jueves, abril 26, 2018

Cifuentes, humillada, dimite


Debió dimitir Cifuentes de su cargo como presidenta de la Comunidad de Madrid, por el caso máster, el día en el que el rector de la Universidad Rey Juan Carlos dijo que no constaban registros del mítico trabajo final en los archivos de la Universidad. Desde entonces Cifuentes era un zombi, un cadáver andante que no podía llegar muy lejos. Ayer dio su brazo a torcer y presentó la renuncia, en medio de un escándalo, por denominarlo de alguna manera, que iba dirigido contra su persona para humillarla de la manera más cruel y vengativa posible. Yéndose hace unas semanas hubiera salvado un poco de su honra. Dejándolo ayer, tras la puñalada que le asestaron en forma de vídeo cutre, nada queda de su imagen y futuro.

Una vez que el caso político Cifuentes se ha terminado, con el cobro de una importante pieza de caza mayor que deja al PP gravemente herido en el que, quizás, sea su último gran feudo, quedan dos casos que requieren investigación, actuación judicial y depuración de responsabilidades. Uno es el relacionado con la negligente gestión, seamos diplomáticos, de la Universidad rey Juan Carlos, institución que ha quedado arrasada por la actuación de Cifuentes y, sobre todo, su rector y todos los miembros de esta trama, que han mostrado en cada comparecencia o entrevista la sordidez de lo que allí pasa. ¿Se cumple alguna ley en esa institución? ¿Hay normas que se respetan y custodia documental como es debido? El otro caso es la flagrante violación de la ley que hace que las grabaciones de las cámaras sean borradas al cabo de un mes, salvo que un juez indique lo contrario. La escena en la parte interior del Eroski de Vallecas, cercano a la sede de la asamblea de Madrid, tuvo lugar en 2011, hace siete años, y debiera estar borrada desde poco más o menos el mismo plazo temporal. Pero no, alguien la guardó, comerció con ella, la atesoró y esperó al momento preciso para vendérsela a una web de dudoso prestigio (otra vez la diplomacia) que hizo ayer el negocio de su vida, con una trama que deja la “Primera Plana” de Billy Wilder convertida en una inocente telecomedia. ¿Quién se quedó con esa grabación y no la borró, como era debido? ¿Atesora esa persona más grabaciones de la propia Cifuentes o de otros políticos? ¿Cómo llegó a los medio la grabación? ¿Se ha pagado? ¿Cuánto? Si desde el principio el llamado “fuego amigo” ha estado en el centro de la polémica sobre Cifuentes, y se ha señalado como el instigador de muchos de sus problemas, lo sucedido ayer refuerza claramente esa teoría y apunta a un comportamiento pseudomafiso por parte de personajes que han estado en la vida pública y ocupado cargos de responsabilidad. Los cruces de acusaciones de espionaje que se han lanzado presuntos delincuentes como Granados, Ignacio González o Esperanza Aguirre, la contratación de seguidores y la elaboración de dosieres dan consistencia a la idea de que existen redes de chantaje dentro del PP de Madrid que, en el caso de ayer, actuaron con la discreción y delicadeza que caracteriza al FSB ruso en Londres. Cifuentes murió, políticamente hablando, con un envenenamiento organizado desde sus propias filas y ejecutado por un medio útil que ayer hizo caja con la desgracias ajena. ¿Era Cifuentes demasiado peligrosa para esa trama? ¿Quería acabar con ella? ¿No colaborar? ¿Se negó y fue chantajeada para que cambiara de actitud? ¿Son todas las informaciones que comentamos desde hace meses munición lanzada contra ella, aprovechando sus propios errores? Se nos acumulan las preguntas encima de la mesa y, sospecho, seguiremos mucho tiempo sin respuesta. Además, ahora que el foco mediático abandonará el caso, cobrada la pieza política, ¿a quién le va a interesar saber la verdad?

Más allá de las tramas, Cifuentes ha caído por sus propios errores, especialmente por un máster que, aparentemente regalado, nunca debió aceptar porque para nada necesitaba. Lo de los botes de crema es una niñería que puede reflejar más un trastorno de comportamiento que un problema político. Pero por encima de todo, lo de Cifuentes vuelve a demostrarnos que la política puede convertirse, a veces, en el más sucio y embarrado escenario de las pasiones humanas, desatadas por la obtención y mantenimiento del poder, que de eso se trata. En siglos pasados estos casos se solucionaban con asesinatos y bellos versos de Shakespeare o Cicerón. Hoy tenemos intrigas, cutres grabaciones y mensajeros que se las dan de periodistas. Algo hemos mejorado, pero el fondo del asunto sigue siendo igual de repugnante

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