Hace
unos días pudimos ver la auténtica cara del régimen de Maduro en los
enfrentamientos acaecidos en los puentes fronterizos entre Venezuela y Colombia.
Envíos de ayuda humanitaria quemados y bandas de paramilitares a sueldo del
régimen militar hostigando a civiles y personal humanitario que trataba de
ayudar a los miles de venezolanos que han encontrado en esas vías y en el país
vecino la única escapatoria posible a la miseria y hambre que les corroe. A
pesar de que parte de la opinión pública internacional los miraba, los mafiosos
a sueldo de Maduro actuaron con saña. Se frustró la entrega de ayuda en esa
frontera y, con su actuación, el régimen quedó aún más retratado si cabe.
Tras
una gira por naciones vecinas del subcontinente sudamericano, Guaidó ha vuelto
a Venezuela, en un movimiento arriesgado en el que las posibilidades de que
algo le saliera mal eran muy elevadas. Y de momento la suerte le sonríe, aunque
quizás habría que eliminar el término suerte y sustituirlo por poder, al menos
una porción del mismo, que empieza a recaer de manera efectiva sobre sus
hombros. Maduro amenazó con detenerlo a su vuelta a Caracas, y Guaidó anunció
cuándo y cómo iba a volver para convocar a sus seguidores. Masas humanas como
muestra de respaldo popular y, también, como escudos para protegerlo de un
posible intento de detención. ¿Qué ha hecho Maduro esta vez? Nada. Ni el más
mínimo asomo de policías o militares leales tratando de detener a Guaidó o de
obstaculizar su regreso. ¿Por qué? Hay
varias respuestas, pero una, directa, es que Guaidó empieza a ser peligroso
para el régimen, empieza a concitar un respaldo no sólo nominal, sino real
entre gran parte de la población del país, no digamos en el exterior, y sabe
Maduro que sus garras empiezan a no ser muy efectivas ante la coraza “presidencial”
que empieza a proteger, de manera efectiva, al autoproclamado presidente. Vista
desde fuera, la situación venezolana se ha enquistado en un desequilibrio de
poder que, poco a poco, bascula hacia un equilibrio entre los dos personajes,
con un ejército que, en todo caso, no da muestras de decantarse unánimemente a
favor de Maduro ni de oponerse con saña contra Guaidó. La medida de cuán grande
es la división entre los militares es la única que puede decantar esta
situación, pero es probable que el proceso que se ha iniciado de
engrandecimiento de Guaidó no cese mientras que la decadencia de Maduro se
agrave. ¿Cuál es el problema? La velocidad de ambos procesos. Este tipo de
situaciones no pueden prolongarse mucho en el tiempo porque son inestables por
definición, y están llenas de riesgos de todo tipo. Al poder no le gusta
bascular, sino vivir asentado y quieto, y en una situación como la presente las
posibilidades de insurrecciones y movimientos armados son más que reales. El
hartazgo de la población venezolana es inmenso y es poco probable que, si el
régimen ataca a Guaidó, no responda de manera simétrica. Maduro, como todo buen
dictador, no quiere dejar el poder, y a medida que la situación se prolongue es
probable que su nerviosismo aumente, y cometa actos violentos o desesperados,
que pueden, sí, acelerar su caída, pero causar daños y víctimas en un país ya
lleno de ellas. Por parte de Guaidó, a pesar de que corre riesgos evidentes, en
un país lleno de paramilitares y armas por doquier, su posición se ve
favorecida por el tiempo, pero tampoco puede aspirar a prolongar sine die el
equilibrio actual. Es una alternativa de poder, no un contrapoder. De momento
va ganando, poco a poco, pero un proceso lento de consolidación tampoco le
favorece.
Es
muy difícil realizar predicciones, en toda coyuntura, y más en esta. No han
sido pocos los regímenes en la historia que, con aparente solidez, se han
derrumbado estrepitosamente en apenas días sin que nadie lo hubiera previsto,
mientras que otros han aguantado años y años en una situación de aparente
fragilidad, pero con los resortes internos del poder oculta y bien controlados.
Nuevamente, son los militares los que van a decantar la situación. Hay un goteo
de deserciones pero no se ve, de momento, el paso masivo de oficiales del
madurismo a la libertad. Si ese paso se diera el régimen caería en horas. Sin él,
la situación puede encallar y convertirse en una larga partida de desgaste de
incierto futuro. Y todo con una población que sufre y pasa penalidades sin fin,
inimaginables desde nuestra acomodada posición. Y pensar que no pocos de los de
aquí han añorado y defendido esa dictadura hasta hace un par de minutos. Qué
triste.
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