martes, agosto 27, 2019

Inundaciones en Madrid


Cuando ayer les comentaba que caía una tormenta a las ocho de la mañana en Madrid era imposible prever que eso sería el preludio de un día, más bien una tarde, que pasará a los anales de la meteorología local en forma de un tormentón que anegó partes de la ciudad y afectó con saña a localidades cercanas, especialmente Arganda del Rey y otras del sur como Pinto y Valdemoro. El chubasco de la mañana fue duro, intenso, serio, con rayos y granizo por momentos, pero breve, como manda la tradición en estos casos, y pasados unos diez minutos no caía nada del cielo. Charcos abundantes y alcantarillas haciendo gárgaras durante unos instantes, y el olor a tierra mojada, el preticor, durante horas. Ideal

Por la tarde noche la cosa fue bastante distinta. Me quedé un poco por la tarde en la oficina, dado que en agosto no se trabaja a esas horas puedo hacerlo, para seguir la evolución de una gran tormenta que estaba sita al sur de la ciudad. Una formación enorme, oscura y que se movía muy muy despacio, vista desde mi posición, que descargaba con fuerza en lo que luego descubrí eran Pinto y Valdemoro. A unos cuantos kilómetros de donde yo estaba se empezaban a generar problemas serios. Ramales de esa tormenta se extendía a este y oeste. Estos últimos lograron alcanzar las localidades de Alcorcón y Móstoles, donde un compañero de trabajo me informó que estaba granizando con bolas del tamaño de canicas, más o menos como las que cayeron en mi barrio el pasado miércoles. Afortunadamente no tan grande como para causar destrozos pero sí lo suficiente como para asustar mucho y ensordecer. El ramal este de es tormenta se aproximaba hacia el corredor del Henares y la zona de Arganda, una vez que había superado mi barrio. Aproveché ese momento de calma para dejar la oficina y, metro mediante, llegar a casa, donde había llovido en abundancia, pero ya sólo goteaba, con un incesante rumor de truenos en la lejanía. Eran las seis de la tarde y salí a inspeccionar el panorama nuboso, dando un paseo hacia un altillo ajardinado que ahí a un par de kilómetros de mi casa, al borde ya de la M40, que ofrece buenas vistas de la ciudad. En el camino apenas me llovió, pero el rumor de truenos era creciente. Llegué a la atalaya, y Madrid e veía bastante bien, enmarcada en un resol, porque gran parte de la tormenta ya la había abandonado, pero en mi posición empezó a llover racheadamente y detrás de mi el trueno no cesaba. Conseguí parapetarme junto a un árbol y, paraguas en mano, esquivar la mayor parte de la lluvia, en medio de rayos que caían no muy lejos. Poco a poco la lluvia fue a menos y la tormenta se alejó, en lo que sería dirección a Arganda del Rey, por lo que me rozó el monstruo que acabó anegando esa localidad. Desde donde yo estaba era imposible determinar la dimensión e intensidad de la tormenta, de esas nubes negras y enormes que ocupaban toda la vista pero que podían tener mucha o poca profundidad, imposible determinarlo. No muy mojado, emprendí el camino de vuelta a casa porque veía que, por el sur, se acercaba otra tormenta, que con su rumor ya llamaba a la puerta de la ciudad, y consideré que ya había tenido bastante emoción por esa tarde. En el paseo camino a casa apenas fueron trescientos metros los que llovieron con intensidad, pero no sucedió nada remarcable. Llegué a eso de las 20 horas mientras que el rumor de los truenos no cesaba de crecer, y formas caprichosas de las nubes en el cielo adoptaban un aspecto de lo más tenebroso, retorciéndose y dejando asomar protuberancias rugosas dignas de escenas de relatos de Stephen King. Bajé las persianas casi del todo, porque ya la aplicación del radar meteorológico indicaba que se acercaba un chubasco muy potente, y me preparé para estar en el piso esperando. Se hizo de noche poco antes de las nueve menos cuarto, y poco antes de las nueve empezó a descargar el esperado chubasco, sin cesar, sin preludios, sin preavisos.

Cerca de una hora estuvo cayendo una manta de agua que anegó por completo jardines y caminos en mi barrio, pero que no lo inundó porque tiene pendiente, y los ríos de las alcantarillas atascadas acababan cayendo hacia abajo, buscando el alivio en zonas que intuía se inundarían de seguirla cosa así. Casi una hora de rayos constantes, como flashes de periodistas a la llegada de los famosos, que iluminaban sin cesar el cielo golpeándose unos a otros, y rumor incesante de trueno que no eran golpes, sino timbales tocados en masa y desconcierto, en un bramido constante e imparable. Para cuando la intensidad de la tormenta decreció, varios barrios de Madrid estaban inundados, líneas de metro cortadas, carreteras y variantes anegadas, y el caos era el dueño de todo.

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