Han
llamado mucho la atención los
gestos de extremada complicidad que se han propinado Macron y Trump,
especialmente impulsados por un adulador presidente francés que, en todo
momento, ha ofrecido una imagen fraterna y cercana no muy habitual, y menos
respecto a las vistas en las visitas que se realizan en la Casa Blanca desde
que la ocupa su actual inquilino. Hemos visto escenas frías, gélidas,
protagonizadas por Merkel, Peña Nieto, Trudeau y otros mandatarios
internacionales, frente a las que las imágenes de guiños y palmadas de Macron
son, cuanto menos, llamativas. Es imposible más contraste. ¿A qué es debido
este dispar comportamiento?
Mucho
pueden decir los psicólogos sobre lo que vemos, pero en mi modesta y, casi
seguramente errónea, interpretación, dos me parecen las alternativas posibles.
Que lo que vemos es la realidad, es decir, que ambos personajes se llevan bien
y comparten más de lo que parece, o que no es así, y asistimos a unas escenas
fingidas en las que Macron quiere llevarse al huerto al volátil Trump. Se me
hace difícil suponer lo primero, dado que los dos proceden de ambientes y
mundos completamente diferentes. El iletrado, faltón, mujeriego y farolero
jugador Trump frente al joven, culto, refinado, enarca y fiel esposo Macron. Si
hay algo que comparten plenamente es la ambición, que por otro lado se
encuentra en todos aquellos que aspiran u ocupan despachos de gobierno en el
mundo. ¿Se han visto el uno al otro y, en cierto modo, se han reconocido? ¿han
descubierto lo que el joven desea para su futuro y lo que el mayor ansiaba ser
de joven? Quizás. La otra teoría, más sugestiva y llena de imaginación, se basa
en las ardides del listo Macron frente al impulsivo Trump. Conocedor el francés
de los puntos débiles de su inestable aliado, de su carácter infantil,
necesitado de adulación y peloteo, despliega el galo todo el repertorio
disponible de gestos y frases para tratar de ganárselo, y así conseguir
ventajas propias en muchos de los múltiples frentes que tiene abiertos ambas
naciones y continentes. ¿Cómo hago para que Trump relaje sus amenazas de
aranceles contra la industria francesa y, por extensión, europea? Me lo camelo,
lo engatuso, lo adulo, le peloteo hasta el extremo y, cuando esté encantado de
haberme conocido, le hago firmar una declaración de retirada o suspensión de
aranceles que, sin duda, rubricará sin apenas mirar. Una estrategia similar a
la de dar golosinas a un niño para que actúe como queremos, sin que el crío se
entere de nada y sea, en el fondo, manipulado. ¿Es eso lo que estamos viendo?
Admito que es una teoría muy retorcida, típica de tertulia de bajo nivel, pero
resulta extremadamente seductora. También es una vía para espantar la imagen de
complicidad que se ve entre dos personajes respecto a los que muchos, yo
también, tenemos imágenes preconcebidas muy opuestas y que escenas como las de
ayer nos hacen pone mala cara. Sólo por los malos modales que despliega Trump,
más allá de su catálogo de ocurrencias, el comportamiento de los dignatarios
que lo visitan no debiera pasar más allá del estricto cumplimiento del
protocolo y respeto a la institución que él encarna y, día a día, con su
actitud, mancilla. Si Macron y Trump se entienden, en el fondo, será bueno para
ambos, pero como la historia de las manzanas sanas y la podrida en el texto,
será la imagen futura del presidente francés la que pueda verse resentida por
su proximidad a la del americano, y es poco probable que Trump y su corte
aprendan algo de las enseñanzas de un rey parisino que no posee corona pero
que, como todos los presidentes de la república gala, actúa como si la portase.
¿Frutos
concretos del encuentro? Veremos. La prensa se ha volcado mucho en esas
imágenes y en todo lo relacionado con el sombrero que lucía Melania, pero más
allá de eso Irán y el actual acuerdo nuclear han estado muy presentes sobre la
mesa. Macron ha llegado a apoyar la renegociación del mismo, lo que es una
evidente cesión a los postualdos de Trump sin que esté nada clara cuál es la
fuerza que puede motivar actualmente a una victoriosa Irán a reabrir un tratado
que costó tanto firmar, cuando su poder regional era mucho menor que el actual.
Este frente, el iraní, sigue creciendo en dimensión a medida que, de momento,
se aplaca el norcoreano, y amenaza con convertirse en uno de los grandes problemas
globales. LA extraña pareja tiene mucho que decir en este y otros temas de
interés.
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