miércoles, abril 11, 2018

Zuckerberg y los datos de Facebook


Quizás lo que más fastidió a Mark Zuckerberg de su comparecencia ayer ante el Congreso de EEUU fuera el tener que vestirse con traje y corbata. Abonado a los pantalones vaqueros, camisetas y sudaderas, el disfraz de ejecutivo clásico se le antojaría al genio californiano como una prisión, una pose o una mentira. ¿Qué hago yo así? Seguro que se preguntó más de una vez, antes durante y después de una comparecencia que fue una de las noticias del día y muestra la relevancia que el caso Facebook y el comercio con los datos ha alcanzado. Zuckerber entonó un mea culpa y pidió perdón, pero a sabiendas de que no va a renunciar a ese negocio.

Y es que ese, el comercio y uso de los datos de los usuarios, es el negocio de Facebook, el valor de la plataforma para los anunciantes que en ella cuelgan su publicidad, que es la que le genera ingresos. Compartiendo información de manera gratuita y libre por parte de los usuarios, y explotándola de forma inteligente por parte de la red social, el publicista obtiene el objetivo soñado por todos los que ha ese negocio se han dedicado desde el inicio de los tiempos: la segmentación perfecta e individualizada. Una campaña de publicidad convencional en un medio convencional tendrá mayor o menor éxito si logra enganchar a más o menos gente, pero siempre habrá un grupo de destinatarios de la campaña que no se verán afectados por ella, y el anunciante no podía saber quiénes eran o no. Se tenía que dirigir a toda la población. Encuestas y estadísticas empezaron a jugar un papel importante para segmentar la población y poder clasificarla para aumentar la precisión de las campañas, orientadas específicamente a un grupo dado, empezando a reducir la cuantía de esas personas que no se verían afectadas por el esfuerzo publicitario. ¿Cuál sería el escenario perfecto? Nos lo enseñó la película Minority Report, genial por tantos aspectos. En ella cada sujeto recibía una publicidad personalizada al extremo, los anuncios se dirigían a él y no a otro, y eran distintos para cada uno de los ciudadanos, tanto en estética como en contenido. El anunciante sabía a quién le gustaba cada cosa, conocía perfectamente las aficiones, querencias, filias y fobias de cada persona y las explotaba al extremo. Era el paraíso para las marcas. De una manera más artesanal pero no menos efectiva, eso es lo que hace Facebook. Con la información que hemos depositado allí, con nuestros “me gustas” y contactos, vamos creando perfiles que pueden ser analizados y distinguidos hasta el extremo, gracias al uso de técnicas de IA y Big Data. Y así el anunciante nos conoce e inserta banners de publicidad mientras navegamos que son completamente distintos para cada uno de nosotros. Esta segmentación puede llegar al extremo de ofrecernos precios personalizados, más altos para aquellos productos que el vendedor sabe que nos encantan y que estamos dispuestos a sacrificarnos por ello. Facebook, como plataforma, vende el espacio al publicista, y dado el excelente producto que le ofrece (cada uno de nosotros) puede cobrar un precio más alto que otros soportes clásicos como la prensa, radio o televisión, que no pueden segmentar de esa manera. Y esa es la principal vía de ingresos de la compañía, de la red social. Es gratis para nosotros a cambio de que nosotros le paguemos con información, y que ellos exploten esa información y la vendan. Es así, nos guste o no. La única manera de que esto deje de ser así es abandonar esa red, y todas las demás, para mantener nuestra privacidad, y Zuckerberg lo sabe perfectamente. Es más, es el que más sabe de este negocio profundo. Por eso su petición de perdón puede ser sincera, pero su idea de que eso no se va a volver a repetir es, sencillamente, increíble, porque de eso vive su empresa.

Un pequeño detalle de estética sobre la comparecencia de ayer, que no es menor. Si se han fijado, en EEUU, el compareciente ante una de las Cámaras se sitúa frente al Tribunal sentado en un estrado inferior, teniendo delante a los que le preguntan, sitos en una posición elevada, dejando claro en todo momento quién manda ahí. En España, en las comparecencias ante el Congreso, el que habla se dirige al resto desde una tribuna que se encuentra por encima de los parlamentarios, que le observan como espectadores de un acto o conferencia, ofreciendo una imagen de poder inversa a la que se da en EEUU. Aquí parece que el compareciente domina a los parlamentarios que han solicitado su presencia. Quizás, en más de un caso, así sea.

No hay comentarios: