El
10 de agosto de 1519 partió del Guadalquivir una expedición de tres barcos,
encabezada por el marineo portugués Fernando de Magallanes, con el objetivo
comercial de llegar a las Molucas en una senda que cruzase el nuevo continente
descubierto por Colón. El fin del viaje era comercial, dado que se intentaba
encontrar una ruta alternativa para conseguir las ansiadas especias que tantos
esfuerzos y dinero movían en aquella Europa, pero se era consciente de que, si
el proyecto funcionaba, se lograría algo tan asombroso como dar la vuelta al mundo,
demostrando que era redondo y que nuestro planeta era una bola que surcaba el
espacio, y que se podía circunnavegar. Tras barcos y unos cientos de navegantes
partieron rumbo al oeste.
Este
sábado, en Sevilla, quinientos años después, se ha celebrado un acto modesto,
casi clandestino, vergonzante e indigno, para conmemorar ese momento histórico
de la partida de Magallanes y su expedición. Uno de los marinos que iba en
aquel mítico viaje se llamaba Juan Sebastián Elcano, y fue el que comandó a los
pocos que, tres años después de su partida, lograron arribar nuevamente a las
costas españolas, tras una odisea de penalidades que son tan inauditas como
repulsivas, y que demuestran hasta qué punto el amor por la aventura y la
codicia puede mover a los corazones humanos. Como
señalaba, el acto conmemorativo ha sido inapropiado, bonito en fondo y forma,
pero carente de relevancia mediática, política y social alguna. Un grupo de
veteranos marineros realizaron un homenaje a aquellos exploradores frente a la
sevillana Torre del oro y posteriormente dio comienzo la singladura de un
velero que va a repetir aquel viaje, pasando por aquellos lugares que vieron
transcurrir la expedición originaria. Al ver un breve de dicha noticia en el
telediario y constatar las pocas páginas que la mayor parte de la prensa ha
dedicado al acontecimiento, me entró una congoja por lo pacatos y estúpidos que
somos los españoles al tratar nuestra propia historia. No se trata de crear
mitos falsos ni ondear banderas más altas que otras, pero gestas como la de
Magallanes o Elcano son únicas, momentos estelares de la humanidad, que diría el
gran Stephan Zweig, que da igual quién los hubiera llevado a cabo, qué nación
se embarcase en ello, nos representan a todos. Se ha comparado muchas veces a
aquellos locos, que se subían a unos baros destartalados, apenas unos
cascarones vistos desde nuestros ojos, con los pioneros que, hace medio siglo,
llegaron a la Luna, y en efecto hay similitudes. Ambas tripulaciones buscaban
lo desconocido, ansiaban llegar a su destino y volver para contarlo, jugaban un
juego que era organizado por sus gobiernos para ganar partidas globales, y
sobre todo sabían que corrían un riesgo vital enorme, que se jugaban el pellejo
en cada paso, maniobra, momento de la travesía. Un error se pagaba con la vida,
y eso lo sabían muy bien los tres astronautas norteamericanos y las pasadas dos
centenas de navegantes. Pero se embarcaron, y lo lograron. Y ayer y hoy su
hazaña es un éxito global que todos celebramos como propio. Fue la bandera norteamericana
la que hoyó la Luna, fue la bandera española la que logró circunnavegar el
mundo por primera vez, pero fuimos nosotros, los humanos, los primeros que lo
logramos, y eso es algo que excede a naciones y tiempos. Por eso, el acontecimiento
cuyo aniversario se celebraba este fin de semana requería algo mucho más
solemne, preciso, detallista y acorde a la magnitud de lo que estamos hablando.
¿Acaso hay un sentimiento de vergüenza por haber sido los primeros? ¿Tenemos
que esconder lo logrado frente a los méritos de los demás? ¿Se imaginan el
fasto con el que, pongamos, hubieran celebrado algo así franceses o británicos,
en caso de haber sido ellos los que hubieran podido dar la vuelta al mundo por
primera vez? No habría espacio suficiente en Reino Unido para crearla plaza de
Trafalgar acorde a semejante gesta, ni columna elevada a tal altura para
encumbrar a Magallanes o Elcano, en caso de llamarse Winston o Jack.
La web oficial del quinto centenario contiene
información interesante sobre la expedición y los actos que se desarrollan para
celebrarla, pero nuevamente ofrece una imagen desangelada, como de decir “bueno,
perdón por ocupar este espacio, pero….” Resulta triste comprobar cómo vivimos
en un país que, como todos los demás, tiene episodios gloriosos, oscuros y
sombríos, en una combinación bastante diversa y entretenida a lo largo del
tiempo de los mismos, pero somos incapaces de disfrutar y festejar los buenos
momentos, mientras que no dejamos de auto flagelarnos con las desgracias que nos
han sucedido en el pasado. Y el resto de naciones, que también tienen de todo,
no dejan de festejar sus éxitos y, en muchos casos, esconden sus vergüenzas sin
disimulo. Eso que hacen me parece falso, lo nuestro es deprimente. ¿No sería
mejor algo intermedio?
No hay comentarios:
Publicar un comentario