocupa, ha sido arrastrada
por el fango por parte de la caterva que utiliza las redes sociales como si
fueran las antiguas antorchas inquisitoriales, y por un cierto sector de la
sociedad que sigue viendo como normal la posesión de la mujer por parte del
hombre, la sumisión debida al sexo masculino y la no tipificación como delito
de lo que no es sino, según su visión, un desfogue, una actitud propia de lo
masculino. Súmenle a todo esto que, por definición, los delitos de violación o
abusos son bastante difíciles de probar, y tendrán los ingredientes perfectos
para un caso en el que la víctima tiene colgado un sambenito de culpable por
parte de la sociedad. Se juzga, se valora, el comportamiento de la misma
después de los hechos, intentando utilizarlo para rebajar la carga de la culpa
y el dolor causado. ¿Cómo debe comportarse alguien después de haber sido
violado? ¿Acaso eso importa en lo más mínimo? ¿Y si han matado a un familiar,
el cómo se reaccione tras el entierro afecta a la dimensión del asesinato?
Resulta que el comportamiento de la víctima en unas redes sociales tras la
comisión del presunto delito es esgrimido, no sólo por los abogados de los
animalitos, como prueba de que el hecho no fue para tanto, de la relativa
escasa importancia de lo sucedido. Una víctima no sabe cómo va a reaccionar
ante un hecho. ¿Cómo lo haríamos usted, yo, cualquier otro, ante algo así? Quizás
nos daría una depresión, o caeríamos en el silencio absoluto, u olvidaríamos, o
cambiaríamos de vida, o quizás optásemos por el suicidio. A saber. Pero eso es
irrelevante para el asunto que nos ocupa, el delito que se está juzgando, que
sucedió durante unos minutos de una noche de julio de 2016, y que se acaba ahí.
Nada de lo que pudiera pasar después puede ni debe alterar la valoración de lo
sucedido. En este caso, como en tantos otros en este país, como tan bien se
llegó a extremar en el caso del terrorismo etarra, se convierte en culpable. El
maldito “algo habrá hecho” que estigmatizaba a los asesinado por ETA, jaleado
por sus cómplices, se extiende ahora sobre esa mujer y, en general, sobre todas
ellas, a las que se les otorga una cierta carga de responsabilidad en la comisión
de un repugnante delito. Nunca, nunca, nunca debemos caer en este infame juego.
Siempre debemos estar con la víctima, protegerla, defenderla, arroparla,
ayudarla, hacer que podamos darle algo de lo que le fue arrancado en el momento
de la comisión del delito.
Los que violan, abusan, pegan y
vejan lo hacen siempre desde una posición de superioridad, casi siempre falsa, muchas
veces física. Escogen al que ven más débil, y en ocasiones, se agrupan para
reducir a su víctima. Su comportamiento es de una bajeza y zafiedad tan infame como
despreciable, y no es tolerable la más mínima comprensión ante estos hechos y
sus perpetradores. Sigue habiendo mucha parte de la sociedad que entiende estos
hechos, un
cuarto de los adolescentes ven bien un grado de violencia en su relación de
pareja, y por ello es aún más necesario que los demás seamos capaces de
enfrentarnos a este mal. De denunciar, de ayudar a la víctima, de no callar
ante los abusadores. De no permitir que las manadas campen por ahí.
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