viernes, marzo 29, 2019

Japón, su demografía será la nuestra


Es curioso, pero desde hace décadas Japón funciona como brújula para saber lo que va a pasar a nuestras sociedades occidentales con unas décadas de adelanto. Tuvieron su explosiva burbuja inmobiliaria en los ochenta, que reventó como lo hizo la nuestra veinte años después, y tras una década perdida, la política monetaria expansiva, con un componente intervencionista por parte del gobierno, en lo que se ha llamado “Abenomics” en honor al primer ministro Shinzo Abe, ha generado un hundimiento de los tipos, un crecimiento débil y una deuda enorme e impagable, en una senda de suave subida del PIB sin ganancias de productividad. ¿Verdad que les suena?

Aunque es una sociedad muy distinta a la nuestra, su demografía también nos precede en el acelerado proceso de envejecimiento y caída de la población residencial. Es Japón el país con mayor esperanza del mundo, siendo España el segundo, y la longevidad de su población es elevadísima, un poco más que la nuestra para que se hagan una idea. El número de nacimientos en el país es bajísimo, y la cuantía de personas en edad fértil que no poseen relaciones físicas, no quieren tenerlas, e incluso les produce repulsión pensar en ellas no deja de crecer. Con este panorama es normal que Japón alcanzara ya en 2008 su máximo de población, con algo más de 120 millones de habitantes, apiñados en las cuatro islas, y sobre todo en Tokio, que con 34 millones es la mayor urbe del mundo. Los modelos registran desde entonces un estancamiento de la población que empieza a gotear a la baja y prevén que, si no hay cambios bruscos, la pendiente negativa en el registro de población se acentúe año tras año. El país alcanzaría los cien millones de habitantes en 2060, perdiendo así un sexto del total de sus habitantes, y el proceso seguiría inexorable, retroalimentándose al poseer cohortes de población cada vez más envejecidas y menor cantidad de gente joven año tras año. Esta sociedad, cada vez más envejecida, supone un reto en sí mismo. El cuidado de cohortes de ancianos cada vez mayores exigirá modificar los presupuestos de una nación en la que la atención a la infancia va camino de ser algo residual, y el pago de pensiones y cuidados geriátricos no dejará de crecer. Esa población envejecida ahorra más y consume menos, y eso aletargará aún más el proceso de crecimiento económico, dado que la inversión productiva cada vez será menos necesaria ante la disminución de necesidades vitales de generaciones que no se van a dedicar a producir. Hay tres remedios posibles ante estos escenarios. Uno es el de aumentar la tasa de natalidad de las generaciones jóvenes actuales, pero nada parece que eso pueda producirse, ni en Japón ni en nuestro mundo. Una segunda opción es la de la inmigración, de la que en Europa hablamos mucho, sabemos poco y necesitamos lo mismo, pero en Japón es un concepto que no se plantean. Una de las diferencias fundamentales respecto a nuestro mundo y aquel es que la inmigración apenas existe en aquel archipiélago, fruto de unas restricciones muy fuertes a la entrada, que afectan tanto a sus vecinos como a cualquier otra nacionalidad, y que surgen por el concepto nacional que tienen los japoneses, en el que la preservación de su modo de vida y, por qué no decirlo, su imagen de superioridad respecto al resto del mundo, les hacen ver su país como un fortín de integridad. Parece que el gobierno quiere cambiar algunos aspectos de esta visión tan rancia para fomentar la llegada de nuevas personas al país, pero son movimientos tímidos y, en todo caso, muy insuficientes. La tercera vía es la que el país lleva aplicando desde hace mucho, la tecnología, la robótica y el desarrollo de aplicaciones que realicen esa tarea asistencial. Por eso, entre otros motivos, allí los robots son mucho más abundantes y la visión que se tiene de ellos es mucho más positiva y necesaria de la que nos rodea. ¿Será suficiente la vía tecnológica para afrontar este reto?

Algunos signos y noticias indican que no. Ayer volvimos a ver otro breve en el telediario sobre ancianos japoneses que cometen pequeños delitos para ser encarcelados, como vía para tener un techo y comida, en un país en el que las pensiones son mucho menores que aquí. Y, también, para encontrar compañía. Allí y aquí la soledad empieza a ser una epidemia devastadora, cada vez son más los casos de ancianos encontrados muertos en sus casas y que nadie echó de menos porque en vida ya se les dio por acabados. Japón, por delante, explorará algunas vías, nosotros tendremos que hacerlo también, porque el envejecimiento y la soledad se abaten, de manera parece que irremediable, sobre nuestras sociedades. Y ensimismados en debates pueriles y ruidosos, no prestamos la atención a graves tendencias como esta.

No hay comentarios: