Desastre,
como poco, es el único término que me viene a la cabeza para calificar todo,
todo lo sucedido en
el culebrón veraniego del Open Arms, una especie de serie emitida en
directo en la que cada día se nos mostraba un nuevo capítulo regado de
incompetencias, mala fe, aprovechamiento, cálculo político, miseria moral, afán
de protagonismo y todo un reguero de males que no parecían cesar, como las
aguas interminables de un Mediterráneo tan pequeño que puede hacerse infinito
para los ojos de quien nada tiene y no sabe nadar. Quizás sean los propios
emigrantes acogidos en el barco los únicos inocentes en esta historia, pero el
resto, donde también estamos nosotros, poco nos podemos salvar. Menudo
espectáculo.
Todo
lo sucedido demuestra hasta qué punto no tenemos una solución de fondo al grave
problema de la migración proveniente de África destino Europa, que no va sino a
ir a más a medida que el desequilibrio demográfico entre las dos regiones sigue
creciendo sin cesar. Libia, el lugar por el que parten la mayor cantidad de
refugiados, no es un país, sino un territorio en disputa por varias bandas
paramilitares que reinan en sus feudos y matan fuera de ellos. En el resto de
naciones de la ribera sur se encuentran estados, como Marruecos, ansiosos de
cobrarnos un precio para impedir que las pateras salgan, actuando como policía
de frontera y manteniendo a todos esos inmigrantes en unas condiciones tan
apestosas y humillantes como invisibles a nuestros ojos, y problema que no se
ve, problema que no existe. A nadie podemos pagar en Libia, y de ahí surge ese
reguero. Los barcos de las ONG acuden al rescate de los náufragos sin apenas
condiciones para poder acogerlos ni mantenerlos el tiempo requerido hasta que
lleguen a tierra, con mucho voluntarismo pero con poquísima capacidad y medios.
Esta crisis ha desbordado por completo la capacidad de un ente privado como
Open Arms, que bien haría en pedir al multimillonario Richard Gere que se hiciera
menos fotos de propaganda y que, si de verdad le importa el tema, soltase
algunos millones de euros (los tiene para aburrir) para organizar mejor las
cosas. Pero han sido los gobiernos europeos los que han dado el espectáculo más
escandaloso, con el subproducto que rige Italia a la cabeza y el tacticismo
electoral que gobierna España detrás. Salvini, el hombre fuerte de la bota, el
ministro del interior al que su primer ministro no osa llevar la contraria, se
ha mostrado como lo que es, un sujeto sin escrúpulos, un racista profesional,
un chulo de barrio y un oportunista que sabe muy bien que el mensaje duro
contra la inmigración le aporta votos. Su actitud da miedo, porque demuestra
que nada le puede frenar, y que sabe muy bien lo que quiere y cómo conseguirlo,
y le da igual lo que tenga que hacer para ello. Si hace falta que se ahoguen
algunos inmigrantes, que se ahoguen, pero donde hoy son inmigrantes mañana
pueden ser ciudadanos de Nápoles o de cualquier otro lugar. Es el principal
villano de esta historia y está encantado con su papel. El gobierno de España
es, digamos, un paria que vive a golpe de sondeo y así actúa. Cuando ganó la
moción de censura Pedro Sánchez sabía que mostrarse compasivo le daba votos, y
trajo a nuestras costas el Aquarius, lo que generó un cierto efecto llamada en
la zona del estrecho. Ahora sabe Sánchez que la llegada de inmigrantes en masa
no da votos, y por eso hizo todo lo posible para demorar la salida del barco de
Open Arms, desentenderse por completo de lo que hacía y, cuando no servía de
nada porque era impracticable, ofrecer un puerto seguro en España a sabiendas
de que no sería aceptado por una tripulación y rescatados en estado de colapso.
La estrategia de Moncloa en toda esta historia ha sido de cinismo absoluto, y
su lago así lo llega a llevar a cabo un gobierno del PP tendríamos
manifestaciones y sentadas en todas las playas denunciando a un ejecutivo facha
y racista.
En
el fondo, los inmigrantes son, para los gobiernos europeos, un marrón de mucho
cuidado. Europa los necesita, porque envejecemos y hace falta remplazo para
trabajar, cotizar y mantener nuestras sociedades, pero el mensaje del miedo al
otro ha calado en amplias capas de la población y se muestra recelosa. La
llegada de inmigrantes quita más votos de los que da, y ese saldo es lo único
que le interesa al político, sea del color que sea, que viste el argumentario
como mejor puede y soborna a la prensa y demás medios amigos para que le
defienda cuando da bandazos incomprensibles. Y todo para sacar un rédito en
esas elecciones que, en todos los países, parece que son ya continuas,
sucesivas, sin parar. Sí, desastre total, se mire por donde se mire.
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