Ay
ay ay, el poder, cuántas tonterías se hacen para conseguirte y retenerte. Los
partidos, estructuras creadas para alcanzar el poder, son la forma más
civilizada que hemos encontrado en los tiempos modernos de gestionar el acceso
y renuncia al mismo, pero en su seno laten las oscuras pulsiones que, desde
siempre, han creado los liderazgos, destronado jerarcas, ajusticiado cabezas y
encumbrado hombres fuertes. La historia, en este sentido, cambia de ropajes
pero se repite una y otra vez. En todas las formaciones, sea cual sea su
ideología declarada o real, se mantienen, como en el manto terrestre, fuerzas
que pueden erupcionar en un momento dado, y casi siempre con consecuencias
serias.
Lo
sucedido ayer en Podemos es un ejemplo clarísimo de todo esto y la muestra
de que, vestidos de ropajes morados, y presuntamente alejados de las castas
políticas, los dirigentes actuales y los aspirantes a serlo son, obviamente,
políticos que buscan el poder por encima de todo. La estructura de gobierno de
Podemos se diseñó a la carrera, pero basada en el mesianismo de su líder, que
por formación es más que partidario de los regímenes de hombre fuerte donde él,
cómo no, sea el que ordene y mande. Sabe bien Pablo Iglesias que compartir
poder y decisiones es perderlo, y que sólo se puede mostrar uno generoso
cuando, alcanzado el poder institucional, se tienen cargos para repartir y,
como en los parques, alimentar de migajas a los que le rodean para garantizarse
su quietud. Las dos asambleas habidas en el partido, bautizadas como Vistalegre
I y II se han mostrado, cuando menos, poco afortunadas por el nombre escogido,
y han dado muestras de la profesionalidad purgante de Iglesias de los suyos a
la hora de laminar a los críticos. Tres son las corrientes que, en apariencia,
viven en Podemos. Están los anticapitalistas, anarquistas más o menos de
postín, que tienen peso y cargo en varias instituciones. Su líder es el actual
europarlamentario Miguel Urbán. Están los moderados, encabezados por Errejón,
que han ido perdiendo fuelle y presencia con el paso del tiempo, y están los
comunistas clásicos de toda la vida, encabezados por Iglesias. Él ha sido desde
el primer momento el líder supremo de la formación y, como manifestó hace una
semana, no iba a permitir “ni media tontería” sobre la gestión del partido de
cara a las próximas elecciones. Sabe perfectamente Iglesias que la ventana de
oportunidad de Podemos para asaltar los cielos (además de marxistas son cursis)
se acaba a medida que pasa el tiempo y que si no logra algo en las elecciones
de 2019 – 2020 el proyecto corre serio riesgo de naufragio. Eso lo sabe él tan
bien como todos los demás de su formación, y por eso los moderados, que ven
como el clima social actual es más liviano que el que generó el surgimiento del
partido, buscan un discurso más suave, abierto y, de verdad, transversal. Para ello
necesitan tener un cierto control a la hora de elaborar listas y candidaturas,
que permita a los suyos acceder a puestos de representatividad institucional y
poder interno en el partido. Como todas las corrientes, busca conseguir cargos
que la refuercen. El que ayer se supiera que uno de los objetivos de la corriente
era desbancar al propio Iglesias poco tiene de sorprendente, más allá de la
postmoderna forma mediante la que lo hemos conocido. El guerrismo en sus buenos
tiempos siempre negaba que quisiera controlar el PSOE pero hacía todo lo
posible para lograrlo. Conocida la idea de algunos errejonistas sobre su particular
asalto al poder, descubierta la trama y conociendo la airada respuesta del
líder supremo y los suyos, los líderes de la moderación, Errejón y Bescansa,
corren a negar que fuera una idea suya, cuales Pedros en vísperas de la crucifixión,
mientras que Iglesias (nombre adecuado para la metáfora) recuenta los judas que
bailan a su alrededor, a buen seguro no frenará las espadas de sus soldados.
Como
vivimos en democracia, estas cosas pasan en todos los partidos casi todos los
días y son de lo más normal. Lo único que las apacigua son las épocas en las
que el partido controla el gobierno, que ya se sabe que el poder une tanto como
disgrega su pérdida. En las dictaduras eso no es así, allí no hay discusión.
China o Cuba, que hoy elige (es una forma de hablar) al sucesor de Castro son,
quizás, los referentes más queridos para un Pablo Iglesias que sueña día tras
día con ser presidente del gobierno y poder extender su autoritarismo, que no
esconde nunca, a todos los ámbitos de la vida. Ese sueño, esos cielos, se
alejan cada vez más, y la tierra en la que se enfanga Podemos es la ya muy
conocida, la de las divisiones, corrientes y disputas de quienes no han ganado
elecciones.
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