La
orilla sur del Mediterráneo está en efervescencia. Nuestro vecindario, el mundo
al otro lado del mar que, como un lago, compartimos, se encuentra sometido a
grandes convulsiones en dos de los más grandes e importantes países que lo
conforman. Hay que hablar de Argelia, cuyo proceso de transición está en
marcha, y cuyo destino, incierto, de momento se desarrolla sin incidentes
violentos. Pero también hay que hablar de Libia, el otro gran país, que ocupa una
enorme franja de mar que lleva hasta Egipto, que lleva años sumido en el caos y
la
guerra y que, ahora, parece encontrase ante una de las ofensivas que puede
cambiar el signo de los combates y la jefatura el país.
Vayan
aprendiéndose este nombre, Khalifa Hafter, aunque también lo he leído escrito
como Haftar, no se cuál será el correcto. Mariscal del ejército libio, formado
en aquellas arenas y en países occidentales, es desde hace tiempo el hombre
fuerte del centro y este de la costa de Libia, en un país en el que la
población vive junto al mar y el interior es un desierto inmenso y ardiente, en
el que sólo algunos oasis y los campos petrolíferos alteran el paisaje eterno
de dunas. Desde hace tiempo ciudades como Tobruk o Sirte están en sus manos,
pero ya son varios los meses de ofensiva de Hafter hacia el oeste, tratando de
capturar Misrata y, sobre todo, Trípoli, la capital del país, en la que reside
el gobierno provisional de una nación que no es capaz de gobernar casi nada.
Reconocido por la comunidad internacional como el gobierno legítimo, la
autoridad que reside en Trípoli es poco más que una ficción, y los constantes
avances de las tropas de Hafter lo demuestran cada día. Tras la revolución que
derrocó al cruel Gadafi no ha habido estabilidad en aquel país, pese a los
esfuerzos, apoyados desde el exterior, para construir un gobierno de consenso.
Milicias rivales, señores de la guerra, deseos de poder locales, tribalismos
muy extendidos en un país que se mantiene unido por el poder del ejército… Libia
ha sido un caso todos estos años del que ha huido el que ha podido, muchos de
manera regular a naciones vecinas, incontables arrojados al Mediterráneo, donde
no pocos se han ahogado, creando las crisis de refugiados que han espoleado el
populismo en la vecina y antaño metrópoli Italia. Ahora parece, todo está en
manos de los combates, que es Hafter el que puede acabar llevándose el gato al
agua y convertirse en el hombre fuerte del país, tras haber ganado el pulso
militar. Si eso se produce Libia volvería a una situación dictatorial de facto,
en una especie de segunda parte del régimen de Gadafi, algo que casi nadie
quiere pero que empieza a ser visto como lo más probable por muchos. Poco se
sabe de las intenciones de Hafter en caso de que llegue al poder, más allá de
controlarlo y perpetuarse en él. Es probable que el país entrase en una etapa
de estabilización, tras los convulsos años de revueltas y guerras, pero ya
saben ustedes que estabilidad y paz no tienen por qué ser sinónimos, ni mucho
menos. El acceso de los militares a los recursos petrolíferos de la nación les
pueden otorgar las finanzas que necesiten para comprar voluntades, firmar
acuerdos comerciales y lograr mantenerse en el poder de manera estable, además
de, como sucede en estos casos, robar todo lo que deseen, descapitalizar al país
y mantener muy bajo el nivel de vida de los ciudadanos libios, que son los que
menos importan en esta ecuación. A los países occidentales nos vendría bien una
Libia estable, segura, quieta y que se autocontrole, y aunque ahora mismo el
mensaje de nuestras cancillerías es demandar el fin de los combates y la
retirada de las milicias de Hafter, a buen seguro hay equipos de analistas
estudiando su figura y diseñando posibles futuras vías de entendimiento con su
régimen, si finalmente eso se da. Ya saben, pragmatismo ante todo.
Tras
la llegada del poder a Egipto de Al Sisi, militar que frustró la revuelta que
acabó con Mubarak y el posterior interregno islamista de los Hermanos
Musulmanes, la vecina Libia se puede encaminar hacia una solución similar. En
ambos países, y en general en toda la zona, el ejército es la institución más
poderosa, en lo que hace a la fuerza y también al presupuesto y la gestión económica,
y el estado es visto por muchos como un apéndice de las fuerzas armadas, que son
las únicas que poseen autoridad y forma de mantenerla en esas naciones. Los
combates en torno a Trípoli se intensifican y habrá que seguir atentamente lo
que allí suceda, pero todo parece indicar que el destino del país se dirige
hacia una nueva dictadura miliar. En la zona sólo el pequeño Túnez aguanta con
su experimento democrático. ¿Qué hará Argelia?
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