Qué
injusto es el tratamiento de la actualidad que realizan los medios, y qué
injusta es la percepción de la realidad que tenemos como personas, valorando en
extremo lo cercano y devaluando lo que se nos antoja lejano. El
domingo de resurrección se produjo en Sri Lanka un ataque terrorista, en forma
de suicidas coordinados cargados de explosivos, que atacó centros
religiosos cristianos y hoteles de lujo, con un balance que aún no se ha
cerrado, pero que supera ampliamente los trescientos muertos. Sí, sí,
trescientos asesinados en una sola jornada, mediante el uso de un comando no
formado por más de siete u ocho atacantes suicidas, que detonaron los
explosivos que portaban con una frialdad y eficiencia tan pasmosa como escalofriante.
Una
de las imágenes icónicas de los atentados la ofrece una de las iglesias
arrasadas, en la que las cámaras muestran unos momentos de oración en la misa
de Pascua. El templo, no muy grande, aparece repleto de gente y en el vídeo se
señala al que, con posterioridad, se ha identificado como el asesino que
perpetró la matanza, que entra y sale del recinto, cargado con una mochila
portadora de muerte, en una escena que parece trivial y que nada hace presagiar
que pudiera ser el preludio del horror. Cerca de cien personas murieron en el
interior de esa iglesia, que quedó devastada por el efecto de la explosión. Que
algo así se produjera precisamente en la celebración de la resurrección del
Señor es aún más nauseabundo si cabe. La comunidad cristiana de aquel país es
escasa, entorno al 7% de la población, casi la misma proporción que musulmanes
en una nación donde el dominio religioso es claramente budista. A estos ataques
religiosos se sumaron asaltos a hoteles de lujo en la capital, Colombo, y otras
ciudades, con decenas de muertos en ellos, entre los que se encuentra la pareja
española que ha tenido la desgraciada suerte de verse involucrada en medio de esta
carnicería. Si los atentados contra los cristianos pudieran tener un origen de
lucha religiosa, los dirigidos a los hoteles buscan, en apariencia, dañar al
turismo, una de las principales industrias del país, y en conjunto, unos y
otros, tratan de desestabilizar la sociedad de la antigua Ceilán, mosaico de
culturas y orígenes, que lleva unos pocos años tranquila tras décadas de luchas
entre el gobierno nacional y la guerrilla de los tamiles, un grupo separatista
de, creo recordar, la zona norte de la isla. En parte el objetivo de ponerlo
todo patas arriba buscado por los terroristas se ha logrado, dado que algunas
informaciones señalaban que fuentes del gobierno e inteligencia poseían
información sobre posibles atentados, pero esa información ni circuló por todos
los estamentos del poder ni supuso adoptar medidas de ningún tipo. El gobierno
está procediendo a una purga en los servicios de seguridad y defensa, por lo
que parece un gravísimo fallo a la hora de gestionar la información. Queda la
duda, siempre presente en estos casos, de si algo tan horrendo pudiera haber
sido evitado, duda que en este caso resulta algo más que razonable ante esas
informaciones no atendidas y esa falta de diligencia en la seguridad. Las
autoridades del país deberán dar explicaciones muy serias sobre lo que ha
pasado, que se hizo y qué no, que se sabía y qué no, y hasta qué punto la
seguridad falló o carecía de certezas para haber actuado. Cientos, miles de
familiares de las víctimas requieren una explicación clara de lo que ha pasado,
y de lo que pudo hacerse. De nada sirve ya lamentarse, porque nada devolverá la
vida a los asesinados y consuelos a sus allegados, pero quedan muchas preguntas
por contestarse y el gobierno de Sri Lanka debe respuestas, una deuda que no se
puede condonar bajo ningún pretexto.
Poco
a poco se van conociendo los perfiles de los atacantes, de las personas como
usted y como yo, que llevaron a cabo semejante salvajada, y nos encontramos
ante individuos acomodados, de alto nivel cultural y de renta, no ante parias
desesperados captados en medio de sus angustiosas necesidades. La implicación
de un grupo yihadista local parece clara, y empiezan a estudiarse más que
probables relaciones con DAESH, dada la complejidad de unos atentados donde la
simultaneidad y precisión ha sido digna de un ataque coordinado por un grupo
fuertemente entrenado. La décima parte de lo sucedido en Sri Lanka llenaría las
portadas de todo el mundo de haber pasado en nuestro entorno mediático y emocional.
Pero no dejemos que la lejanía de aquellas tierras nos haga olvidar que más de
trescientas personas, más de trescientas personas, fueron asesinadas el Domingo
de Pascua de 2019.
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