martes, abril 24, 2018

Nicaragua se desangra


En pocas ocasiones un acto tan solemne y académico como es el de la concesión de un gran premio literario ha estado tan pegado a la actualidad. Ayer Sergio Ramírez, escritor nicaragüense del que poco puedo contarles porque nada he leído de su obra, recibía el Cervantes en el paraninfo de la Universidad de Alcalá y se lo dedicaba a sus compatriotas fallecidos en los disturbios que, desde hace unos días, se suceden en Managua y otras ciudades del aquel país centroamericano. Ramírez, que ocupó puestos en el poder tras el triunfo de la revolución, los dejó pronto, decepcionado por lo que veía y la traición a sus ideas. Ayer su discurso fue de una enorme talla política y humanística, amén de buena literatura.

Nicaragua es una de esas naciones que se encuentran en el ideario del “progre” occidental desde el nacimiento de ese concepto. Junto con Cuba, constituye el conjunto de paraísos latinoamericanos, al que en estos últimos tiempos se le ha unido Venezuela. Curiosos paraísos estos, llenos de pobreza y miseria, de los que todos quieren escapar, y de los que tan bien hablan esos “progres” pero que se niegan a vivir en ellos. Los admiran desde la distancia, siempre varios miles de kilómetros de por miedo, no vaya a ser que se acerquen demasiado a la utopía. La historia de las últimas décadas de Nicaragua es la de un país torturado por la guerra y la violencia, externa e interna. Tras años de dictadura, la revolución sandinista, que encarnaba el mensaje de liberación del tercer mundo tan en boga en los setenta, triunfó y derrocó al régimen de Somoza, que robó y explotó a la población del país hasta el hartazgo. Los sandinistas eran uno de los brazos armados de la izquierda comunista en latinoámerica, y su llegada al poder fue vista por EEUU como un peligro, y más por la cercanía geográfica, y no dudó en armar a una guerrilla para que combatiera a los nuevos dirigentes revolucionarios. La llamada “contra” de Eden Pastora sirvió para extender una especie de guerra civil sobre el país y asolarlo aún más en la pobreza, y de paso legitimar al régimen sandinista. Operaciones conocidas con posterioridad, como la “Irán contra gate” de Oliver North dejaron al descubierto las sucias artes norteamericanas y el mal que estas habían generado. La derrota de la contra dejó vía libre al sandinismo, encarnado en su líder Daniel Ortega, para regir los destinos del país y, poco a poco, dejó de ser un foco de atención mediática internacional. Con los años lo único que era seguro de las noticias de Nicaragua era la omnipresencia de Ortgea, que empezaba a adoptar poses y actitudes familiarmente dictatoriales. El de Ramírez fue de los primeros abandonos, pero a él le sucedieron otros muchos, asqueados ante el rumbo de una revolución que cada vez se parecía más a la dictadura castrista. Ortega en estos años ha ido acumulando poder, autosucediéndose mediante elecciones y plebiscitos más o menos amañados y poniendo a su núcleo cercano al frente de los resortes de la nación, empezando por su mujer, a la que ha nombrado vicepresidente, en un movimiento de nepotismo familiar bastante ajeno a la clásica dictadura comunista. Cierto es que en estos regímenes se crean dinastías que se suceden en el poder, como los Castro en Cuba o, la perfección, los Kim en Corea del Norte, pero darle poder a la mujer de uno es menos habitual: ortega también ha sido acusado de abuso de menores y otros delitos poco habituales en estos casos, donde la corrupción suele estar en el centro de todas las acusaciones. La entrada de capitales chinos en los últimos años, con el anuncio de faraónicos proyectos como el del ese canal alternativo al de Panamá por el lago Managua, no ha impedido el empobrecimiento generalizado de la población nicaragüense y el control del régimen de Ortega sobre sus súbditos, dado que así los trata, ha ido a más a medida que las condiciones sociales se han deteriorado.

Un proyecto de reforma de las cotizaciones sociales, que disimula una subida de esos impuestos a todos los ciudadanos y empresas del país, ha sido la gota que ha colmado el vaso del hartazgo social, y ha desencadenado protestas ante las que Ortega ha ordenado actuar, al ejército y al policía, con fiereza desmedida, para acallarlas con balas y miedo. Más de una veintena son los muertos contabilizados en este, que ya es el mayor desafío al régimen desde que liquidó la amenaza de la contra, y no está nada claro si las cesiones que ha prometido Ortega lograrán salvarlo de la revuelta. Con la economía en estado comatoso, Nicaragua enfrenta jornadas muy difíciles por delante. Ojalá sus ciudadanos puedan alcanzar una democracia plena y una recuperación que les saque de su pobreza.

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