¿Sabían
ustedes que las fuerzas intrauterinas son las responsables de que las huellas
dactilares de los gemelos sean diferentes, pese a poseer idéntico ADN?
Resulta que diversos procesos que suceden a lo largo del embarazo en el
interior del útero son capaces de generar distorsiones en aspectos nimios de
los bebes, que por definición serán distintas en uno y otro en caso de gemelos,
y una de las características que se ve afectada es la formación de esa forma
que caracteriza nuestros dedos. Así, no hay ningún ser humano que tenga la
huella dactilar igual a otro, y esa marca física nos distingue de manera
absoluta entre todos las personas que en el mundo ha existido y existirán.
Esta
historia viene a cuento de que ayer, en la sobremesa de la comida, antes de
subir otra vez a la oficina para hacer algunas horas de trabajo, estuvimos
hablando, entre otras cosas, sobre los sistemas biométricos de identificación
que ahora empiezan a extenderse en dispositivos como los smartphones, y una de
las componentes de la tertulia comentó el debate que tuvieron hace unos días en
su familia sobre si existen personas con igual huella o no. Yo me lancé a la
piscina y afirmé que los gemelos, que comparten el mismo ADN, debieran tener la
misma, porque sus cuerpos son clones perfectos. Argumento irrebatible, tertulia
ganada, incremento de sueldo en cualquier cutre programa de radio o televisión.
Pero eso era antes de que San Google llegase a nuestras vidas de forma
omnipresente. La compañera que había sacado el tema e puso a rebuscar en
internet y encontró un artículo, como el que les he enlazado al principio,
sobre el efecto de las fuerzas intrauterinas, y la inexistencia de dos huellas
iguales. Chasco, mi teoría derrumbada y lo que creía saber, puesto en duda. Si
en un componente físico que nos determina, donde el papel del ADN es tan fundamental
como definitorio, existen variaciones, ¿qué es lo cierto y lo falso? Podría
derivar el artículo hacia el debate de las noticias falsas sobre áreas en las
que la verdad es, por definición, gris, pero quiero quedarme con el tema del
error propio. Muchas veces, demasiadas, opinamos sobre cosas que sabemos, a
veces con conocimiento de causa, a veces de manera teórica, otras de oídas, las
más sin tener claro que pensar al respecto y con falta de información. El que
esto les escribe es experto en opinar sobre casi todo, y en general trato de
hacerlo de manera precavida, porque uno descubre cosas nuevas cada día y
personas que saben mucho más de lo que uno cree sobre cualquier tema. Pero opinar
es inevitable, y hay veces en las que afirmo las cosas con más autoridad
porque, habiendo leído al respecto, creo saber de lo que estoy hablando. Sobre
el tema de las huellas y la igualdad de gemelos me lancé con muy pocas dudas
(la verdad, ninguna) por considerarlo un factor tan determinado en origen como imposible
de alterar. Viene de serie en el genotipo, no es una consecuencia de que la
vida real y sus influencias hagan que unos determinados genes se expresen o no,
lo que se denomina fenotipo, que provoca que incluso personas genéticamente clónicas
tengan enfermedades de origen genético diferentes. Pues bien, no tenía razón.
¿Fastidia eso? No les negaré que un poco. A
medida mañana, en otro debate, había acertado al señalar que España era el
segundo país del mundo en consumo de pescado per cápita detrás de Japón, y
las dudas de uno de los que estaban allí invocaron a San Google y acudió a mi
auxilio. ¿Compensa un acierto con un error? Pues sí y no, pero resulta obvio
que al hablar de genética afirmé algo que no era cierto con una rotundidad con
la que, en ningún caso, debía haber utilizado, por lo que el fallo no sólo está
en la respuesta, sino en el criterio.
Como
dicen los responsables del programa “Longitud de onda”
de las mañanas de Radio Clásica, la ciencia nos enseña a mirar lo que otros
han visto pero con otros ojos, a preguntarnos cosas distintas al respecto, a
curiosear y a no dar por sentado nada, porque todo es cierto hasta que alguien
demuestra que no lo es. Cada día se pueden aprender un montón de cosas,
descubrir a personas, en los medios de comunicación o en la silla de al lado
del trabajo o la cafetería, que saben mucho más de uno mismo sobre cosas de las
que ni podríamos imaginar, y ese aprendizaje constante debe ser una fuente de
placer y, también, humildad, porque nunca llegaremos a saberlo todo. Así que ya
ven cuán grande puede ser el poder de la fuerza intrauterina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario