El
jueves que viene, a las 12 de la noche, con el cambio de día, comenzará de
manera oficial la campaña electoral de las próximas elecciones generales, las
del domingo 28 de abril. Como afortunadamente no hemos visto ningún acto ni
movimiento por parte de los partidos políticos durante los días pasados y
presentes la campaña se hará corta y no logrará saturar al elector con
soflamas, promesas y discursos huecos. Se esperan interesantes debates y un
cruce de propuestas que resulten interesantes, sensatas y centradas en los
muchos problemas reales que agobian a la sociedad española. La incertidumbre
sobe el resultado es muestra del atractivo de las múltiples ofertas electorales
y redundará en acuerdos entre las fuerzas tras la votación.
Si
ha leído hasta aquí pensará usted que algo de lo que me he tomado el fin de
semana me ha afectado o, simplemente, que le estoy tomando el pelo. Dentro de
mis limitaciones, trataba de ser irónico, para así sobrellevar el escenario que
se nos presenta por delante, de todavía, al menos, tres duras semanas de
campaña por tierra mar y aire, sin descanso ni alivio. Y digo al menos porque el
que en apenas un mes tengan lugar las municipales y gran parte de las
autonómicas nos garantiza un mes más de bombardeo electoral, de griterío
incesante y de agobio subido. Ya lo siento, pero queda bastante para que esto
termine, y no tiene visos de mejorar. ¿Desde cuándo llevamos en campaña? Al
menos, si no antes, desde que triunfó la moción de censura del PSOE, de lo que
se cumplirá un año a finales del mayo que viene. Desde entonces el gobierno de
Sánchez ha utilizado las instituciones y su labor de gobierno como el mejor de
los altavoces posibles para pregonar sus ideales y políticas futuras, que haría
si pudiera y tuviera la mayoría necesaria, sin cortarse mucho a la hora de
distinguir entre qué es institución y qué es partido, qué es labor de gobierno
y qué interés electoral. En frente, el PP, inicialmente desarbolado tras la
pérdida del poder, y parcialmente recompuesto tras la llegada de Casado a la
dirección, ha subido el diapasón día tras día, movilizando una campaña
permanente, con la convocatoria electoral anticipada como bandera y, una vez
conseguida, con la apelación al voto desde el minuto uno, sin respetar tampoco
plazos ni tiempos. Ciudadanos y Podemos, más los primeros que los sometidos a
los designios personales de la pareja Iglesias Montero, también se han
movilizado en una campaña permanente, de tono menos crudo que la del PP, pero
con igual insistencia en sus mensajes y machaqueo constante de lemas y consignas.
En esto la llamada nueva política, si es que alguien cree que eso aún existe,
es demasiado parecida a la vieja. Y qué decir de formaciones como Vox, a los
que por su mera forma de ser les va la marcha castrense, no les gusta el “rompan
filas” y se mantienen perennemente en vanguardia de la propaganda y la soflama.
No son muy distintos a Torra y sus secuaces (de hecho son su reverso nacional,
el mismo síntoma de una idéntica enfermedad identitaria que todo lo corroe). En
fin, entre unos y otros llevamos muchos meses de mítines electorales, que no se
llaman así porque la norma no lo permite, pero que día sí y día también,
especialmente los fines de semana, abren los informativos con unas ruedas de
partido que en nada se diferencian a lo que veremos a partir del viernes, ya de
manera oficial y reglada. Actos de presentación, visitas a agrupaciones,
encuentros ciudadanos, da igual el nombre que se les ponga, son mítines de toda
la vida, quizás con menos jubilados, bocadillos gratis y plazas de toros porque
los medios de las formaciones políticas no están sobrados y si es abundante el
hartazgo de los electores. Sólo los muy convencidos, justo los que no necesitan
que el líder de turno les diga algo para ir a votar a pie juntillas, parecen
ser los que se juntan en estos actos, que si siempre han sido destinados al
goce de los “muy cafeteros” de cada marca, ahora son sin duda reuniones de
fans, poco más.
Esta
campaña, también, tiene pinta de que va a ser más sucia que otras anteriores.
Ya tuvimos los tristes episodios del fanático Torra y sus lacitos amarillos,
violentando la ley y usurpando el espacio público, como todo fanático que se
precie no deja de hacer, y el sábado
tuvimos otro ejemplo similar, en forma de proyección tecnológica, de Podemos contra
el PP, PSOE y Ciudadanos, utilizando un edificio del ayuntamiento de Madrid
como telón en el que proyectar imágenes contra los tres partidos antes
citados. Actos de este tipo demuestran, sobre todo, la debilidad de quienes los
desarrollan, que tienen que recurrir a transgresiones e ilegalidades para
tratar de recuperar una notoriedad que pierden a chorros y corregir unos
sondeos que les dan malas expectativas. La de tonterías que nos quedan por ver.
Ánimo y paciencia nos sean dadas en abundancia, las vamos a necesitar.
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