miércoles, marzo 20, 2019

Torra, el ilegal


Esperar a que Quim Torra cumpla la ley es como sentarse ansiando la lluvia en Madrid este año. Ambas cosas son necesarias pero tan escasas como infrecuentes, y cuando se dan parece que es por casualidad, por efecto de la suerte y no por hechos consumados. El de los lazos amarillos en las fachadas de los edificios oficiales de la Generalitat no es sino el último de los episodios, desafíos de juguete de aprendiz de pirómano, de un personaje tan siniestro como irrelevante, que a cada día que pasa muestra más tanto su incompetencia como mala fe, producto de las negras ideas que anidan en su seno, y que contamina con su actitud a todos aquellos que con él se relacionan. Toma nota, PSOE, de a quién te arrimas.

La verdad es que poco se podía esperar de Torra y los hechos han ido demostrando hasta qué punto es la nada lo que anida en su dimensión política, y sólo el sectarismo es lo que exhala en su comportamiento diario. Elegido por el pirado de Waterloo, donde pueden ustedes darle varias acepciones al concepto de pirado, Torra era un completo desconocido para casi todo el mundo. Cuando fue señalado por el representante en la tierra del cielo soberanista muchos pudimos conocerlo, y lo que vimos fue horrendo. Un sujeto gris que había trabajado en una compañía de seguros y que en sus manifestaciones públicas (escasas) y escritos (más abundantes) no dejaba de referirse al mundo en términos de racismo y xenofobia. Dominado por un discurso de odio, supremacista, en el que los que con él comparten afinidad son los superiores y el resto bestias inmundas, las palabra de Torra eran el perfecto manual del extremista, dichas en un tono amable y clerical por el autor de las mismas, en un intento quizás de rebajar el tono de lo que realmente piensa, para no asustar. Esa táctica está ya demasiado vista, y es utilizada por muchos extremistas. En tiempos “sin complejos” cada vez menos, pero es un clásico. Los vaivenes de la política española han puesto en manos de Torra la gobernabilidad de toda la nación. Fue decisivo el voto de los suyos para tumbar el gobierno de Rajoy y aún más lo fue para tirar a la basura los presupuestos de Sánchez, y con ellos el gobierno socialista. Los devaneos del presidente, que pasó de calificarlo el Le Pen español cuando Sánchez no gobernaba a reunirse amablemente con él y aceptar algunos de los puntos de la delirante agenda independentista hablan mal de un Sánchez que nos ha acostumbrado a ser veleta a cada día, pero deja a las claras las rocosas convicciones de un exaltado que, ahora mismo presidente de la Generalitat, ejerce claramente funciones tóxicas para su cargo, institución y ciudadanía. Cada actuación de Torra en público es un compendio de disparates, algunos ilegales, otros no, pero que en su conjunto dibujan la figura de un sujeto obsesionado por la etnia, la diferencia, la separación, la exclusión, los buenos y los malos, los puros y los impuros, los dignos y los indignos. Y él y los suyos, claro, son los que antes, ahora y siempre dictaminan quién pertenece a uno de los bandos, los escogidos, y quién no. Si Torra no llevara el nacionalismo por bandera sería visto en todo el país como lo que es, un racista sectario, pero el envolverse con banderas regionales otorga, sin que tenga muy claro el por qué, un aura de respetabilidad que a parte de nuestra sociedad cautiva. Es digno de resaltar como la izquierda mediática y sociológica no es capaz de ver en este personaje, y movimientos similares, a un enemigo absoluto a todo el discurso que el socialismo, solidario, internacionalista y progresista, encarna. Torra es un sectario racista y, por cierto, muy de derechas, y es comprendido en ambientes que se declaran de izquierdas, incluso de extrema izquierda, lo que no logro explicarme de ninguna manera. No es que los pueda engañar, que Torra no tiene capacidad para ello. ¿Por qué algunos aún se dejan engañar por estos personajes?.

Acabe quitando los lazos, o no, Torra se ha demostrado como el perfecto valido del delincuente fugado. Entre los dos han destrozado lo que antaño era el vehículo político de la burguesía catalana, han arruinado empresas, obligado a marcharse a ciudadanos de sus lugares de residencia y sembrado el virus del nacionalismo etnicista en una sociedad que siempre tuvo un componente nacionalista en su seno, pero atemperado por el pragmatismo por encima de todo. Pasarán años, quizás décadas, hasta que la normalidad vuelva a ser nuevamente moneda corriente en Cataluña, y entonces muchos se preguntarán cómo alguien como Torra llegó a ocupar y degradar de semejante manera el cargo del Molt Honorable President de la Generalitat.

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