Una
de las cosas que enseña la economía es que hay que estudiar muy bien cuáles son
los efectos finales de una política o medida. Cuando se toma una decisión se
calibran y estudian los efectos de la misma pero, como si fuese una partida de
billar, el golpe inicial de las bolas puede provocar rebotes, inesperados,
deseables o no, y acabar generando consecuencias no esperadas. Estos efectos,
conocidos a veces como de segunda ronda, son trascendentales a la hora de las
medidas impositivas o del estudio de los incentivos, una de las ramas más
perversas y divertidas de la economía.
Un
ejemplo de todo esto lo tenemos en los datos de emisiones de los vehículos en
España. Hemos comentado varias veces que estamos ante un mercado cambiante en
el que la movilidad empieza a pesar algo frente a la omnipresencia de la
propiedad del coche y la motorización eléctrica se abre paso. Todo esto además
con la polémica de los diésel y la mala imagen de estos motores, y los cada vez
más frecuentes anuncios de que diversas ciudades van a restringir el acceso de
este tipo de motores a sus cascos urbanos con vistas a su prohibición. ¿Qué ha
sucedido? Lo obvio, las ventas de diésel, que eran mayoritarias en España, y en
general en toda Europa, se han derrumbado, mientras que las motorizaciones de
gasolina copan la mayoría de las ventas y los híbridos y eléctricos empiezan a
representar porcentajes significativos, muy reducidos aún, pero que ya son un
nicho de negocio. ¿Deseábamos conseguir esto? Sí, por lo que el efecto de los
anuncios y restricciones ha sido el esperado. ¿Y qué ha pasado con las emisiones contaminantes? ¿Se
han reducido? La respuesta obvia sería que sí, pero resulta que es todo lo
contrario. En motores modernos, a igualdad de consumo, el diésel emite menos CO2
que el gasolina, que por su parte no emite NOX ni partículas, que son lo más
nocivo de los motores diésel. Los datos muestran que,
por primera vez en una década, el balance de emisiones de CO2 del parque
automovilístico crece, situándose en 116 gramos por kilómetro. Este hecho viene
derivado de lo antes comentado, la mayor presencia de los motores gasolina en
las ventas y de dos factores coyunturales. Uno es el incremento general de las
ventas, derivado de la recuperación económica, que hace que el volumen total de
emisiones crezca al aumentar el parque. Y el segundo hecho relevante, no tengo
claro si coyuntural o no, es la moda de los SUV, esos coches grandes, formato “todocaminos”
que ahora lideran todas las listas de ventas y que, por su mayor peso y motorización,
consumen más que un utilitario medio. Llenar las ciudades de Atecas, Qashqais,
3008 y modelos de ese tipo (que, todo sea dicho, no me gustan y me parecen lo
menos práctico posible para el tráfico urbano) ha hecho que las emisiones que
son más perjudiciales e invisibles, las de NOX y partículas, disminuyan (bueno)
pero las emisiones contaminantes mayoritarias y muy visibles, el CO”, aumenten.
¿Es esto lo que deseábamos? Es una excelente pregunta que nos pone ante una
realidad inesperada. Lo cierto es que los datos no mienten y ahora mismo el
tráfico en nuestras ciudades emite más contaminantes que hace un año, lo que
pone patas arriba todas las políticas públicas que buscan reducir las emisiones
y limpiar el aire de las urbes. Tanto los ayuntamientos como los gobiernos
nacionales y la Unión europea tienen ambiciosos objetivos de descontaminación
del tráfico urbano y reducción de emisiones. Supongo que estos datos les habrán
dejado tan asombrados como a mi.
¿Qué
hacemos, entonces? Si se quieren reducir las emisiones de verdad sólo se
conseguirá a medida que el peso de motores no emisores sea creciente, y para
eso aún queda mucho. Comprar vehículos más pequeños, con menores emisiones,
sería también lo ideal, pero eso creo que sólo será posible si vuelve un
periodo de crisis que haga recular las ventas de los SUV. Recuerden que antes
del estallido de la burbuja se vendían coches enormes, herederos de los Hummer,
como el Cayenne o el X5, muy contaminantes, pero reflejo de un gasto desatado
fruto del dinero que todo lo inundaba. En general, aumentos de renta parecen ir
acompañados de incrementos en la cilindrada y tamaño de los vehículos. Queda
mucho para conseguir ciudades limpias.
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