jueves, marzo 07, 2019

ÉL


ÉL. Así, en mayúsculas, bien visibles, llenando todo, marcando territorio y, metafóricamente, masculino paquete. Cubriendo en cartel con su presencia e imagen, siendo el centro de todo lo que hubo, hay y habrá, dejando a las claras que su mujer es una mera sustituta interina, y que todos los demás no son sino siervos a su servicio. Él se reencuentra con la gente y la gente vuelve a tener en él al líder soñado que les conducirá al paraíso, que liberará a la estúpida masa, incapaz de pensar, de sus cadenas, porque él, el ser superior, el señalado, el ungido, sabe lo que es lo mejor para todos. En él se encarnan los valores del pueblo escogido. Él es, de hecho, el pueblo.

Hay dos cosas que pugnan por ser lo más asombroso del montón de estupideces que se desvelan en el cartel de la vuelta de Pablo Iglesias a la política. Una es que él mismo se cree esa figura de adulación máxima que ha creado, y ejerce sin disimulo como tal. Lo segundo es que, en ciertos ámbitos y reductos, funcione, y que haya personas dispuestas a seguir a este tipo de liderazgos hasta el extremo creyendo, sinceramente, que en ellos anida la verdad. El desvarío mental de Iglesias, porque no se muy bien sino como calificar el ego que se le escapa por todos los poros, puede ser una curiosa excepción, sólo le afecta a él y está confinado en el seno de su infinita autovaloración, en su eterna y elevadísima imagen de amor propio que cultiva sin fin. El que eso tenga éxito es un asunto más profundo, que nos dice mucho sobre la psicología de masas, sobre la capacidad que el líder tiene de influir en aquellos que creen en él y llevarlos hasta el precipicio, y llegado el caso mandarles que se arrojen por él y conseguir que esas masas aborregadas se suiciden con caras sonrientes. A lo largo de la historia hemos visto innumerables ejemplos de liderazgos políticos exacerbados que siempre han acabado igual. El culto a la personalidad es algo común en la política, pero en sus extremos se convierte en seña de identidad única y plena, la causa fundamental del movimiento. Hitler o Stalin encarnaron, desde posiciones aparentemente opuestas, pero realmente iguales, el mesianismo perfecto, que no es sino otra forma de definir la dictadura absoluta. Ellos eran su régimen, y su final era el final de todo, porque en ellos todo empezaba y terminaba. El lavado de cabeza de sus sociedades fue absoluto, gracias al empeño de miles de profesionales y servidores en todas las áreas posibles dedicados en cuerpo y alma al engrandecimiento del ser superior. El caudillismo latinoamericano, del que tanto bebe Iglesias, tanto envidia y tanto desea emular, resulta ser una versión más burda y chusca de esos movimientos totalitarios europeos, pero no por ello menos efectiva. Ahí tenemos los casos de Hugo Chávez o Daniel Ortega, casi canonizado el primero por sus engañados seguidores (afortunadamente cada vez menos) y manteniéndose el segundo al frente de una Nicaragua destruida por su ego y mano de hierro. ¿Cómo logran estos personajes lamentables el respaldo unánime y el servilismo ciego? No lo se, no me lo explico. Son listos, sí, saben que teclas pulsar para emocionar a los suyos y crear corrientes de opinión favorables, pero un mero análisis de un par de minutos por parte de una mente serena arroja siempre la misma conclusión. Son una falsedad total, un ejemplo perfecto de egolatría propia de psiquiátrico y unos personajes ávidos de riqueza y poder hasta el extremo. Sus discursos se basan en tópicos falces y en argumentaciones de quita y pon. Las fuerzas ocultas que se oponen a su clarividencia son las culpables de todos los males, y armados de la verdad y la palabra, en ellos, afirman, radica la verdad, cuando esos dos minutos de análisis bastante para destapar la inmensa montaña de chorradas que son sus, en apariencia, serios y hondos discursos. De ahí que reírse de ellos sea muy fácil y que, por su puesto, todos estos sujetos carezcan, por completo, de sentido del humor.

Personajes de estos se encuentran a lo largo de todo el espectro ideológico, porque lo suyo no son ideas políticas sino egolatría y ansia de poder. De hecho se puede jugar a las siete diferencias entre Iglesias y Abascal y acabar en unos pocos minutos encontrando apenas tres. Resulta obvio que todo lo que antes he comentado tiene un componente religioso que lo impregna todo, y es que todos estos líderes aspiran, por encima de todo, a fundar una religión de fieles a su persona. Y no deja de ser cruel que Iglesias se autoproclame el Mesías liberador cuando las elecciones en las que su formación (él) puede sufrir un mal resultado se celebran a los pocos días de la Semana Santa. Pero seguro que desde la dacha de Galapagar se cree en la resurrección de la carne de Iglesias, de su cuerpo. Y cruel será el castigo a los que carecen de fe.

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