Fue
Sergio del Molino el que tuvo la agudeza de ver el tema donde otros no encontraban
nada y el arte literario para trenzar historias en un ensayo, titulado “La
España vacía” que creó un subgénero narrativo y de estudio, y que logró poner
en el punto de mira a muchas comarcas interiores a las que ya nadie prestaba
atención. Ese libro, de necesaria lectura para los que disfruten con el mero
placer de leer y, desde luego, para los que quieran saber algo sobre este tema,
propone una visión de España diferente a todas las que hasta ahora se han
hecho, mostrando un país descarnado en su inhóspito vacío, en su desolación,
que lo asemeja más a los paisajes del oeste americano, y a sus escasos moradores,
como los pobladores de la última frontera.
Ayer,
varios miles de personas, entre cincuenta o cien mil según las fuentes, se
manifestaron por el centro de Madrid, atrayendo cuatro gotas que no caían
desde hace un mes, reclamando los derechos de los que residen en esa España
interior, a la que nadie mira y a nadie parece importar. La cifra de los
convocados no paree muy alta, pero si uno se fija en la población residente en
esas provincias resulta ser una movilización masiva. Ahogados en el vacío,
ausentes de todo debate público, observan con miedo como hace tiempo como
muchos municipios hace tiempo que pasaron del umbral de lo sostenible para
entrar en la decadencia absoluta y, probablemente, irremediable. El proceso de
marcha del campo a la ciudad no es nuevo, ni exclusivamente español, pero en un
país tan grande como el nuestro, el segundo en Europa poco después de Francia,
y con una población no tan alta (Alemania nos dobla y Francia o Reino Unido nos
sacan veinte millones de habitantes para redondear) el efecto de vaciado de las
comarcas de emigración es devastador. Son dos los fenómenos que,
retroalimentados, parecen condenar a esas comarcas a un futuro muy oscuro. Por un
lado, la falta de alternativas económicas, y es que uno vive donde tiene de qué
vivir. Las ciudades son las generadoras de riqueza y, cada vez más, las más
grandes la generan en mayor cuantía. Madrid, como agujero negro que lo absorbe
todo, hace tiempo que resta población no sólo a las zonas rurales, sino también
a las capitales de provincia, que nada pueden hacer frente al empuje de la gran
urbe, que crece y crece. En
este gráfico de carreras de barras se puede ver la evolución de la población de
las capitales españolas, y el disparo d Madrid es incomparable, a la vez
que constante el goteo de capitales medianas del interior, que languidecen a números
vista. El otro factor es la demografía. No nacen niños, o lo hacen mucho menos
que antes, y si eso frena el crecimiento de la población en zonas muy
habitadas, el efecto es devastador en zonas ya despobladas o envejecidas. Si en
algunos municipios hace décadas que no nace un niño no hay nada que hacer, sólo
esperar a la extinción de la localidad, por muy duro que suene. Y claro, ambos
fenómenos se imbrican uno con otro para crear la espiral perfecta, en la que
menor población elimina expectativas económicas y eso alienta la emigración,
que reduce la población y vuelta a empezar. A partir de ciertos umbrales se empieza
a volver carísimo prestar servicios básicos, tanto públicos como privados y
tiendas, médicos, transportes, bancos y otras profesiones desaparecen de
localidades que ven como las puertas cerradas le ganan el pulso a las abiertas.
Si eso sucede en localidades como Elorrio, mi pueblo del norte, que ha pasado
de ocho mil a siete mil habitantes en un par de décadas, el efecto en zonas
donde la estructura económica era mucho más débil es, sencillamente, devastador.
La cada vez mayor longevidad de la población es la que impide que decenas,
cientos de localidades, sean ya lugares despoblados, restos de un pasado que se
visten de presente distópico y, con el paso del tiempo, futuro ruinoso.
¿Cómo
combatir este proceso? No lo tengo nada claro. Las administraciones deben hacer
todo lo posible para garantizar la sostenibilidad de esas localidades,
prestando servicios básicos, entre los que la conectividad digital es de los más
importantes, probablemente las ayudas fiscales a la implantación de empresas
sean medidas efectivas, y las nuevas tecnologías, el impulso verde y el turismo
se conviertan en alternativas vitales para algunos de sus residentes. Pero no
quiero engañar a nadie, las dinámicas que están detrás del movimiento que ha
vaciado el interior del país son intensas, profundas y duraderas. España va
camino de ser un donut poblado en las costas y con Madrid, enorme, en su
interior, y en medio, cada vez más, el vacío. No veo una vía rápida y
sostenible de alterar este proceso.
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