Hace
unos días comentó, acertadamente, un analista en una emisora de radio que si
alguno de los países del sur de Europa ofreciera el triste espectáculo de
división y batalla que se ve a todas horas en el parlamento y sociedad
británica los medios anglosajones hace mucho que hubieran superado el
calificativo de “pigs” para definirlo. Recuerden que pigs, cerdos en inglés,
corresponde al acrónimo de Portugal, Irlanda, Grecia y “Spain” y tuvo mucho
éxito en los años más duros de la crisis financiera. Se nos calificaba de tan
elogiosa manera por parte de algunas naciones, como reino Unido, que eran
ejemplo de cordura, seriedad, rectitud, pragmatismo y eficiencia. Ahora es
cuando toca hacer un suave carraspeo, como ironía, para no decir lo que se
piensa.
Tras
quedar enfangado el gobierno de May y el laborismo de Corbyn en la ciénaga del
Brexit, ahora es el propio parlamento de Westmisnter el que se empieza a hundir
en semejante montaña de lodo, incapaz de gestionar una situación que parece
completamente inasumible, y que está llevando al país a su mayor crisis
política y social en décadas. Ocho fueron las votaciones que tuvieron lugar
ayer en la angosta cámara de los comunes, ocho eran las alternativas que se
estudiaban, desde un segundo referéndum hasta un acuerdo tipo EFTA y todas las
combinaciones que ustedes quieran. Ocho Noes enormes, cantados por el
presidente de la cámara, el ya muy famoso John Bercow, fueron el resultado de
las ocho votaciones. Ayer se vio, otra vez, que no hay acuerdo en la cámara
ante ninguna alternativa, que todo son rechazos masivos a cada una de las
propuestas que se presentan y que el debate está en punto muerto, mientras los
plazos corren y la incertidumbre crece. Quizás sea esta la estrategia de May,
forzar la situación para cercar a los parlamentarios y obligarles a escoger
entre dos alternativas. La mala, salir con el acuerdo que ella ha presentado.
La peor, salir sin acuerdo. Los comunes han mostrado ya varias veces su rechazo
a estas dos opciones, pero también reniegan de todas las demás posibles, por lo
que al final el dilema puede acabar reduciéndose entre esas dos posibilidades. Para
forzar el voto a favor de su acuerdo, May ofrece su cabeza, que visto lo
visto ya no vale demasiado. Ayer ofreció su dimisión si el parlamento
finalmente aprueba su acuerdo, comprometiéndose a que sea otro el que lidere el
proceso efectivo de salida y la gestión del reino Unido ya fuera de la Unión.
Es esta una táctica para que los diputados más conservadores y euroescépticos se
tapen la nariz y acaben claudicando para reunir el número suficiente de votos
para que el acuerdo se salve. De momento esta medida ha sido suficiente para
generar disensiones entre ese grupo de euroescépticos duros, donde uno de sus líderes,
el espigado Jacob Ress-Mogg, ya se ha mostrado partidario de modificar su
postura y apoyar el acuerdo. El problema es que serían necesario muchos de esos
diputados y el apoyo de los nacionalistas norirlandeses del DUP para que finalmente
el acuerdo saliera, y a esta hora los números siguen sin dar. Quizás para los más
recalcitrantes la cabeza de Amy en bandeja ya sea poca cosa, dada la sangría de
poder que sufre su figura desde hace semanas, lanceada desde todos los frentes
y abandonada por muchos, sobre todo los que se dijeron suyos en un momento. Personajes
como Borish Johnson ve ahora una nueva oportunidad para volver a la primera línea
del poder con la caída de May y quizás también se animen a cambiar el sentido
de su voto. Si lo logra, May concluirá su carrera política con el mérito de
haberse abrasado en unas llamas que no avivó en su momento, pero nada quiso o
pudo hacer para evitar que se descontrolasen. Su figura empieza a adquirir
dimensiones de tragedia griega.
Imagino
que, como nos pasa a nosotros con la inestabilidad política y el tema catalán,
el brexit devora las energías de todos los políticos británicos, monopoliza los
debates y lo llena todo, expulsando cualquier otro tema de la agenda y
contribuyendo a pudrir problemas urgentes y del día a día que exigen debate,
tiempo y esfuerzo de gestión. Parece una derivada menor, pero esa parálisis,
que vivimos nosotros mismos, es muy lesiva para los intereses de la nación, el crecimiento
económico ya la calidad de vida de los ciudadanos. Los británicos se
introdujeron hace tres años en esta pesadilla de la mano de líderes incompetentes
(maldito Cameron) y populistas mentirosos, valga la redundancia. Veamos, con
pena, a dónde conducen las falsas recetas de esos estafadores, se vistan del
color que se vistan.
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