En
unos pocos días se acaba el plazo del que disponen los partidos para
confeccionar las listas de candidatos a las elecciones generales del 28 de
abril. Nuestro sistema de votación en el Congreso es mediante listas cerradas y
bloqueadas, por lo que el orden de los candidatos y su número vienen
determinados por lo que el partido ha decidido. El votante selecciona marca
electoral, nada menos, pero nada más. Eso da poder a las organizaciones
políticas, que estiman cuántos escaños van a sacar por provincia y así
determinan quién se lleva el premio gordo de un puesto en el Congreso y quién
no. A la hora de hacer las listas siempre hay peleas, disputas y broncas en
todos los partidos.
Para
el caso de las que vienen ahora se ha comentado mucho el paralelismo que ha
habido a la hora de hacer las listas en el PP y el PSOE. Ambos, por motivos
diferentes, han visto como el jefe de la casa, Sánchez o Casado, ha impuesto a
los suyos por encima de todos los demás de unas formas y maneras que han sido
muy criticadas, sobre todo por los perdedores, pero que en general se han visto
como un ejercicio de imposición y cesarismo que deja claro que la democracia
interna de los partidos es tan profunda como el río Manzanares a su paso por
Madrid. Sánchez ha laminado a los susanistas en Andalucía y, en general, a
todos los que no le prestaron apoyo en los momentos que vivió en el exilio tras
su renuncia a la secretaría general hace algunos años. Su afán de venganza y de
cobrarse cuentas pendientes ha sido evidente, y tiene la posibilidad de crear
un grupo parlamentario de fieles rocosos que nada le discutan. Las encuestas,
que coinciden en el que el PSOE superará los 84 diputados que pose ahora, le
daban más margen para incorporar fieles a unas listas más exitosas, y eso ha
hecho. Nombres relevantes como Planas en Sevilla (susanista a muerte) o Urquizu
en Aragón (un señor bastante interesante, poseedor de un sólido discurso) han
desaparecido. Sonado ha sido el caso de Pepe Blanco, que no repetirá como
eurodiputado. Susanista moderado, en los últimos meses ha tratado de hacer
méritos como sanchista exaltado, pero se ha convertido en el perfecto ejemplo
de la expresión clásica que reza que “Roma no paga traidores”. Él y Elena
Valenciano dejan el parlamento europeo y su futuro político, si existe, será
gris a más no poder. En el PP las aguas bajan turbias por otros motivos. El liderazgo
de Casado es aún muy débil y las encuestas coinciden en que ni soñando logrará
alcanzar los 134 diputados que tiene ahora, por lo que el número de cesantes,
de manera obvia, sólo puede crecer. Casado ha aprovechado estos dos elementos
para hacer limpia del marianismo, que apoyó mientras le fue útil y del que
ahora reniega día sí y día también. La posibilidad de enfrentarse a un mal
resultado (menos de cien escaños sería una derrota clara) ha provocado que
trate de crear unas listas de fieles seguidores para que, sean los que sean los
elegidos, le apoyen y no discutan su liderazgo independientemente de cuál sea
el resultado electoral. Busca así prolongarse en el tiempo y sobrellevar lo
que, en su campaña diaria, no es sino la asunción de un mal escrutinio para la
marca PP. El PSOE realizó primarias para algunas de sus listas, el PP ni se ha
molestado en simularlas (o amañarlas, como Ciudadanos en algún caso) y el
resultado ha sido el mismo en ambas formaciones. Prietas las filas y servilismo
absoluto al líder. Podemos y Ciudadanos han optado por tácticas distintas y resultados
dispares. Los de Rivera han mezclado los fichajes mediáticos con primarias
dirigidas desde la cúpula, y algunas han salido bien y otras un desastre, tanto
las primarias como los fichajes. Podemos vive en la indefinición, la ruptura
con las confluencias y el ansiado retorno de ÉL, que traerá luz y vida a una
formación que parece entrar en barrena.
No es nueva, como antes
señalaba, esta forma de elaborar listas y el uso de las mismas como premio y,
sobre todo, castigo. En la época de Alfonso Guerra como secretario general del
PSOE su dictado en este aspecto (y en casi todos) era palabra de Dios, y nadie
osaba a discutirle nada hasta que empezó a caer en desgracia. Y en el PP lo
mismo. Álvarez Cascos, que durante muchos años fue el responsable de este tema,
era apoderado General Secretario en Génova, por el poder absoluto que tenía y
por cómo decidía quién era candidato y quién no. Eran épocas pasadas, sin redes
sociales ni muchas tonterías de las que hoy nos dominan, pero ya ven, la forma
de funcionar de (todos) los partidos no ha cambiado casi nada. Sólo los
perdedores suelen reclamar un cambio en las formas, hasta que alcanzan el poder
de decisión, y las ven correctas.
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