Las
ventas de coches en España siguen cayendo mes a mes en una espiral decreciente
que empieza a tener tintes de depresión en el sector. Con
el dato de marzo recién publicado son ya siete los meses en los que la
reducción se produce, dejando en el limbo a concesionarios y en la
preocupación más absoluta a fabricantes e industrias auxiliares de uno de
nuestros principales sectores industriales. España es el segundo productor de
coches de Europa, después de Alemania. La gran parte de nuestra producción se
exporta, y eso hace que el peso del mercado nacional sea pequeño para nuestras
fábricas, pero cifras de este tipo impactan en la industria sin ninguna
posibilidad ni de disimulo. Las cosas no ruedan nada bien.
¿Qué
sucede? Hay varios factores que pueden explicar estos datos. Unos se asocian al
enfriamiento económico que vivimos, que es menos intenso en España que en otros
países europeos, pero que empieza a ser palpable. Comprarse un coche supone un
importante desembolso de dinero y, una vez estrenado, una fuente de gastos de
todo tipo, por lo que lanzarse a por él exige necesidad perentoria o capacidad
clara. Si el futuro laboral o de ingresos se ensombrece, cambiar de vehículo
deja de ser prioritario y se empieza a alargar la vida de los que existen.
Otros factores, cada vez más importantes, tienen que ver con el problema de la
contaminación y las (distintas) medidas tomadas por las (distintas) autoridades
que han contribuido a caotizar el mercado. Una pregunta que hace apenas dos o
tres años era inexistente a la hora de comprar un coche abre ahora todos los
procesos de adquisición. ¿Qué me compro?. Los eléctricos, híbridos y demás
motorizaciones alternativas son aún un porcentaje muy pequeño en el conjunto
total de ventas, y su utilidad es muy escasa para conductores que operen
intensivamente y fuera de los cascos urbanos, pero el tema tecnológico se ha
introducido como una cuña en el mercado y amenaza con partirlo por completo. Noticias
alarmistas y decisiones precipitadas, como las tomadas por el gobierno de las
Baleares, han alterado por completo el panorama de ventas, hundiendo la
venta del diésel y otorgando a la gasolina una preminencia que esconde la falta
de seguridad del comprador ante el futuro, no un afán ecológico. Los modernos
vehículos diésel contaminan menos que los modernos vehículos de gasolina, por
lo que la discusión no está entre uno y otro combustible, sino entre parque
viejo o nuevo. El disparo de ventas de la gasolina en los últimos tiempos ha
permitido que, paradojas de la vida, las emisiones de CO2 del parque automovilístico
español crezca, porque un vehículo de gasolina nuevo emite más CO2 que un diésel
nuevo. En
este sentido es de elogiar el plan renove que ha puesto en marcha el gobierno
vasco. En él se busca la lógica, que es reducir las emisiones, y le da igual
si lo que se compren el usuario sea un gasolina o diésel, mientras sea nuevo y
de emisiones reducidas. Con esta medida se lanzan dos mensajes claros, uno de fomento
de la movilidad ecológica, primando la compra de vehículos sin emisiones o, en la
medida de lo posible, las menores, y otro mensaje de tranquilidad al comprador,
que no se ve en la disyuntiva de optar por uno u otro modelo en función de la arbitrariedad
administrativa. En Baleares el comprador de diésel sabe que su vehículo es más
eficiente y ecológico que el gasolina, pero tiene claro que con la norma que
han aprobado el mercado de segunda mano de su coche queda extinguido, y que el
valor de su compra será cero cuando hayan pasado unos años, y por ello optará
por comprar un gasolina, para proteger su inversión de una medida
administrativa que juega a ir de verde por la vida pero que, en sus primeros
impactos, hará que la emisión media de CO2 del parque balear crezca. Con un
panorama de incertidumbres como este es normal que las ventas se resientan, y
eso, desde luego, genera efectos negativos en una rama de actividad que supone
más o menos el 10% de nuestro PIB, que genera miles de empleos y que es de las
pocas industrias que, como tales, existe en el país.
A
esta tormenta del tipo de motorizaciones se le juntan otros factores que, quizás
ahora mismo no, cada vez más condicionarán el mercado. Al pérdida de estatus
del coche como objeto aspiracional por parte de la juventud, la cada vez más
reducida cohorte de jóvenes que se sacan el carnet, el número creciente de
ellos que retrasan ese proceso, las opciones de renting particulares en vez de
la compra directa, la búsqueda de la movilidad más allá del coche privado…
decenas y decenas de nuevas variables en un sector que se enfrenta a un dilema
tecnológico y de uso sin que aún estén claras las alternativas y respuestas.
Habrá que ver si los meses de verano revierten la tendencia, pero de momento,
pocos cuatro ruedas salen a nuestras calles a estrenarse.
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