Semana
curiosa esta, llena de enormes acontecimientos en la aventura espacial. Ha
querido la casualidad que la imagen del agujero negro se haya hecho pública
apenas horas antes de dos misiones espaciales bastante más pedestres, pero de
gran trascendencia. Una de ellas, israelita, buscaba alunizar por primera vez,
convirtiendo a Israel en el cuarto país que ha llegado a la Luna tras EEUU,
URSS (Rusia) y China. La otra era la primera misión comercial del Falcon Heavy,
colocando en órbita geoestacionaria un satélite de comunicaciones saudí, tras
el vuelo demostración de hace unos meses con aquel Tesla Roadster que fue
puesto rumbo a Marte, en uno de los actos publicitarios más caros y
extravagantes de la historia.
El
balance conjunto de ambas misiones es agridulce, porque los israelitas no han
logrado su objetivo y la empresa norteamericana así. La misión más difícil era
la lunar. El objetivo de la sonda Beresheet, que creo que significa génesis,
aunque no estoy seguro, era posarse en la Luna y mantener comunicaciones con la
Tierra durante unas pocas jornadas. Carecía de mecanismos de defensa ante las
temperaturas que se alcanzan en las horas en las que el Sol golpea con fuerza y
el objetivo fundamental era el hecho mismo de poder llegar hasta allí. Era
además una sonda privada, siendo en este caso el primer intento no nacional de
alcanzar el satélite. La retransmisión web en directo del momento de la
llegada, con una sala de control modesta y la presencia del recién reelegido
primer ministro Benjamín Netanyahu entre el público asistente, mostraba una
infografía del proceso de descenso, que debía frenar la velocidad de la sonda
hasta detenerla por completo apenas a unos pocos metros de la superficie lunar,
y de ahí, por la poca gravedad existente, caer ligeramente. Se pudo ver un
selfie hecho por la sonda mientras orbitaba la Luna en el que se veía la
bandera de Israel dorada, y el lema “pequeña nación, grandes sueños”. Poco antes
del momento final empezó a haber problemas de comunicación con la sonda y, a
los pocos minutos, portavoces de la sala confirmaron que, sí,
la sonda había llegado a la luna, pero que se había estrellado en ella. Algún
fallo en el propulsor que debía frenarla en los últimos instantes había hecho
que la velocidad de caída fuera muy superior a la prevista y que, finalmente,
no se había podido evitar un impacto. Es una forma de llegar, sí, pero no la más
adecuada. ¿Ha fracasado la misión? En parte sí, pero al menos ha demostrado la
capacidad de las empresas involucradas en ella de alcanzar muchas de las metas
necesarias para lograr el objetivo, dado que numerosas fases críticas, como el
despegue y todas las trayectorias de inserción orbital y correcciones se han
llevado a la perfección, y esas son también tareas muy complejas y que
requieren un éxito absoluto para que el proceso se mantenga. Un fallo en
cualquiera de ellas hubiera dado al traste con toda la misión. Sin lugar a
dudas se ha aprendido mucho y todos los que han participado en el proyecto
pueden, a pesar del amargo final, sentirse razonablemente orgullosos de lo
logrado. Por
su parte, SpaceX ha conseguido un éxito absoluto. Su Falcon Heavy despegó a
la hora prevista, colocó el satélite en órbita y logró que los tres cuerpos del
cohete fueran recuperados sin problema, dos de ellos de manera simultánea (y
distópica, hipnóticamente si me lo permiten) en la proximidades de la plataforma
de lanzamiento y el central en la barcaza que lo esperaba en el Atlántico. En
el vuelo simulado del año pasado falló el proceso de recuperación de este
tercer cuerpo, por lo que puede decirse que esta vez los chicos de Musk han
realizado un pleno absoluto. Son ya muchas las recuperaciones de propulsores de
Falcon realizadas, convirtiéndose algo que era absolutamente revolucionario en,
cada vez más, una rutina. Esto abarata notablemente sus lanzamientos, hace la
empresa muy competitiva en el mercado espacial y la pone, ahora mismo, a la cabeza
de todas las que, estatales y no, se dedican a este arriesgado pero apasionante
negocio.
Todo
esto se produce en un año muy especial, en el cincuenta aniversario de la
llegada del hombre a la Luna. El próximo 20 de julio, apenas dentro de tres
meses, celebraremos el medio siglo de una de las mayores hazañas de la historia,
que se revaloriza sin cesar con cada misión que realizamos hoy en día con toda
nuestra tecnología puntera. El mérito que tuvieron los que se embarcaron en
semejante proeza, los que en ella trabajaron y el límite al que llegaron, en
medios y tecnología, resulta desde nuestros días casi suicida, pero encierra
una lección de superación tan inmensa que nos debe llenar de espíritu de
superación, y de paso, de ganas de volver a pisar el satélite, y esta vez para
quedarnos en él. Ojalá sea así.
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