A
lo largo de su historia, EEUU ha tenido un problema de fondo sobre la gestión
de la violencia y el uso de las armas para dirimir las disputas y depresiones.
Allí, como en todas partes, hay personas frustradas, enfadadas con la vida,
decepcionadas, traicionadas, o lo que usted quiera pensar del reverso negativo
de la vida, y una de las opciones de que disponen esos sujetos es la de acabar
con sus problemas arma en mano, matando a los que consideran culpables de su
frustración y, en muchas ocasiones, a ellos mismos. El acceso casi ilimitado al
armamento y la comprensión de la violencia como forma intrínseca de ser de los
norteamericanos provoca que los episodios de este tipo, incomprensibles allí,
sean muy frecuentes en esa gran nación.
Este
parece ser el motivo de fondo que explicaría el
ataque perpetrado en Dyton, Ohio, que ha causado diez muertos, incluyendo al
autor, el último de la serie de cientos de episodios tan absurdos como
salvajes. Pero
no es esto lo que se esconde tras la matanza perpetrada en El Paso apenas unas
horas antes, en la que el balance de fallecidos se duplica hasta llegar a
la veintena. Ambos han sido perpetrados por veinteañeros apenas mayores en
longitud y peso que el fusil de asalto que portaban, pero las motivaciones han
sido muy distintas, y si el primer sobrecoge por su horror y dimensión, al
segundo debemos añadir las motivaciones como un nuevo factor de preocupación. Y
es que el ataque de El paso no ha sido fruto de un pirado que odiaba a sus
compañeros de trabajo o de un marido engañado ni nada por el estilo. Ha sido
llevado a cabo por un sujeto imbuido en el mundo del supremacismo blanco, una
ideología nacionalista que se basa en el color de la piel y el origen de las
personas para distinguir entre unas y otras, para como siempre catalogar a unas
de superiores y a otras de inferiores, en este caso fijándose en el color de la
piel y un supuesto origen étnico. Ser vasco, ser blanco, ser hombre, ser hutu, ser
ario, ser seguidor de Ala, …. ser X frente a Y, es lo que define a lo bueno
frente a lo malo, y lo que excusa la eliminación de Y a manos de X. Siempre es
igual, disparatado, absurdo, sin sentido, pero no deja de repetirse a lo largo
de la historia, y en casi todas las naciones que uno estudie. El
autor de la masacre, que se llama Patrick Wood, y que ha resultado detenido,
publico minutos antes de emprender su macabro acto un manifiesto en internet
lleno de basura conspiranoica, odio y desprecio hacia los latinos, a los que
acusaba de estar invadiendo su país, deshacer el paraíso creado por el hombre blanco
en el mundo y sembrar las bases para una degeneración social que él iba a
combatir con sangre y fuego. Confeso admirador del asesino que arrasó varias
mezquitas en Nueva Zelanda hace apenas unos meses, se consideraba un émulo de
sus ideas y formas de actuar, y por eso acudió a un centro comercial de El Paso,
una de las localidades sitas en la frontera con México, donde con más saña está
teniendo lugar el enconado debate sobre la gestión de la inmigración en el país.
Su objetivo era matar hispanos, y se fue a una ciudad donde seguro que iba a
poder matar a más de uno si disparaba sin control. Entró en el establecimiento,
un Wall Mart de esos enormes, donde es imposible no encontrar multitudes en
cada pasillo o zona de compra, y se dedicó a la caza del inocente con todas las
facilidades del mundo. Las cifras de muertos y heridos, enormes, casi parecen
ser contenidas ante la capacidad letal que poseen las armas que portaba Wood y
la indefensión absoluta de sus víctimas, asesinadas por un elemento que se creía
brazo ejecutor de la raza superior. Visto con perspectiva es todo tan absurdo y
cruel que parece inanalizable. ¿Cómo explicar a alguien que ha vivido semejante
experiencia, a víctimas, a familiares de asesinados, que los suyos han muerto
por una mentira demente? ¿Cómo gestionar un duelo causado por un odio ciego,
irracional y que se ampara en unas ideas tan falsas como aberrantes?
Todos
debiéramos reflexionar sobre el auge de estos movimientos terroristas, que
funcionan como el islamismo, pero sustituyéndolo por otro “ismo” que justifique
su locura exterminadora. Y también debiera reflexionar muy seriamente al
respecto el actual inquilino de la Casa Blanca, un Trump que no deja de alentar
en sus discursos un mensaje de odio hacia ciertas partes de su país, hacia
colectivos propios y de otras naciones. Cierto es que sujetos como Wood no
necesitan que alguien como Trump les aliente, y que este terrorismo existe
desde mucho antes de su llegada al poder (piénsese en McVeigh en Oklahoma en
los noventa) pero la irresponsabilidad de las palabras de Trump siembran un
terreno abonado, y magnifican un problema que no deja de crecer día a día en
aquella nación. ¿Será capaz de reflexionar el presidente? Lo dudo.
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