Amanece
despejado en Madrid, con un viento frío que, al salir de casa o de las bocas de
metro, despierta de manera brusca a los que puedan estar somnolientos, y
zarandea a todos aquellos que pilla por la calle a estas horas. Indica la
previsión que los cielos se irán cubriendo y que por la tarde lloverá, no tanto
como la manta de agua que cayó el martes, pero sí lo suficiente como para
mojarlo todo y volver a lavar un suelo que, en la ciudad, está empapado tras
semanas de tiempo adverso. Desde la oficina, mirando al infinito sur, se
destaca al fondo un mar de nubes cerradas, que pudieran ser las que lleguen
hasta nosotros en las próximas horas. Ya veremos
Desde
que el patrón atmosférico cambió por completo, allá por inicios de febrero,
estamos asistiendo en España a una secuencia de entrada de borrascas que no se
si se puede calificar de histórica, porque se abusa tanto de ese calificativo
que no quiero contribuir a ello, pero que está dejando registros excepcionales
en muchos puntos del país. Grazalema ha batido récords de lluvia acumulada en
estos dos últimos meses con importes que superan los mil litros, y lo mismo se
puede decir de observatorios sitos en la zona de Gredos o en localizaciones de
Galicia y Cordillera Cantábrica. Las acumulaciones de nieve que permanecen en
las montañas son enormes, con espesores de varios metros en casi todas ellas, y
eso también se va a convertir en reservas que alimentarán ríos, lagos,
acuíferos y pantanos cuando se produzca el deshielo masivo. Veníamos de un año
extremadamente seco y cruel, con nada de agua y heladas tardías. La situación
de las reservas era crítica en la mayor parte de las cuencas y, en contra de lo
que suele ser habitual, era un problema extremadamente grave en la zona centro
y norte. En levante es habitual que se vivan periodos de sequía y, a la fuerza
ahorcan, la población y los cultivos se han ido acostumbrando a un permanente
estrés hídrico, pero eso no es lo que sucede en el norte. Galicia, la cornisa
cantábrica y castilla y León se encontraban, en su casi totalidad, ante un
panorama completamente desolador, con embalses casi vacíos, ríos convertidos en
meros lechos de piedra y superficies de cultivo abandonadas tras un ejercicio
en el que sembrar era sinónimo de no recoger. La Navidad y el inicio del año se
llenaban de noticias sobre restricciones al consumo humano ante las
perspectivas oscuras y daba miedo pronunciar palabras como verano, cargadas de
dolor y sequedad. Y así fue hasta que el calentamiento súbito estratosférico se
produjo. Un fenómeno extraño, no habitual, consistente en el desalojo del aire frío
del Polo Norte por una masa cálida, que obliga a ese aire más frío a bajar de
latitud y afecta a zonas como la nuestra, generando la inestabilidad necesaria
para que las borrascas crezcan en intensidad y bajen de latitud, y nos golpeen
de nuevo. Alguien dijo que fue poner nombres a las borrascas intensas y
empezaron a pasar en carrusel, con sus vendavales, alertas, lluvias, nieves y
todo el despliegue de actividad que uno pudiera imaginar. Los efectos, casi
mágicos. Si uno acude a la web en la que se
recogen los datos de agua acumulada en los embalses, observa un gráfico maravilloso,
en el que la línea negra de 2017 muestra un declive y distancia creciente
respecto a la media de los últimos 10 años y la línea roja de 2018 presenta un
arranque igualmente tibio hasta la semana 8 o 9 del años, en la que parece
haberse metido una sobredosis de viagra y se dispara de una manera casi
antinatural, rebasando por completo el registro equivalente de 2017 para la
semana 12 (finales de marzo más o menos) y sigue creciendo camino de alcanzar
la media perdida de la pasada década. Ese gráfico, que casi es el de un
milagro, es una bendición.
¿Trae
problemas el exceso de agua? Sí, como todo lo que se pasa de la raya, aunque
afortunadamente los problemas que está causando son de escasa relevancia. En
el País Vasco están hartos de que no deje de llover, y los chistes al
respecto no cesan, para sobrellevar el perpetuo gris, y en Zaragoza vigilan la
crecida de un Ebro que hace un año apenas pasaba por la ciudad y hoy vuelve a
ser el gran río entorno al que viven los maños y obtienen gran parte de sus recursos
agrarios. Las temperaturas bajas permanecen en todo el país cuando estamos ya
casi a mediados de abril y, pese a que parece que la semana que viene será
estable y con Sol, el recuerdo de este invierno que no termina permanecerá mucho
tiempo.
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