jueves, abril 12, 2018

Invierno en primavera


Amanece despejado en Madrid, con un viento frío que, al salir de casa o de las bocas de metro, despierta de manera brusca a los que puedan estar somnolientos, y zarandea a todos aquellos que pilla por la calle a estas horas. Indica la previsión que los cielos se irán cubriendo y que por la tarde lloverá, no tanto como la manta de agua que cayó el martes, pero sí lo suficiente como para mojarlo todo y volver a lavar un suelo que, en la ciudad, está empapado tras semanas de tiempo adverso. Desde la oficina, mirando al infinito sur, se destaca al fondo un mar de nubes cerradas, que pudieran ser las que lleguen hasta nosotros en las próximas horas. Ya veremos

Desde que el patrón atmosférico cambió por completo, allá por inicios de febrero, estamos asistiendo en España a una secuencia de entrada de borrascas que no se si se puede calificar de histórica, porque se abusa tanto de ese calificativo que no quiero contribuir a ello, pero que está dejando registros excepcionales en muchos puntos del país. Grazalema ha batido récords de lluvia acumulada en estos dos últimos meses con importes que superan los mil litros, y lo mismo se puede decir de observatorios sitos en la zona de Gredos o en localizaciones de Galicia y Cordillera Cantábrica. Las acumulaciones de nieve que permanecen en las montañas son enormes, con espesores de varios metros en casi todas ellas, y eso también se va a convertir en reservas que alimentarán ríos, lagos, acuíferos y pantanos cuando se produzca el deshielo masivo. Veníamos de un año extremadamente seco y cruel, con nada de agua y heladas tardías. La situación de las reservas era crítica en la mayor parte de las cuencas y, en contra de lo que suele ser habitual, era un problema extremadamente grave en la zona centro y norte. En levante es habitual que se vivan periodos de sequía y, a la fuerza ahorcan, la población y los cultivos se han ido acostumbrando a un permanente estrés hídrico, pero eso no es lo que sucede en el norte. Galicia, la cornisa cantábrica y castilla y León se encontraban, en su casi totalidad, ante un panorama completamente desolador, con embalses casi vacíos, ríos convertidos en meros lechos de piedra y superficies de cultivo abandonadas tras un ejercicio en el que sembrar era sinónimo de no recoger. La Navidad y el inicio del año se llenaban de noticias sobre restricciones al consumo humano ante las perspectivas oscuras y daba miedo pronunciar palabras como verano, cargadas de dolor y sequedad. Y así fue hasta que el calentamiento súbito estratosférico se produjo. Un fenómeno extraño, no habitual, consistente en el desalojo del aire frío del Polo Norte por una masa cálida, que obliga a ese aire más frío a bajar de latitud y afecta a zonas como la nuestra, generando la inestabilidad necesaria para que las borrascas crezcan en intensidad y bajen de latitud, y nos golpeen de nuevo. Alguien dijo que fue poner nombres a las borrascas intensas y empezaron a pasar en carrusel, con sus vendavales, alertas, lluvias, nieves y todo el despliegue de actividad que uno pudiera imaginar. Los efectos, casi mágicos. Si uno acude a la web en la que se recogen los datos de agua acumulada en los embalses, observa un gráfico maravilloso, en el que la línea negra de 2017 muestra un declive y distancia creciente respecto a la media de los últimos 10 años y la línea roja de 2018 presenta un arranque igualmente tibio hasta la semana 8 o 9 del años, en la que parece haberse metido una sobredosis de viagra y se dispara de una manera casi antinatural, rebasando por completo el registro equivalente de 2017 para la semana 12 (finales de marzo más o menos) y sigue creciendo camino de alcanzar la media perdida de la pasada década. Ese gráfico, que casi es el de un milagro, es una bendición.

¿Trae problemas el exceso de agua? Sí, como todo lo que se pasa de la raya, aunque afortunadamente los problemas que está causando son de escasa relevancia. En el País Vasco están hartos de que no deje de llover, y los chistes al respecto no cesan, para sobrellevar el perpetuo gris, y en Zaragoza vigilan la crecida de un Ebro que hace un año apenas pasaba por la ciudad y hoy vuelve a ser el gran río entorno al que viven los maños y obtienen gran parte de sus recursos agrarios. Las temperaturas bajas permanecen en todo el país cuando estamos ya casi a mediados de abril y, pese a que parece que la semana que viene será estable y con Sol, el recuerdo de este invierno que no termina permanecerá mucho tiempo.

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