jueves, abril 05, 2018

El caso Cifuentes y el prestigio universitario


¿Le convencieron las explicaciones de ayer de Cristina Cifuentes? La vehemencia con la que las expuso dejó al descubierto fallos graves en su estrategia y la sensación de que algo erróneo hay en el fondo de esta historia. El famoso TFM sigue sin aparecer y eso alienta todo tipo de dudas. No se si su carrera política está terminada, pero está cerca de ello. La moción de censura planteada por el PSOE y la huida hacia delante de Ciudadanos solicitando una comisión de investigación alargarán una interinidad que, dentro de un año, se resolverá en elecciones.

De quien no se está hablando mucho, y es quizás el mayor damnificado de toda esta historia, es la propia Universidad Rey Juan Carlos (estás en racha, Rey emérito) y por extensión, del sistema universitario español. Sea cual sea el papel desempeñado por Cifuentes en todo este asunto, la Universidad tiene que dar muchas explicaciones sobre el desarrollo del máster, responder a acusaciones tan graves como la presunta falsedad de algunas de las firmas que se recogen en los certificados expedidos por la entidad y, en general, la sensación de cachondeo que parece derivarse de todo el caso. ¿Se regalan los master si uno es autoridad o posee enchufe? Esa, en crudo, es la gran pregunta, y en este caso la interpelada no es una universidad privada, o un centro de estudios, o academia o chiringuito, no, sino una universidad pública financiada con los impuestos de todos los ciudadanos, cuyo prestigio se debe a su presenta excelencia educativa y que debe tratar por igual a todos los alumnos, pudiendo permitirles compatibilizar el trabajo con los estudios de postgrado, sí, pero en ningún caso otorgando ventajas en función de cómo se llame alguien, cuál sea su responsabilidad pública o la formación política en la que milite. Los alumnos que hoy mismo acudan a sus clases en la universidad Rey Juan Carlos tienen derecho a preguntarse si su esfuerzo sirve para algo o es una simple pérdida de tiempo. ¿Son los títulos expedidos por esta institución válidos? ¿Cuál es el prestigio que los respalda? ¿Es creíble la formación que imparte? El mero hecho de llegar a plantear preguntas así muestra hasta qué punto es grave la crisis que afronta esa Universidad. Cuya única causa de existencia es la de otorgar formación de primer nivel y de calidad reconocida. Si eso no existe, o tiene falas evidentes, el mero hecho de la persistencia del centro universitario se pone en entredicho. Podíamos ir un poco más allá, y hacer un examen de conciencia, sincero, sobre la universidad española en su conjunto, sobre su excesiva proliferación y, con ello, devaluación de la calidad otorgada. ¿Sobran universidades? ¿Tiene sentido que todas las ciudades las tengan? ¿Hemos convertido a la universidad en una mera extensión de los antiguos institutos de bachillerato? La ausencia de los centros españoles en los ránquines de excelencia globales muestra lo poco que, en general, contribuye nuestra Universidad al desarrollo científico, tecnológico y social del país. Hay excepciones, por supuesto, y profesionales de enorme valía que día a día, en la docencia e investigación, dan lo mejor de sí, pero es obvio que el sistema universitario español, en su conjunto, es algo que no funciona. Si a eso le sumamos la implantación de reformas como la de Bolonia, que ha hecho obligatorio el curso de masters de pago (se supone que bien realizados y con TFM) para dar algo de fuste a un título que la reforma ha devaluado, nos encontramos con un panorama muy complicado, en el que los alumnos son, al final del todo, los principales perjudicados por una formación que se les promete de calidad y con opciones de futuro laboral, y que al paso que vamos no se va a dar ni lo otro (ya se veía) ni siquiera lo uno.

Y junten a todo esto un factor global, con dos vertientes. Por un lado el exponencial desarrollo de los centros universitarios asiáticos, que forman a miles de prestigiosos profesionales con una velocidad, calidad y cuantía que es insuperable y, por otro, el desarrollo tecnológico que, a decir de algunos, pone en entredicho el mismo concepto de clase profesoral y la universidad como centro de estudios avanzados. Hacer frente a estos retos ya es, para cualquier centro, una pesadilla, y a eso los responsables de la Rey Juan Carlos deben añadir la tarea de explicar lo que ha sucedido y encontrar, en sus bibliotecas o departamentos, un TFM que, cada día que pasa, pierde prueba como valor probatorio. No envidio para nada su situación.

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