miércoles, abril 10, 2019

Páncreas y sarampión


Fue ayer un día de contrastes en lo que respecta a la medicina y los avances científicos, de luces y de sombras, que demuestra cómo la tanta veces silenciosa (y silenciada) investigación es capaz de encontrar vías para atacar enfermedades que nos torturan y matan, peor también muestra de que uno de los mayores males que nos afligen se encuentra en el interior de nosotros mismos, en nuestra estupidez, soberbia, o como quieran llamarlo. De anda sirve que avancemos en el conocimiento si negamos a la vez esa vía como la correcta para encontrar soluciones y remedios. Que en estos tiempos la superchería crezca resulta cada vez más deprimente y, dada las dimensiones de la población mundial, peligroso.

El equipo del investigador Mariano Barbacid presentó ayer las conclusiones de un trabajo en el que han logrado curar el cáncer de páncreas a unas ratas genéticamente modificadas. Resaltó Barbacid una y mil veces en su comparecencia lo experimental que se trataba todo el trabajo, y las especiales condiciones en las que se encontraban las ratas que se habían curado, pero el hecho trascendental es que, por primera vez, se logra la curación de uno de los cánceres más devastadores que existen, cuyo diagnóstico supone algo similar a una pena de muerte. El cáncer de páncreas no se puede curar, nada de lo que se conoce logra vencerlo, y l apura quimioterapia es la única arma conocida para tratar de frenar su extensión y hacer que la supervivencia de los pacientes se alargue, pero es un proceso de compra de tiempo para extender la fecha en la que la enfermedad, inevitablemente, vencerá. Por eso, y lo repitió Barbacid una y otra vez, la noticia de ayer no supone una esperanza para los actuales pacientes de esta enfermedad, ni para los que sean diagnosticados hoy o en los próximos tres o cinco años, pero sí puede suponer un cambio espectacular para los que dentro de ocho o diez años se enfrenten a esa enfermedad. Queda un enorme trabajo por delante para asentar los conocimientos adquiridos y transformarlos en medicamentos y terapias que sean útiles para los humanos, pero el paso de ayer de Barbacid y su equipo del CNIO es enorme, y como tal debe ser celebrado. Hubiera sido justo que ayer los telediarios y resto de informativos hubieran abierto con esta noticia, porque es de las trascendentes. Reitero, sin caer en el sensacionalismo de haber encontrado la cura de nada, pero sí con la certeza de que el paso es importante y va en el camino correcto hacia una posible curación. Frente a un avance de estas dimensiones, otra noticia ponía el reverso negativo, también en el mundo médico. En la ciudad de Nueva York, en el primer y avanzado mundo, las autoridades han decretado la emergencia por una epidemia de sarampión, una enfermedad erradicada desde hace tiempo y para la que hay remedio , testado y seguro, una vacuna desarrollada hace ya años, que protege plenamente al ser humano de ese mal. Varios han sido los casos detectados en Brooklyn, uno de los grandes barrios de la ciudad, y el ayuntamiento de la urbe se ha visto obligado a tomar esta medida de emergencia para afrontar el brote. Pero, si hay cura médica, ¿por qué surge la enfermedad? Pues por algo absurdo. Los movimientos antivacunas se han hecho fuertes en algunas zonas, especialmente entre grupos de judíos ultraortodoxos, que han empezado a no vacunar a sus hijos porque ”las vacunas no son seguras”, “las vacunas provocan autismo”, “las vacunas son un invento de las farmacéuticas para sacar dinero” y otra serie de tonterías que uno puede leer si acude a sitios antivacunas, o incluso en medios serios, asediados por conspiranoicos y otros grupos de indocumentados. No vacunar a un hijo de una enfermedad potencialmente letal es un atentado contra la salud del niño, una conducta suicida, pero es que además supone poner en riesgo al resto de la población, que se protege de la enfermedad porque la tasa de vacunación es tan alta que el virus, simplemente, no puede expandirse pese a que exista en el ambiente. Es la llamada inmunidad de grupo, que se alcanza con tasas de vacunación del 95%. Debajo de ese rango empieza a surgir el peligro de epidemia.

El sarampión ha surgido en Brooklyn no por una desgracia ambiental o un cataclismo que haya condenado a la población, o algo ajeno a nosotros, no, sino por una decisión consciente de un grupo de personas que ha decidido renunciar a un arma, el arma, que puede salvarles de la enfermedad. La medida del ayuntamiento le permite legalmente hacer la vacunación obligatoria y sancionar económicamente a los que se niegan a ello, que a buen seguro serán más de uno. Con el tiempo la ciencia avanza y cada vez sabemos más y curamos más enfermedades, pero no logramos adivinar cómo combatir los miedos e irracionalidades que nos dominan y, como en Brooklyn, a veces nos condenan a las lóbregas cavernas de las que provenimos y no dejamos de huir.

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