¿Le
convencieron las explicaciones de ayer de Cristina Cifuentes? La vehemencia con
la que las expuso dejó al descubierto fallos graves en su estrategia y la
sensación de que algo erróneo hay en el fondo de esta historia. El famoso TFM
sigue sin aparecer y eso alienta todo tipo de dudas. No se si su carrera
política está terminada, pero está cerca de ello. La
moción de censura planteada por el PSOE y la huida hacia delante de
Ciudadanos solicitando una comisión de investigación alargarán una interinidad
que, dentro de un año, se resolverá en elecciones.
De
quien no se está hablando mucho, y es quizás el mayor damnificado de toda esta
historia, es la propia Universidad Rey Juan Carlos (estás en racha, Rey
emérito) y por extensión, del sistema universitario español. Sea cual sea el
papel desempeñado por Cifuentes en todo este asunto, la Universidad tiene que
dar muchas explicaciones sobre el desarrollo del máster, responder a
acusaciones tan graves como la presunta falsedad de algunas de las firmas que
se recogen en los certificados expedidos por la entidad y, en general, la
sensación de cachondeo que parece derivarse de todo el caso. ¿Se regalan los
master si uno es autoridad o posee enchufe? Esa, en crudo, es la gran pregunta,
y en este caso la interpelada no es una universidad privada, o un centro de
estudios, o academia o chiringuito, no, sino una universidad pública financiada
con los impuestos de todos los ciudadanos, cuyo prestigio se debe a su presenta
excelencia educativa y que debe tratar por igual a todos los alumnos, pudiendo
permitirles compatibilizar el trabajo con los estudios de postgrado, sí, pero
en ningún caso otorgando ventajas en función de cómo se llame alguien, cuál sea
su responsabilidad pública o la formación política en la que milite. Los
alumnos que hoy mismo acudan a sus clases en la universidad Rey Juan Carlos
tienen derecho a preguntarse si su esfuerzo sirve para algo o es una simple
pérdida de tiempo. ¿Son los títulos expedidos por esta institución válidos?
¿Cuál es el prestigio que los respalda? ¿Es creíble la formación que imparte? El
mero hecho de llegar a plantear preguntas así muestra hasta qué punto es grave
la crisis que afronta esa Universidad. Cuya única causa de existencia es la de otorgar
formación de primer nivel y de calidad reconocida. Si eso no existe, o tiene
falas evidentes, el mero hecho de la persistencia del centro universitario se
pone en entredicho. Podíamos ir un poco más allá, y hacer un examen de
conciencia, sincero, sobre la universidad española en su conjunto, sobre su
excesiva proliferación y, con ello, devaluación de la calidad otorgada. ¿Sobran
universidades? ¿Tiene sentido que todas las ciudades las tengan? ¿Hemos
convertido a la universidad en una mera extensión de los antiguos institutos de
bachillerato? La ausencia de los centros españoles en los ránquines de excelencia
globales muestra lo poco que, en general, contribuye nuestra Universidad al
desarrollo científico, tecnológico y social del país. Hay excepciones, por
supuesto, y profesionales de enorme valía que día a día, en la docencia e
investigación, dan lo mejor de sí, pero es obvio que el sistema universitario
español, en su conjunto, es algo que no funciona. Si a eso le sumamos la
implantación de reformas como la de Bolonia, que ha hecho obligatorio el curso
de masters de pago (se supone que bien realizados y con TFM) para dar algo de
fuste a un título que la reforma ha devaluado, nos encontramos con un panorama
muy complicado, en el que los alumnos son, al final del todo, los principales
perjudicados por una formación que se les promete de calidad y con opciones de
futuro laboral, y que al paso que vamos no se va a dar ni lo otro (ya se veía)
ni siquiera lo uno.
Y
junten a todo esto un factor global, con dos vertientes. Por un lado el
exponencial desarrollo de los centros universitarios asiáticos, que forman a miles
de prestigiosos profesionales con una velocidad, calidad y cuantía que es
insuperable y, por otro, el desarrollo tecnológico que, a decir de algunos,
pone en entredicho el mismo concepto de clase profesoral y la universidad como
centro de estudios avanzados. Hacer frente a estos retos ya es, para cualquier
centro, una pesadilla, y a eso los responsables de la Rey Juan Carlos deben añadir
la tarea de explicar lo que ha sucedido y encontrar, en sus bibliotecas o
departamentos, un TFM que, cada día que pasa, pierde prueba como valor
probatorio. No envidio para nada su situación.
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