Esta
semana se ha cumplido el 50 aniversario del estreno de “2001, una odisea en el
espacio” una de las películas más famosas de Stanley Kubrick y, sin duda,
de las más impactantes que jamás se hayan rodado. Por
tal motivo, o no, La Cultureta de Onda Cero dedicó gran parte de su último
programa a la figura de ese controvertido director, perfeccionista hasta el
extremo y creador de títulos que son historia eterna del cine. Su calidad,
exigencia, potencia visual y capacidad de turbar al espectador se citan casi en
cada escena de sus obras. Rechazado por algunos, amado por muchísimos,
comprendido por pocos, Kubrick creó una marca propia y su muerte nos privó de
su genial visión. 2001 es todo eso y mucho más.
No
recuerdo haber visto 2001 en cine, aunque me suena que alguna vez mi madre me
ha comentado que sí fuimos a la sala a verla cuando era muy pequeño. Mi mala
memoria se llena de huecos cuando viajo al pasado y los vacíos no hacen sino
crecer. Sí la he visto en televisión, varias veces, y mantengo el recuerdo
fascinado que me embargó cuando la contemplé por primera vez, cierto que sin
entender gran parte de lo que veía, cautivado por unas imágenes que eran,
simplemente, atrapadoras. Cada uno de los cuatro episodios de la película, que
en un momento inicial me parecieron aislados, se presenta como capítulos
integrados en un proceso de crecimiento de la inteligencia humana pastoreada
por esas mentes superiores, que van colocando balizas a lo largo de nuestra
historia, balizas en forma de monolito negro, oscuro, cual tótem en manos de
chamán. El uso de la imagen es tan prodigioso como el de la música, en la que
se utilizan fragmentos de composiciones clásicas como los valses de Strauss o
el inolvidable “Así hablo Zaratustra” de Richard Strauss, que despierta hasta
atronar cuando el primer homínido descubre el uso de la herramienta como
extensión de su cuerpo y mente. La película, que anticipa tecnologías que hoy
son habituales como las tabletas o algo parecido a internet, y que plantea el
reto de la Inteligencia Artificial en su tercera parte como quizás nadie haya
logrado desarrollar, es tan profunda e intensa que muchos son los que se han
inspirado en ella para desarrollar sus historias. Quizás sea Chritopher Nolan
el director actual que trata de ser el Kubrick moderno, haciendo que cada una
de sus películas sea la referencia en el tema que trata. Y en el caso de la
ciencia ficción dura, Interstellar, otro monumento cinematográfico, bebe mucho
de 2001, le homenajea, sigue y replica, y se erige como la mejor de las
réplicas, si se me permite la expresión, u homenaje si queremos verlo desde
otra óptica. Ambas tienen por detrás un amplio estudio científico para dar
verosimilitud a la historia, y una profunda carga emocional y filosófica sobre
el destino de la humanidad, el papel de los hombres en el universo y lo que
denominamos “creación”. Pero es evidente que 2001, además del mérito de
adelantar muchos de estos conceptos y dilemas, va más allá que la obra de
Nolan. En todo momento lo que vemos es pura reflexión, que a veces podemos
disfrazar de emoción y aventuras, pero que, como las grandes olas que azotan el
primer planeta que visitan los personajes de Interstelllar al atravesar el “gargantúa”,
se ven barridas por una carga de profundidad intelectual y de pensamiento que
arrolla. En 2001 los actores, que lo hacen bien, poseen muy poco protagonismo,
no son estrellas, la historia se los come y los conceptos que tras ella se
desarrollan absorben todo el estrellato interpretativo. Resulta significativo
que sea HAL 9000, el ordenador de la tercera parte, el personaje más creíble,
el más humano, el que nos genera más empatía. Desde luego para mi mucha más que
cualquiera de las personas humanas que se ven retratadas en todo el filme. Hasta
los monos del principio pueden resultar más humanos que los individuos.
2001
no podría haber sido como es sin la presencia de Arthur C Clarke, autor de un
pequeño relato “El Centinela” en el que se basa la historia. Clarke,
científico, escritor y visionario, fue un genio absoluto que creó excelentes
novelas de ciencia ficción y supo intuir el futuro de una sociedad
interconectada mediante el uso de satélites y radiofrecuencias. Era tan
visionario como el propio Kubrick, y la genialidad de ambos logró alumbrar una
película que no deja de ser discutida, rebatida, admirada, criticada,
incomprendida, alabada y sometida a todo tipo de debates, dudas y exégesis. La
literatura entorno a la película es enorme y su actualidad, ayer y hoy, plena.
Verla de vez en cuando es tanto un reto como un regalo. Háganlo y, a la salida,
debatan sobre lo que han visto y les parece. Seguro que la conversación no
acabará nunca.
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