Hay
días, semanas, que como poseídas por un anticiclón de verano, resultan serenas,
tranquilas, sosas, en las que apenas pasa nada relevante. Y tardes tormentosas,
como la que ayer se abatió en forma de rayos, truenos y granizo sobre el norte
de España, en las que la actualidad se acelera y parece estar poseída de una
furia descontrolada. De mientras la tormenta se abatía sobre mi pueblo y otras
muchas zonas, una chispa prendía en el tejado de la catedral de Notre Dame de
París, y cuando la lluvia dejaba de caer tras el paso del chubasco las llamas
ya eran incontrolables en unas cubiertas que empezaban a dejar de ser tales. La
caída de la aguja fue el símbolo de la debacle que todos veíamos, atónitos, en
directo.
El
incendio de Notre Dame deja a uno de los edificios más bellos y valiosos
del mundo convertido en poco más que una carcasa que se mantiene en pie a duras
penas. Hoy se sabrá mejor en qué estado ha quedado la estructura, de la que
ayer por la noche se tenían serias dudas sobre su completa estabilidad, pero es
evidente que los daños son inmensos, letales para el conjunto artístico que
atesoraba la catedral, uno de los más ricos, densos y completos del mundo. Como
todo edificio gótico, impone por su volumen y altura, por la grandiosidad de
sus torres y por esos arbotantes que la rodean por completo, que como un
costillar externo, como un exoesqueleto, la mantienen recta y firme en su deseo
de alcanzar los cielos. Y como todo edificio gótico, deslumbra en su interior,
porque es esa estructura exterior y el diseño ojival de sus bóvedas lo que
permite que las paredes dejen de ser lienzos de sustentación y se puedan
convertir en lo que se desee. Y sus vidrieras y rosetones bañan así de luz el
interior de un edificio en el que uno se siente empequeñecer hasta ser nada, y
al mismo tiempo se llena de la grandeza de pertenecer a algo inmenso que lo
rodea por completo. Como lugar de culto y centro espiritual, la catedral gótica
es la obra absoluta de devoción hacia lo alto, de sumisión del hombre a Dios y
de ofrenda de lo más complejo que se puede crear hacia el altísimo. Edificios
mucho más delicados de lo que parecen, las catedrales góticas estuvieron a
punto de ser derruidas en muchas ciudades europeas cuando la modernidad, mal
entendida, las veía como restos de una época remota, olvidada en forma y fondo.
La catedral parisina sufrió varios expolios y abandonos y riesgos severos de
derrumbe, y, cosas de la vida, fue otra obra de arte, la novela de Víctor Hugo,
al que hizo que el edificio entrara para siempre en el corazón de los
parisinos, y que estos la salvaran y cuidasen. Convertida en una joya turística
con poca competencia en una ciudad que rebosa de atractivos, entrar en ella era
visita obligada para todo turista, y para el amante del arte resultaba un
deleite quedarse quieto allí, sentirse rodeado, abstraerse de las multitudes
que en todo momento deambulaban por su interior, y dejarse llevar por la luz y
el sonido que se engarzaban en ese fondo infinito al que parecían llegar sus
bóvedas. Notre Dame se comenzó a levantar en el siglo XII, una fecha
absurdamente antigua vista desde nuestros días, pero el fuego que la ha
devorado era igual de letal entonces que hoy, y las tecnologías de las que tan
orgullosos estamos hoy en día han servido, espero, para salvar parte de la obra
de fábrica, pero no han evitado su destrucción interior. Eso sí, lo hemos visto
todo en un riguroso, estremecedor y doliente directo. Esa parece ser la
principal diferencia entre un incendio en un edifico catedralicio con el paso
de los siglos.
En
septiembre de 2017 visité esa catedral por segunda vez. Los domingos había una
misa temprana cantada en gregoriano y luego una sesión de liturgia cantada con
coro, órgano y pueblo. Fueron varias horas de la mañana de un domingo las que
pasé allí, emocionado ante el sonido, la pureza de su enfoque, el poder y
sensibilidad del órgano y el arrullo de la voz humana en esa soberbia caja de
resonancia. Se dice que allí Perotín inventó la polifonía con el “Viderunt homnes”,
en torno a 1198. Y es muy posible que así fuera. Esta
noche los cantos de vigilia de penitentes se han escuchado en la calle, con las
llamas sobre Notre Dame de fondo, sin resonancia, pero con profundo sentimiento
de angustia y pena. Cuánto dolor, cuánta pérdida.
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