martes, marzo 26, 2019

Iglesias y Abascal, dos líderes tóxicos


El sábado volvió Él. Como colofón a un garrafal error de estrategia, que en el fondo deja muy clara cómo es su personalidad, Pablo Iglesias se dio un chapoteo de masas, que no baño dados los que estaban, este pasado sábado en la plaza del museo Reina Sofía, lugar emblemático para Podemos. Cuando uno vuelve a los mitos teniendo tan pocos años de edad como esa formación política quiere decir que algo no va bien. Pocas sorpresas dio Iglesias en su discurso, en el que volvió al estilo mitinero y bronco que le caracteriza, sin dejar resquicio alguno a los que no son plenamente fieles a su idea de la política, del partido, de la sociedad y de todo lo que él quiera entender en el mundo. O conmigo o contra mi, en un aire viejuno y desgastado. Ni unidos ni ya pueden.

Parece que en estas elecciones de abril un par de cosas están claras, y son la bajada de Podemos y la aparición de Vox en el Congreso. Quizás lo que baje uno suba el otro, y no es por casualidad. Podemos ha perdido el aura de partido de moda, de estar en la onda, de ser la herramienta para castigar al sistema, y ese papel lo juega ahora la formación ultraderechista. ¿Es absurdo plantear que hay trasvase de votos entre el comunismo podemita y el franquismo voxero? No, porque más allá de los fieles de ambas formaciones, que seguirán hasta el día del juicio final, una masa de votantes díscolos puede oscilar entre ambas formaciones, pendulando de un extremo a otro. Y además no sólo muchas de las ideas de ambos partidos son similares, sino que el liderazgo que ejercen sus jefes es perfectamente equiparable. Muchas cosas diferenciarán a Iglesias de Abascal, pero en lo profundo se parecen mucho. Ambos, por encima de todo, desean dictar, entienden el liderazgo como un proceso de sumisión absoluta del otro a sus propios designios. La libertad de ideas no existe en sus mentes, donde sólo una idea anida y el resto se persiguen, y la discrepancia se convierte rápidamente en disidencia y de ahí al ostracismo no hay nada. Sus formas son las de los años treinta, la de los líderes duros, visionarios, creadores de nuevos amaneceres, que bien se inspiran en la revolución de clase o en el orden social, pero que ansían sobre todas las cosas el poder perfecto, perpetuo y eterno. Ambos admiran regímenes de aborrecible recuerdo y de siniestra similitud en formas de desarrollo y represión. Para Iglesias todos los que no piensan como él en el extremo del espectro en el que vive son “izquierda amable” dicho con el rintintín de desprecio más absoluto hacia los que considera los peores traidores posibles. Para Abascal, los que no comulgan con su militarista y ultra visión social son “derechita cobarde” expresión que recita con el mismo tono que usa Pablo y, casi seguro, con la misma imagen de ira depositada en aquellos que ve como vendidos, claramente inferiores. Representan ambos la peor versión del liderazgo, del ejercicio de las ideas, que todos podemos ver en público, pero que muchas veces, en el día a día, observamos en entornos de trabajo o familia, donde protodictadores similares tratan de crear nichos de verdad y poder incontestables, convirtiendo en tóxicos aquellos ambientes en los que se desenvuelven. Estos comportamientos, de los que conviene huir como de la peste, han adquirido últimamente un cierto prestigio en la esfera pública, algo que soy incapaz de entender. El tertuliano borde, el jurado d concurso chulesco que se mofa y se hace el duro con todo aquel al que se dirige obtiene un inusitado premio de audiencia y gana más dinero con ello, mientras que el opinador moderado es arrasado, arrinconado. La duda se castiga, le fe ciega se premia, y entre semejantes ejercicios de demagogia, se arruina el debate, marchita el tejido social y se resiente al democracia en su conjunto.

¿Sabe Iglesias que su tiempo como líder supremo se agota? Quizás sí, porque será muchas cosas, pero tonto no, pero la idea de rodearse de colaboradores de fe ciega para protegerse ante un descalabro quizás indique su intención de resistir como sea. La alternativa de colocar a Irene Montero como sucesora sería un movimiento que lo equipararía con, pongamos, Daniel Ortega y su mujer, que encabezan la dictadura nicaragüense desde hace años en una sucesión familiar tan absurda como paródica. En todo caso, tanto Podemos como Vox representan lo peor de la política en España, suponen el contagio a nivel nacional de demagogias basura como la encarnada por Puigdemont y sus secuaces en Cataluña, y contaminan el debate político en un proceso de degradación que, legislatura tras legislatura, no parece conocer fondo.

No hay comentarios: