La
edad no pasa en balde y deja achaques que pueden convertirse en dolencias
crónicas. Setenta es un número de años elevado que trae consigo dolores y
memorias. Para las organizaciones el tiempo no discurre como para los humanos,
y a veces un año puede ser tan intenso como varias décadas y muchos otros
plácidos como semanas. Sin embargo, en el caso de la OTAN, parece encontrarse
un curioso paralelismo entre la cronología humana y la de la historia de la
organización, ya que se mostró sumamente poderosa en su juventud y cuarentena,
sufrió una seria crisis en la madurez de sus cincuenta y llega a septuagenaria
bastante achacosa.
Lo
más paradójico de la OTAN es que lleva inmersa en una crisis existencial desde
que triunfó y alcanzó el objetivo para el que fue creada. Fundada
un 4 de abril de 1949, ahora hace setenta años, suponía la reafirmación del
vínculo trasatlántico entre la Europa occidental, que en ese momento era un
solar a medio desescombrar y los EEUU, los grandes triunfadores de la II Guerra
Mundial, que pasaron de ser una gran nación tras la derrota europea de la I
Guerra Mundial a convertirse en superpotencia global. Ese vínculo entre las
orillas del charco se imponía como respuesta a la actitud del otro ganador de
la Guerra Mundial, la URSS, el imperio soviético, que en su avance hacia Berlín
había conquistado lo que se conoce como el este de Europa, y ya empezaba a
dejar claro que su dominación sobre lo que antes era un conjunto de naciones
soberanas y regiones de etnia diversa iba a ser intensa y permanente. La imagen
del mapa en la que se muestra una URSS enorme que se extiende por el apéndice
que supone Europa para su concepción geográfica ha condicionado la historia
militar continental durante siglos. De ser un campo de batallas y exterminio,
Europa pasó a ser un campo de amenaza global, en el que EEUU y la URSS expusieron,
frente a frente, sus mayores capacidades destructivas. La OTAN,y su respuesta
en el este, el Pacto de Varsovia, eran maquinarias entrenadas para enfrentarse
en una guerra que pocos deseaban y casi todos sabían que nadie sería capaz de
ganar. El derrumbe del imperio soviético tras la caída del muro y la implosión rusa
dejó, sin que nadie lo hubiera advertido antes, a la OTAN sin adversario,
emulando la triste imagen de un boxeador que se sube al ring y se mueve con
presteza, pero que carece de rival. Fue el ataque contra EEUU del 11 de septiembre
la primera acción en décadas que supuso la activación del artículo cinco del
tratado de la organización, ese que reclama a los demás países acudir al
socorro de uno de ellos si resulta atacado. El artículo se pensó creyendo que
alguna nación europea sería víctima de las ansias soviéticas, y esa respuesta
automática actuaría de freno para los jerarcas de Moscú, pero nadie imaginó
nunca que supusiera una guerra que se iba a desarrollar en las montañas
afganas. Durante los últimos años la OTAN se ha centrado en la seguridad antiterrorista
y en la manera de esconder la realidad que supone la pérdida de poder e
influencia de Europa, la causa de su nacimiento, frente a la emergencia de fuerzas
globales como China, que suponen ahora mismo para EEUU su principal foco de
atención. La organización ha servido para que las naciones europeas “subcontraten”
su seguridad a EEUU, pudiéndose así ahorrar los costes que supone la defensa
para destinarlos a otros fines, sociales por ejemplo, pero eso tiene visos de
acabarse, a medida que Washington se preocupa menos de lo que nos sucede en
esta orilla del Atlántico. Trump muestra ese desinterés de manera descarnada,
pero ya Obama dejó claro, con otras formas, que la organización le empezaba a
sobrar.
¿Está
preparada Europa para afrontar su propia defensa y seguridad sin el paraguas de
la OTAN? Resulta obvio que no. Las discusiones que existen sobre la necesidad
de incrementar los presupuestos en defensa de la UE y las inversiones en esa
materia pueden acabar fructificando en algo, pero hoy en día no son más que presentaciones
llenas de colores y vacíos. Con una Rusia encabezada por Putin que no deja de
trastear en el este (la guerra de Ucrania sigue ahí) y perturbar en todo el
continente, y una China que aumenta cada vez más su poder, en todas las
acepciones del término, vuelve a ser Europa la más interesada en que la OTAN siga
existiendo, y en que EEUU no abandone su papel fundamental como financiador y
fuerza intimidante. Está por ver que lo consigamos.
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