Realmente
poco voy a poder añadir hoy en mi artículo a lo ya expresado, y de manera tan
certera, en piezas como la de Rubén
Amón o Karina
Sáinz Borgo, que argumentan una opinión al respecto de los casos de abusos
de personalidades que comparto plenamente: Ha sido el tenor Plácido Domingo el
último en vivir un episodio de estas características, debido a la acusación de
una mezzo que hace tiempo trabajó con él. Ella, con nombre y apellidos, y otras
mujeres, desde el anonimato absoluto, han lanzado acusaciones de contra el
tenor por conducta inapropiada y acoso sexual, que él ejercía desde el pedestal
de la gloria de su carrera. Inmediatamente han surgido defensores y acusadores
de la figura de Plácido, y el debate el global.
Si
se fijan, no hemos cambiado mucho desde la época medieval, nos encantan las
ejecuciones en la plaza pública y jalear el ajusticiamiento de los reos. No sin
motivo, esa era una de las principales diversiones que organizaban las
autoridades en su tiempo. Hoy en día, en este moderno y tecnológico mundo que
hemos inventado, nos encanta la asepsia y la aparente neutralidad, pero usamos
las redes sociales como mentidero y, realmente, como palangana en la que
evacuar toda nuestra bilis. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que se ha
conocido la noticia de Plácido Domingo hasta que cientos de perfiles lo han
lapidado? ¿Cuántas hipócritas celebraciones se dan en las redes ante la posible
caída de una figura de su pedestal? Esas opiniones tienen tanto valor como la
mía, es decir, ninguna, pero no pueden suponer un juicio ni generar
consecuencias. Para evitar conductas como las medievales, que alentaban en
infundio de unos contra otros para quedarse con sus bienes, se establecieron
sistemas judiciales que buscan escapar de esa condena pública y tratar de
emitir un veredicto lejos del ruido y la furia. La figura de la presunción de
inocencia es un clásico del derecho, y sirve para que todos, usted y yo
también, estemos a salvo de infundios que un tercero pueda lanzar sobre
nosotros con a saber qué fines. Los delitos deben ser demostrado por quienes
acusan y los culpables no lo son hasta que un tribunal lo dictamina, es así de
fácil y sencillo. Las acusaciones lanzadas contra Plácido no son poca cosa, y
más en estos tiempos, pero corresponde a las acusadoras aportar pruebas,
testigos y evidencias que justifiquen esos comportamientos, para en su caso
abrir un proceso judicial que determine ante lo que estamos. Todo lo demás es
ruido, pose, postureo banal e hipócrita de una sociedad que está cada vez más
sometida a un escrutinio público gracias a la transparencia de internet, que
nos ha desnudado en forma y fondo, y que se rige por un falso concepto de lo
políticamente correcto que exterioriza de manera histérica y falaz. Bienvenida sea
la caza de abusadores que en el pasado y hoy en día perpetran sus fechorías, y que
todo el peso de la ley caiga sobre ellos, y que las víctimas sean
reconfortadas, compensadas y comprendidas por aquellos que en su momento no les
ayudaron. Y bienvenido sea el momento en el que las violaciones, los abusos y
demás delitos sexuales, que tienen una enorme gravedad, sean tratados con la
seriedad con la que se deben, y no sean unos meros términos utilizados para
elaborar y ejecutar venganzas labradas desde antaño. Como se cuenta en la
excelente novela de Nathaniel Hawthorne, que menciona Karina en su artículo,
estamos cada vez más rodeados de repartidores de letras escarlatas, de
impresores de las mismas, que en aras de la justicia que ellos proclaman,
dividen el mundo en puros y justos frente a los abominables que deben ser
marcados de por vida y señalados. Lo que ese texto relata es un comportamiento
extremo, pero para nada imposible, que se daba en una pequeña comunidad protestante
integrista de la costa este de EEUU, pero hoy, siglo XXI ya bien avanzado, los policías
la moral proliferan por doquier y reparten letras escarlatas sin cesar, y
disfrutan con ello. Al igual que los medievales frente al ajusticiado.
Tengo
mi opinión personal sobre Plácido Domingo. Creo que es inocente de lo que se le
acusa, y que si cometió errores en el pasado (el que no los haya hecho que tire
la piedra) no fueron ni de la dimensión ni de la talla de lo que se le acusa.
Habrá que determinar finalmente de qué se le acusa y si eso tiene recorrido
judicial o no, y en su caso si eso se traduce en sentencias o no. Pero en todo
caso, pase lo que pase, y como reitero una y mil veces, hay que distinguir el
autor de la obra. Domingo es una figura absoluta, única, en el mundo de la ópera,
y son miles los momentos y testimonios que así lo destacan. Nada puede diluir
esos hechos y creaciones. Nada. Aunque queden impresos con letras marcadas en
sangre de vísceras.
Subo
a Elorrio el fin de semana y me cojo dos días. Si no pasa nada raro, nos leemos
el miércoles 21. Descansen y disfruten
No hay comentarios:
Publicar un comentario