Vivimos
en directo lo que no es sino un perfecto ejemplo de eso que se hace llamar
efecto mariposa, de concatenación de sucesos aparentemente alejados unos de
otros pero que tienen nexos comunes y generan consecuencias inesperadas e
intensas. Quién iba a sospechar que la
desgracia de un accidente aéreo acaecido la mañana del domingo 10 de marzo en
Etiopía iba a generar una crisis aérea global y la puesta en la picota de
Boeing, la mayor empresa aeronáutica del mundo, un gigante industrial cuyos
números desbordan y cuya planta de montaje en Everett, cerca de Seattle, estado
de Washington, es el mayor edificio industrial del mundo. Pues aquí lo tienen,
en apenas días, la crisis total para un imperio.
El
accidente del domingo fue el segundo, en meses, del nuevo modelo 737 Max 8. Los
737 son aviones muy veteranos de Boeing, pero que han sido mejorados en nuevas
entregas y, la verdad, poco tienen que ver con su diseño original. Es como si
en coches hablamos del Golf y juntamos a un modelo de los noventa con uno que
salga ahora de las plantas de montaje de Volkswagen. Las últimas series del
avión, esas apellidadas MAX 8 y 9, son modelos ultracompetitivos, dotados de
grandes avances tecnológicos y potentes y eficientes motores, que les otorgan
un ahorro de combustible fantástico, lo que los hace imbatibles para las
compañías aéreas, obsesionadas por los costes. El principal de todos ellos es
el combustible, y este modelo otorga ahorros que se sitúan en el entorno del
15% respecto a lo conocido. Sus ventas han sido muy buenas y la cartera de
pedidos enorme, y era ahora mismo el modelo estrella de la marca. A medida que
los aviones han ido evolucionando también lo ha hecho la informática que los
gestiona y ayuda a pilotarlos, y cada vez son más los parámetros que los
ordenadores de abordo controlan y las tareas que se automatizan. Eso puede
tener sus riesgos, y en modelos nuevos, en los que la aviónica es distinta
respecto a los precedentes, ese riesgo crece. El primer accidente del 737 MAX
tuvo lugar hace pocos meses en Indonesia, se achacó a un mal mantenimiento,
pero ya entonces surgieron voces de cómo los ordenadores del nuevo avión
interpretaban a veces de manera errónea lecturas de algunos sensores
relacionados con la medición del ángulo de ataque del morro en los despegues, y
de cómo los pilotos debían no hacer caso a las indicaciones de la informática
para garantizar una operación segura. Salieron artículos sobre la posibilidad
que tenían los pilotos de desconectar algunas de las secuencias de software
para que eso no pasara, y cómo todos esos procesos de desconexión no eran nada
sencillos. Poco más se supo hasta el pasado domingo, cuando otro 737 MAX se
estrelló al poco de despegar. El que esta vez no fuera una línea de bajo coste
la sufridora de la tragedia sino una compañía de prestigio escamó mucho, y que
se repitiera el suceso en el mismo y novedoso avión empezó a disparar las
alarmas. En no muchas horas eran ya varias las compañías y países que solicitaban
la inmovilización del modelo y las alertas se dispararon. El proceso ha sido de
auténtica cascada, hasta
llegar a la orden de Trump de ayer, que obligaba a dejar en tierra en los
propios EEUU a todos los aviones de ese modelo. Esa orden es una manera de
gritar a los cuatro vientos que el problema existe, y que los tenemos
directamente en casa. La situación no es exactamente inédita, dado que algo
similar se vio con las baterías de un anterior modelo de Boeing, que también
dieron problemas y obligó a inmovilizar aparatos, pero nunca en una escala
semejante y con las posibles consecuencias, en forma de pérdidas económicas,
por parte de una empresa que, ahora mismo, se juega parte de su futuro.
¿Qué
ha pasado en estos accidentes? Es pronto para afirmarlo, pero lo sabremos,
porque en aviación, salvo lo del vuelo de Malaysia Airlines, lo acabamos
sabiendo todo, pero si el problema como parece es de software, Boeing va a
tener que reconfigurar todos sus sistemas para garantizar la seguridad de un
modelo ahora totalmente en entredicho. Imagino que decenas, cientos de ingenieros
e informáticos llevan días y noches sin parar investigando qué es lo que ha
podido pasar, en medio de su enfado asombro y miedo ante un futuro que se les
ha descontrolado. Que todos estos problemas y disgustos en máquinas tan enormes
puedan venir de algo tan intangible como la informática dice mucho, casi todo,
del mundo complejo y volátil en el que nos movemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario