Nunca
iba a llegar, pero ya es lunes 29 de abril y han tenido lugar las elecciones
generales. El sábado por la tarde, con un tiempo que susurraba verano en los
oídos, leía en una cafetería sin dejar de pensar en lo que sucedería al día
siguiente, ayer, sumido en la confusión. Muchos artículos, gráficos, estudios,
sondeos, tuits, rumores, etc, llenaban mi mente y la confundían por completo.
Me agarraba a dos certezas, que eran la victoria del PSOE y la muy escasa
probabilidad de que las tres agrupaciones de derechas sumasen hasta alcanzar
los 176 escaños de la mayoría absoluta. Lo primero lo daba por seguro, lo
segundo casi, pero todo lo demás era sombra. ¿Cuántos escaños sacaría cada uno?
¿Qué papel haría esa derecha psicótica de Vox?
Bien,
respecto al sábado, ya estamos en el futuro, y podría decirle a mi perdido yo
que acertó en esas dos cosas en las que suponía y que nunca jamás hubiera
acertado en nada más de lo que ha acabado pasando. El
PSOE ha ganado las elecciones, y es el gran triunfante de la pasada noche,
con un resultado que, no exento de problemas, le da la sensación de haber
acertado de pleno no sólo en la gestión de los meses de gobierno sino, sobre
todo, en la convocatoria y la campaña. Sus 123 diputados son escasos respecto a
los 176 de la soñada tranquilidad, pero son más que suficientes como para
convertir a Sánchez en el único candidato investible y darle la legitimidad del
triunfo. Frente a él, en el ámbito nacional, sólo Rivera y los naranjas pueden
alardear de haber conseguido un gran resultado. Sus 57 diputados superan
ampliamente los treinta y algo con los que salía al ruedo y le otorgan una
visibilidad y potencia de cara a la sociología del centro derecha español que
puede ser determinante para sus aspiraciones de liderazgo. Los otros ganadores
son los nacionalistas, especialmente ERC, que por fin consigue liderar unas
elecciones generales, y con quince diputados logra barrer a los restos de la
antigua Convergencia, luego PdCat, ahora Junts per Puigdemont, tradicionalmente
victoriosa en todos los comicios generales, y que ahora con siete escaños se
queda en una mala posición. En sus ámbitos, el PNV con seis escaños y Bildu con
cuatro también pueden sentirse satisfechos, porque han arrasado en sus feudos y
alcanzado las cifras que les otorgaban las encuestas. En el caso vasco parece
obvio que parte del voto que hace pocos años llevó a Podemos a liderar los
sufragios ha vuelto a las casas nacionalistas, especialmente a Bildu, de donde
surgió en parte, y eso explica el buen resultado del grupo de Otegui y los
suyos. Es Podemos uno de los derrotados de la noche. El que Iglesias votase
ayer en Galapagar y no en Vallecas dice mucho de la evolución del líder supremo
de ese partido y de la cosecha recibida. Cuarenta y dos escaños son los que reúne
su marca y confluencias, que saben a mucho para lo que se estimaba y a poco
vistos los setenta y uno desde donde partía. Le pueden ser suficientes para
entrar en el gobierno y tocar poder si el PSOE opta por una coalición de
izquierdas, pero lo que decida Sánchez sólo lo sabe él e Iván Redondo, que ayer
se doctoró como gurú. Si hablamos de derrotas en la noche pasada, hay una
estrepitosa, absoluta, dolorosa y, no se si, irreparable, que es la del PP.
Obtienen los de Génova sesenta y seis escaños, pierden más del doble de los que
poseían, y alcanzan un resultado que les deja al borde de la indigencia y
sumidos en el ridículo. El fracaso de la estrategia de Casado ha sido
memorable. Tomó decisiones erróneas, ha tratado de virar el partido hacia un
extremo que le ha restado todo el voto posible en busca de unos socios de verde
tóxico y su debacle puede tener consecuencias profundas para un partido en el que
la gestión del poder es su único oficio (algunos dirán que también beneficio). Ahora
muchos pensarán sobre la elección de Casado como líder frente a Soraya, y qué
hubiera pasado si en aquel momento se hubiese optado por, quizás, no la más
pepera del barrio, pero sí la mejor candidata de entre las posibles. Tarde para
lamentarse.
Y
vox. Los machos vociferantes han obtenido un excelente resultado, veinticuatro
escaños, partiendo de la nada. Habiendo vendido que iban a sacar cuarenta o
sesenta puede que estén decepcionados, pero el logro es enorme. También el
alivio de muchos al comprobar que, aunque es cierto que ya existe en el
parlamento, la extrema derecha está confinada, dentro de unos límites
electorales que son ínfimos en comparación a otros países como Francia o
Italia. Pero están ahí. Su voto sólo ha servido para destrozar al PP y dar
escaño a unos vociferantes que nos harán pasar vergüenza y sonrojo cuando
intervengan. Eso, su presencia, el crecimiento de los independentistas y la
persistencia de la extrema izquierda son, para mi, las sombras de las
elecciones de ayer, pero el recuento muestra un país mucho más deseoso de la
tranquilidad y el sosiego de lo que muchos medios y webs vendían. Y eso ya es,
en sí mismo, un alivio.
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