Fue
ayer un día de contrastes en lo que respecta a la medicina y los avances
científicos, de luces y de sombras, que demuestra cómo la tanta veces
silenciosa (y silenciada) investigación es capaz de encontrar vías para atacar
enfermedades que nos torturan y matan, peor también muestra de que uno de los
mayores males que nos afligen se encuentra en el interior de nosotros mismos,
en nuestra estupidez, soberbia, o como quieran llamarlo. De anda sirve que
avancemos en el conocimiento si negamos a la vez esa vía como la correcta para
encontrar soluciones y remedios. Que en estos tiempos la superchería crezca
resulta cada vez más deprimente y, dada las dimensiones de la población
mundial, peligroso.
El
equipo del investigador Mariano Barbacid presentó ayer las conclusiones de un
trabajo en el que han logrado curar el cáncer de páncreas a unas ratas
genéticamente modificadas. Resaltó Barbacid una y mil veces en su
comparecencia lo experimental que se trataba todo el trabajo, y las especiales
condiciones en las que se encontraban las ratas que se habían curado, pero el
hecho trascendental es que, por primera vez, se logra la curación de uno de los
cánceres más devastadores que existen, cuyo diagnóstico supone algo similar a
una pena de muerte. El cáncer de páncreas no se puede curar, nada de lo que se
conoce logra vencerlo, y l apura quimioterapia es la única arma conocida para
tratar de frenar su extensión y hacer que la supervivencia de los pacientes se
alargue, pero es un proceso de compra de tiempo para extender la fecha en la
que la enfermedad, inevitablemente, vencerá. Por eso, y lo repitió Barbacid una
y otra vez, la noticia de ayer no supone una esperanza para los actuales pacientes
de esta enfermedad, ni para los que sean diagnosticados hoy o en los próximos
tres o cinco años, pero sí puede suponer un cambio espectacular para los que
dentro de ocho o diez años se enfrenten a esa enfermedad. Queda un enorme
trabajo por delante para asentar los conocimientos adquiridos y transformarlos
en medicamentos y terapias que sean útiles para los humanos, pero el paso de
ayer de Barbacid y su equipo del CNIO es
enorme, y como tal debe ser celebrado. Hubiera sido justo que ayer los telediarios
y resto de informativos hubieran abierto con esta noticia, porque es de las
trascendentes. Reitero, sin caer en el sensacionalismo de haber encontrado la
cura de nada, pero sí con la certeza de que el paso es importante y va en el
camino correcto hacia una posible curación. Frente a un avance de estas
dimensiones, otra noticia ponía el reverso negativo, también en el mundo médico.
En
la ciudad de Nueva York, en el primer y avanzado mundo, las autoridades han
decretado la emergencia por una epidemia de sarampión, una enfermedad
erradicada desde hace tiempo y para la que hay remedio , testado y seguro, una
vacuna desarrollada hace ya años, que protege plenamente al ser humano de ese
mal. Varios han sido los casos detectados en Brooklyn, uno de los grandes
barrios de la ciudad, y el ayuntamiento de la urbe se ha visto obligado a tomar
esta medida de emergencia para afrontar el brote. Pero, si hay cura médica, ¿por
qué surge la enfermedad? Pues por algo absurdo. Los movimientos antivacunas se
han hecho fuertes en algunas zonas, especialmente entre grupos de judíos
ultraortodoxos, que han empezado a no vacunar a sus hijos porque ”las vacunas
no son seguras”, “las vacunas provocan autismo”, “las vacunas son un invento de
las farmacéuticas para sacar dinero” y otra serie de tonterías que uno puede
leer si acude a sitios antivacunas, o incluso en medios serios, asediados por
conspiranoicos y otros grupos de indocumentados. No vacunar a un hijo de una
enfermedad potencialmente letal es un atentado contra la salud del niño, una
conducta suicida, pero es que además supone poner en riesgo al resto de la
población, que se protege de la enfermedad porque la tasa de vacunación es tan
alta que el virus, simplemente, no puede expandirse pese a que exista en el
ambiente. Es la llamada inmunidad de grupo, que se alcanza con tasas de
vacunación del 95%. Debajo de ese rango empieza a surgir el peligro de
epidemia.
El
sarampión ha surgido en Brooklyn no por una desgracia ambiental o un cataclismo
que haya condenado a la población, o algo ajeno a nosotros, no, sino por una decisión
consciente de un grupo de personas que ha decidido renunciar a un arma, el
arma, que puede salvarles de la enfermedad. La medida del ayuntamiento le
permite legalmente hacer la vacunación obligatoria y sancionar económicamente a
los que se niegan a ello, que a buen seguro serán más de uno. Con el tiempo la
ciencia avanza y cada vez sabemos más y curamos más enfermedades, pero no
logramos adivinar cómo combatir los miedos e irracionalidades que nos dominan
y, como en Brooklyn, a veces nos condenan a las lóbregas cavernas de las que
provenimos y no dejamos de huir.
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