jueves, marzo 28, 2019

El Brexit lo destruye todo en UK


Hace unos días comentó, acertadamente, un analista en una emisora de radio que si alguno de los países del sur de Europa ofreciera el triste espectáculo de división y batalla que se ve a todas horas en el parlamento y sociedad británica los medios anglosajones hace mucho que hubieran superado el calificativo de “pigs” para definirlo. Recuerden que pigs, cerdos en inglés, corresponde al acrónimo de Portugal, Irlanda, Grecia y “Spain” y tuvo mucho éxito en los años más duros de la crisis financiera. Se nos calificaba de tan elogiosa manera por parte de algunas naciones, como reino Unido, que eran ejemplo de cordura, seriedad, rectitud, pragmatismo y eficiencia. Ahora es cuando toca hacer un suave carraspeo, como ironía, para no decir lo que se piensa.

Tras quedar enfangado el gobierno de May y el laborismo de Corbyn en la ciénaga del Brexit, ahora es el propio parlamento de Westmisnter el que se empieza a hundir en semejante montaña de lodo, incapaz de gestionar una situación que parece completamente inasumible, y que está llevando al país a su mayor crisis política y social en décadas. Ocho fueron las votaciones que tuvieron lugar ayer en la angosta cámara de los comunes, ocho eran las alternativas que se estudiaban, desde un segundo referéndum hasta un acuerdo tipo EFTA y todas las combinaciones que ustedes quieran. Ocho Noes enormes, cantados por el presidente de la cámara, el ya muy famoso John Bercow, fueron el resultado de las ocho votaciones. Ayer se vio, otra vez, que no hay acuerdo en la cámara ante ninguna alternativa, que todo son rechazos masivos a cada una de las propuestas que se presentan y que el debate está en punto muerto, mientras los plazos corren y la incertidumbre crece. Quizás sea esta la estrategia de May, forzar la situación para cercar a los parlamentarios y obligarles a escoger entre dos alternativas. La mala, salir con el acuerdo que ella ha presentado. La peor, salir sin acuerdo. Los comunes han mostrado ya varias veces su rechazo a estas dos opciones, pero también reniegan de todas las demás posibles, por lo que al final el dilema puede acabar reduciéndose entre esas dos posibilidades. Para forzar el voto a favor de su acuerdo, May ofrece su cabeza, que visto lo visto ya no vale demasiado. Ayer ofreció su dimisión si el parlamento finalmente aprueba su acuerdo, comprometiéndose a que sea otro el que lidere el proceso efectivo de salida y la gestión del reino Unido ya fuera de la Unión. Es esta una táctica para que los diputados más conservadores y euroescépticos se tapen la nariz y acaben claudicando para reunir el número suficiente de votos para que el acuerdo se salve. De momento esta medida ha sido suficiente para generar disensiones entre ese grupo de euroescépticos duros, donde uno de sus líderes, el espigado Jacob Ress-Mogg, ya se ha mostrado partidario de modificar su postura y apoyar el acuerdo. El problema es que serían necesario muchos de esos diputados y el apoyo de los nacionalistas norirlandeses del DUP para que finalmente el acuerdo saliera, y a esta hora los números siguen sin dar. Quizás para los más recalcitrantes la cabeza de Amy en bandeja ya sea poca cosa, dada la sangría de poder que sufre su figura desde hace semanas, lanceada desde todos los frentes y abandonada por muchos, sobre todo los que se dijeron suyos en un momento. Personajes como Borish Johnson ve ahora una nueva oportunidad para volver a la primera línea del poder con la caída de May y quizás también se animen a cambiar el sentido de su voto. Si lo logra, May concluirá su carrera política con el mérito de haberse abrasado en unas llamas que no avivó en su momento, pero nada quiso o pudo hacer para evitar que se descontrolasen. Su figura empieza a adquirir dimensiones de tragedia griega.

Imagino que, como nos pasa a nosotros con la inestabilidad política y el tema catalán, el brexit devora las energías de todos los políticos británicos, monopoliza los debates y lo llena todo, expulsando cualquier otro tema de la agenda y contribuyendo a pudrir problemas urgentes y del día a día que exigen debate, tiempo y esfuerzo de gestión. Parece una derivada menor, pero esa parálisis, que vivimos nosotros mismos, es muy lesiva para los intereses de la nación, el crecimiento económico ya la calidad de vida de los ciudadanos. Los británicos se introdujeron hace tres años en esta pesadilla de la mano de líderes incompetentes (maldito Cameron) y populistas mentirosos, valga la redundancia. Veamos, con pena, a dónde conducen las falsas recetas de esos estafadores, se vistan del color que se vistan.

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