jueves, marzo 14, 2019

La crisis del 737 de Boeing


Vivimos en directo lo que no es sino un perfecto ejemplo de eso que se hace llamar efecto mariposa, de concatenación de sucesos aparentemente alejados unos de otros pero que tienen nexos comunes y generan consecuencias inesperadas e intensas. Quién iba a sospechar que la desgracia de un accidente aéreo acaecido la mañana del domingo 10 de marzo en Etiopía iba a generar una crisis aérea global y la puesta en la picota de Boeing, la mayor empresa aeronáutica del mundo, un gigante industrial cuyos números desbordan y cuya planta de montaje en Everett, cerca de Seattle, estado de Washington, es el mayor edificio industrial del mundo. Pues aquí lo tienen, en apenas días, la crisis total para un imperio.

El accidente del domingo fue el segundo, en meses, del nuevo modelo 737 Max 8. Los 737 son aviones muy veteranos de Boeing, pero que han sido mejorados en nuevas entregas y, la verdad, poco tienen que ver con su diseño original. Es como si en coches hablamos del Golf y juntamos a un modelo de los noventa con uno que salga ahora de las plantas de montaje de Volkswagen. Las últimas series del avión, esas apellidadas MAX 8 y 9, son modelos ultracompetitivos, dotados de grandes avances tecnológicos y potentes y eficientes motores, que les otorgan un ahorro de combustible fantástico, lo que los hace imbatibles para las compañías aéreas, obsesionadas por los costes. El principal de todos ellos es el combustible, y este modelo otorga ahorros que se sitúan en el entorno del 15% respecto a lo conocido. Sus ventas han sido muy buenas y la cartera de pedidos enorme, y era ahora mismo el modelo estrella de la marca. A medida que los aviones han ido evolucionando también lo ha hecho la informática que los gestiona y ayuda a pilotarlos, y cada vez son más los parámetros que los ordenadores de abordo controlan y las tareas que se automatizan. Eso puede tener sus riesgos, y en modelos nuevos, en los que la aviónica es distinta respecto a los precedentes, ese riesgo crece. El primer accidente del 737 MAX tuvo lugar hace pocos meses en Indonesia, se achacó a un mal mantenimiento, pero ya entonces surgieron voces de cómo los ordenadores del nuevo avión interpretaban a veces de manera errónea lecturas de algunos sensores relacionados con la medición del ángulo de ataque del morro en los despegues, y de cómo los pilotos debían no hacer caso a las indicaciones de la informática para garantizar una operación segura. Salieron artículos sobre la posibilidad que tenían los pilotos de desconectar algunas de las secuencias de software para que eso no pasara, y cómo todos esos procesos de desconexión no eran nada sencillos. Poco más se supo hasta el pasado domingo, cuando otro 737 MAX se estrelló al poco de despegar. El que esta vez no fuera una línea de bajo coste la sufridora de la tragedia sino una compañía de prestigio escamó mucho, y que se repitiera el suceso en el mismo y novedoso avión empezó a disparar las alarmas. En no muchas horas eran ya varias las compañías y países que solicitaban la inmovilización del modelo y las alertas se dispararon. El proceso ha sido de auténtica cascada, hasta llegar a la orden de Trump de ayer, que obligaba a dejar en tierra en los propios EEUU a todos los aviones de ese modelo. Esa orden es una manera de gritar a los cuatro vientos que el problema existe, y que los tenemos directamente en casa. La situación no es exactamente inédita, dado que algo similar se vio con las baterías de un anterior modelo de Boeing, que también dieron problemas y obligó a inmovilizar aparatos, pero nunca en una escala semejante y con las posibles consecuencias, en forma de pérdidas económicas, por parte de una empresa que, ahora mismo, se juega parte de su futuro.

¿Qué ha pasado en estos accidentes? Es pronto para afirmarlo, pero lo sabremos, porque en aviación, salvo lo del vuelo de Malaysia Airlines, lo acabamos sabiendo todo, pero si el problema como parece es de software, Boeing va a tener que reconfigurar todos sus sistemas para garantizar la seguridad de un modelo ahora totalmente en entredicho. Imagino que decenas, cientos de ingenieros e informáticos llevan días y noches sin parar investigando qué es lo que ha podido pasar, en medio de su enfado asombro y miedo ante un futuro que se les ha descontrolado. Que todos estos problemas y disgustos en máquinas tan enormes puedan venir de algo tan intangible como la informática dice mucho, casi todo, del mundo complejo y volátil en el que nos movemos.

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