Con
la crisis financiera de 2008 se generaron, o agravaron, tres tendencias que,
desde entonces, condicionan el negocio bancario y lo convierten en un nicho
nada atractivo. Una es la del derrumbe de los tipos de interés, y el efecto que
eso genera en un operador que vive del margen de intermediación, ya que su
beneficio surge de la diferencia entre lo que cobra por prestar y lo que paga por
custodiar los ahorros. Con tipos nulos y rentabilidad de depósitos agotada el
margen bancario se derrumba. Otro proceso es el de la rigidez normativa, cada
vez mayor y más exigente, para evitar desmanes y controlar a un sector que hizo
creer en la autorregulación pero que demostró que eso era una falacia. Un banco
empieza a parecerse en su forma de ser a un Ministerio.
El
tercer factor, que venía de antes y va a más cada día, es el de la
digitalización. Las tecnologías de la información afectan a todos los sectores,
y el bancario no puede excluirse. De hecho es uno de los más intensivos en su
uso desde la aparición de los ordenadores. Las aplicaciones y servicios webs
han hecho que el papel de las sucursales se reduzca día a día y que el personal
que trabaja en ellas vea su futuro muy mermado. Pero el caballo de batalla de
la digitalización son las llamadas fintech, compañías puramente tecnológicas
que pueden entrar en el negocio financiero porque conocen a los usuarios mejor
que su madre, saben lo que hacen en cada momento, lo que desean comprar, lo que
gastan y lo que ingresan. Siempre se ha pensado que Amazon sería una de las que
primero se embarcaría en este sector, y muchos creíamos que la aparición de un
botón gritando “te lo financio” en su web a la hora de hacer las compras sería
a revolución que dejaría temblando a las entidades financieras. De momento ese
paso no ha llegado, que yo sepa, y pese a que hace un par de años Facebook
obtuvo licencia bancaria en España, los múltiples rumores sobre el uso
financiero de sus aplicaciones, como la propia red social o Whatsapp, no acaban
de concretarse en un servicio novedoso. Ayer
se supo que la que quiere lanzarse a este mundo es Movistar, el nombre
comercial de Telefónica, que agrupa a todas sus marcas. En asociación con Caixabank,
va a lanzar una línea de créditos para sus clientes por pequeños importes, del
entorno de los 4.000 euros, se supone que destinados principalmente al consumo.
Esos créditos poseen unos intereses cuya TAE supera ampliamente el 10%, por lo
que son de lo más ruinoso para los clientes que los contraten y de lo más
rentable para la operadora si consigue colocarlos. Todo parece indicar que este
es el primer paso en el proceso de crear una entidad propia, Movistar Money lo
han llamado, que vaya creando un ecosistema financiero de préstamos y créditos,
primero dirigido en exclusiva a los actuales clientes de Movistar, pero que luego
saltaría al mercado general, convirtiéndose así en un nuevo actor, en
competencia directa con las entidades financieras puras y las empresas que ya
hoy en día se dedican en exclusiva al crédito rápido (y carísimo) al consumo.
No consta que este servicio de Movistar vaya a ser una entidad bancaria como
tal, porque eso implicaría la aceptación y custodia de depósitos y el uso, por tanto,
de una ficha bancaria otorgada por el Banco de España, pero parece obvio que la
compañía quiere explorar un nuevo nicho de mercado y sacar rentabilidad a sus
datos, nuestros datos, con los que opera sin cesar. En la sede del barrio
madrileño de Las Tablas conocen como la palma de la mano a sus clientes, nos
tienen monitorizados y no pueden dejar escapar la oportunidad de sacar dinero
de unos comportamientos que analizan en detalle. El big data, entre otra muchas
cosas, sirve para eso, y para eso es por lo que las empresas están invirtiendo
en él.
¿Deben
preocuparse los bancos por estos movimientos? La respuesta obvia es que sí, aunque
cuentan con la enorme ventaja de saber mucho mejor que estos nuevos
competidores cómo funciona el negocio financiero y cómo sacarle hasta el último
céntimo de rentabilidad. De todas maneras ya hemos visto que la irrupción de la
digitalización masiva ha transformado por completo aquellos sectores a los que
ha llegado, y las finanzas no serán una excepción. ¿Hacia dónde se encamina el
sector? ¿Serán estos nuevos actores, u otros aún por desarrollar, la
competencia de la banca comercial de toda la vida? ¿Se reinventarán los bancos
para competir? Todo está por ver, hagan sus apuestas. De momento, consejo,
nunca pida un crédito al consumo en ninguna parte, es una ruina para usted.
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