Ayer,
en uno de los actos de la campaña electoral, Ciudadanos se fue a Rentería, una
de las localidades de Guipúzcoa en la que más intensamente actuó no ya el
terrorismo etarra, que también, sino todo el submundo radical que le otorgó
cobijo, excusa y defensa durante décadas. Hoy en día los terroristas no
existen, y parte de ese entramado social se ha deshecho, pero aún persiste en
muchos de los residentes, que en hostil actitud recibieron a la comitiva de
Rivera. La Ertzaina mantuvo en todo momento un cordón policial denso en torno
al acto e impidió que los insultos y amenazas de los violentos fueran a más,
pero sus gritos y cacerolada no cesaron en ningún momento. Sin esa seguridad,
el acto no hubiera sido posible. Y
frente a ellos, una mujer valiente, Maite Pagazaurtundua.
En
esto del valor, como se decía en la época de la mili, se le da por supuesto a
muchos y realmente anida en muy pocos. Pareciera que hay que tenerlos bien
puestos por defecto, como se diría a lo bruto, para hacer actos de este tipo, y
es cierto, pero resulta que los valientes, casi siempre, son pocos, porque el
arrojo se muestra fácilmente cuando no existe el peligro real, y escasea cuando
la amenaza es palpable. Dignos y estoicos como Savater, presente ayer también
en el acto, los hay pocos, y por su actitud, de enfrentamiento a la dictadura
pasada franquista y a la semipasada etarra, serán recordados. Pero las Pagaza
están en otra dimensión. En una sociedad como la vasca, matriarcal de puertas
para adentro, pero tan machista como todas hacia afuera, ellas demostraron
tener un arrojo y valor que casi nadie fue capaz de expresar. Joseba, hermano
de Maite, policía local en Andoain, llevaba tiempo siendo seguido por los
pistoleros etarras y por varios cómplices del pueblo, que sin disparar tiros,
ayudaban a que estos dieran en el blanco. Se sabía perseguido, amenazado, y
desprotegido. Ninguna institución le amparaba, porque todas ellas eran
silenciosas o directamente serviles ante la mafia etarra. Llegó el día que
tanto temía, y un comando terrorista le asesinó en una cafetería de su pueblo, en
medio de un silencio cobarde que hizo aún mayor el eco que desataron aquellos
disparos. El funeral de Joseba fue un duelo familiar, un dolor de clan, que se
arropaba entre los suyos ante el odio de muchos convecinos, que secretamente
celebraban aquel asesinato, o se limitaban a acallar. Constitucionalistas devotos
arroparon a la familia en aquellos días, pero fueron demasiado obvios los
silencios y desprecios como para ignorarlos. Maite, su hermana, y Pilar Ruiz,
su madre, se erigieron entonces como baluartes de la dignidad. Dos mujeres
menudas, de voz firme pero suave, mostraron el arrojo que decenas no fueron
capaces ni de disimular. Arremetieron contra un gobierno vasco que era, de
entre los silenciosos, el mayor de los culpables, por ser el que más podía haber
hecho para evitar aquel asesinato, y clamaron contra el PNV que, vendido ante
el terror, se atiborraba de nueces y conseguía que, de momento, las nucas de
los suyos apenas fueran rozadas. El mandamás del PNV el recientemente fallecido
Arzalluz, racista y misógino como pocos, encontró en Pilar Ruiz, la madre, la
encarnación de todo lo que odiaba, y arremetió con ella con toda su saña, intentando
acallarla, ejerciendo un papel de capo mafioso que ni Coppola hubiera sido
capaz de narrar con mayor precisión. Pero, oh sorpresa, a Pilar Ruiz no le daba
miedo la mafia y sus pistolas, los capos y sus mentiras. Pilar
Ruiz se enfrentó, desde su menudencia, al todopoderoso Arzalluz, y le hizo
callar. Con el cadáver aún caliente de su hijo recién enterrado, gritó sin
alzar la voz, y dijo lo que casi nadie se atrevía a decir. Denunció la
complicidad del nacionalismo en el poder con el terrorismo, la ley del silencio
que reinaba en los pueblos y ciudades vascas, y con su actitud y testimonio
levantó un monumento a la dignidad que no hay granito en el mundo que pueda
igualar en solidez y tamaño. Pilar Ruiz y Maite Pagazaurtundua se convirtieron,
ya lo eran para muchos, en estandartes de libertad frente al autoritarismo. Y
devolvieron la dignidad a muchos.
Ayer,
años después, en un País Vasco en el que el terrorismo no actúa pero la política
sigue estando dominada por el silencio, Maite volvió a alzar su voz frente a
aquellos que sólo quieren oír un discurso único, el que emana de sus ruidosas
gargantas y mentes totalitarias. En tiempos de extremismo político, de
sectarismos y extremistas, la voz de Maite Pagazaurtundua es un oasis en el que
encontrar refugio. La democracia y la libertad significan que todos podemos
expresar nuestras ideas, sean acertadas o no, buenas o malas, legítimas o
desvariadas, y que la violencia debe quedar siempre, siempre, siempre,
erradicada. Maite volvió ayer a ser un símbolo vivo, un ejemplo, y a no pocos
les debió doler la claridad de su voz, y su demanda de libertad.
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