Tras
anunciarlo durante varios días, y buscando el Pentágono modular la verborrea
tuitera del Presidente, en
la noche del viernes al sábado se produjo el ataque contra objetivos militares
sirios encabezado por EEUU, acompañado esta vez por Francia y Reino Unido.
Fue un golpe militar más intenso que el ejecutado hace un año, con más de cien
misiles de crucero Tomahawk y la presencia de aviones de combate, que no
actuaron en la ocasión anterior, pero el alcance de la operación y las
intenciones han sido los mismos. Un golpe sobre la mesa para mostrar indignación
por el uso de armas prohibidas pero nada más allá, que altere el curso de la
guerra o la posición de los combatientes.
Como
la vez pasada, parece que esta vez también ha habido una comunicación previa
entre los mandos militares norteamericanos y los rusos para evitar incidentes
que pudieran degenerar en algo mucho más grave. Los objetivos atacados eran en
exclusiva operados por el ejército sirio y ninguna de las posiciones en las que
se encuentran los rusos ha sido golpeada o, ni siquiera, rozada. De todas
maneras resulta obvio que, a medida que la guerra avanza, la relación entre
Rusia y los países occidentales se deteriora y que el riesgo de que las cosas
empeoren existe y es visible para todos los actores. En el primer ataque, hace
un año, ese riesgo se contaba como una posibilidad cierta, pero no se le
atribuía la gravedad con la que se ha tratado en esta ocasión, y eso se debe a
esas relaciones que van a peor, y que puede que hayan llegado ya a un punto de
no retorno. Con la guerra siria entrando en su tramo final (o eso parece) y el
país convertido en un protectorado de facto del poder ruso, Putin ve cada vez
con menos derecho al resto de países para inmiscuirse en un terreno y conflicto
que lo considera suyo, y ganado por él. La localidad de Duma, que fue donde se
produjo el ataque químico de la semana pasada, ya conquistada para el régimen
de Asad, ha sido tomada por tropas que, directamente, enarbolaban banderas
rusas, lo que muestra hasta qué punto Siria ha dejado de ser un país
independiente como tal y va camino de ser una nueva Checoslovaquia o, más precisamente,
una nueva república islámica tipo Kazajistán en la época de la URSS. Por eso la
actuación aliada de este pasado fin de semana no va a tener consecuencia alguna
en la evolución de la guerra ni en lo que allí acontezca. Su valor es
testimonial, aunque sirve como toque de atención, aviso a navegantes amantes de
las armas de destrucción masiva. Algo así como “no necesitamos ni a la ONU ni a
nadie para intervenir” en caso de que se demuestre el uso de ese armamento. ¿Es
una advertencia a Rusia? Quizás también, aunque no me atrevería a tanto. Se
multiplican los artículos que hablan de una nueva guerra fría y, frente a
ellos, otros muchos que señalan las diferencias entre lo que vivimos en la
actualidad y lo que sucedió entonces, idea que comparto, pero sí hay un factor
de los años del telón de acero que vuelve con fuerza, y es el recelo creciente,
absoluto, incompatible, entre occidente y Rusia, entre las democracias y el
autoritarismo. Ver el ataque del viernes como un aviso, en forma de golpe
militar, destinado a un personaje como Putin que sólo hace caso a señales de
fuerza quizás sea demasiado retorcido, pero es indudable que la capacidad
tecnológica y de poderío del ejército ruso poco puede hacer frente a las
fuerzas norteamericanas, más allá de las bravatas que Vladimir lance en
campañas electorales amañadas. En este clima de tensión, en el que se incluye
también la cada vez más deteriorada relación entre Rusia y Reino Unido,
envenenamiento de Skripal de por medio, el ataque del viernes es otro paso más
en el proceso de división, de separación de ambos mundos, yd e rotura de
puentes y enlaces. Ese es el gran riesgo, que lleguemos a un punto de no
retorno.
En
los años de la guerra fría, por debajo de la mesa, existían canales de
comunicación establecidos, seguros y de confianza entre las dos superpotencias
con el objeto de amansar las crisis que se desataban cada dos por tres en todos
aquellos conflictos terceros en los que actuaban de parte. ¿Existen hoy esos
canales? Es una excelente pregunta, y suponer que sí sin certezas no da
tranquilidad alguna. La errática y caótica política de Trump añade un factor de
inestabilidad muy grande a la situación presente, aunque de lo visto en esta
minicrisis parece deducirse que las tuiteras soflamas infantiles del presidente
son encauzadas por la inteligencia del Pentágono, quizás uno de los últimos
lugares que quedan sin ser corrompidos por el “trumpismo”. En todo caso, la guerra
siria sigue. Y a los que allí mueren a nadie importan, ni antes ni ahora.
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