Es
curioso, pero desde hace décadas Japón funciona como brújula para saber lo que
va a pasar a nuestras sociedades occidentales con unas décadas de adelanto.
Tuvieron su explosiva burbuja inmobiliaria en los ochenta, que reventó como lo
hizo la nuestra veinte años después, y tras una década perdida, la política
monetaria expansiva, con un componente intervencionista por parte del gobierno,
en lo que se ha llamado “Abenomics” en honor al primer ministro Shinzo Abe, ha
generado un hundimiento de los tipos, un crecimiento débil y una deuda enorme e
impagable, en una senda de suave subida del PIB sin ganancias de productividad.
¿Verdad que les suena?
Aunque
es una sociedad muy distinta a la nuestra, su
demografía también nos precede en el acelerado proceso de envejecimiento y
caída de la población residencial. Es Japón el país con mayor esperanza del
mundo, siendo España el segundo, y la longevidad de su población es
elevadísima, un poco más que la nuestra para que se hagan una idea. El número
de nacimientos en el país es bajísimo, y la cuantía de personas en edad fértil
que no poseen relaciones físicas, no quieren tenerlas, e incluso les produce
repulsión pensar en ellas no deja de crecer. Con este panorama es normal que
Japón alcanzara ya en 2008 su máximo de población, con algo más de 120 millones
de habitantes, apiñados en las cuatro islas, y sobre todo en Tokio, que con 34
millones es la mayor urbe del mundo. Los modelos registran desde entonces un
estancamiento de la población que empieza a gotear a la baja y prevén que, si
no hay cambios bruscos, la pendiente negativa en el registro de población se
acentúe año tras año. El país alcanzaría los cien millones de habitantes en
2060, perdiendo así un sexto del total de sus habitantes, y el proceso seguiría
inexorable, retroalimentándose al poseer cohortes de población cada vez más
envejecidas y menor cantidad de gente joven año tras año. Esta sociedad, cada
vez más envejecida, supone un reto en sí mismo. El cuidado de cohortes de
ancianos cada vez mayores exigirá modificar los presupuestos de una nación en
la que la atención a la infancia va camino de ser algo residual, y el pago de
pensiones y cuidados geriátricos no dejará de crecer. Esa población envejecida
ahorra más y consume menos, y eso aletargará aún más el proceso de crecimiento económico,
dado que la inversión productiva cada vez será menos necesaria ante la
disminución de necesidades vitales de generaciones que no se van a dedicar a
producir. Hay tres remedios posibles ante estos escenarios. Uno es el de
aumentar la tasa de natalidad de las generaciones jóvenes actuales, pero nada
parece que eso pueda producirse, ni en Japón ni en nuestro mundo. Una segunda opción
es la de la inmigración, de la que en Europa hablamos mucho, sabemos poco y
necesitamos lo mismo, pero en Japón es un concepto que no se plantean. Una de
las diferencias fundamentales respecto a nuestro mundo y aquel es que la
inmigración apenas existe en aquel archipiélago, fruto de unas restricciones
muy fuertes a la entrada, que afectan tanto a sus vecinos como a cualquier otra
nacionalidad, y que surgen por el concepto nacional que tienen los japoneses,
en el que la preservación de su modo de vida y, por qué no decirlo, su imagen de
superioridad respecto al resto del mundo, les hacen ver su país como un fortín
de integridad. Parece que el gobierno quiere cambiar algunos aspectos de esta
visión tan rancia para fomentar la llegada de nuevas personas al país, pero son
movimientos tímidos y, en todo caso, muy insuficientes. La tercera vía es la
que el país lleva aplicando desde hace mucho, la tecnología, la robótica y el
desarrollo de aplicaciones que realicen esa tarea asistencial. Por eso, entre
otros motivos, allí los robots son mucho más abundantes y la visión que se
tiene de ellos es mucho más positiva y necesaria de la que nos rodea. ¿Será
suficiente la vía tecnológica para afrontar este reto?
Algunos
signos y noticias indican que no. Ayer
volvimos a ver otro breve en el telediario sobre ancianos japoneses que cometen
pequeños delitos para ser encarcelados, como vía para tener un techo y
comida, en un país en el que las pensiones son mucho menores que aquí. Y, también,
para encontrar compañía. Allí y aquí la soledad empieza a ser una epidemia
devastadora, cada vez son más los casos de ancianos encontrados muertos en sus
casas y que nadie echó de menos porque en vida ya se les dio por acabados. Japón,
por delante, explorará algunas vías, nosotros tendremos que hacerlo también,
porque el envejecimiento y la soledad se abaten, de manera parece que
irremediable, sobre nuestras sociedades. Y ensimismados en debates pueriles y
ruidosos, no prestamos la atención a graves tendencias como esta.