Cierto
es que jugaba en casa, con la comodidad que eso otorga y la sensación de
control que produce. Cierto es que eso le permitía, como anfitrión, manejar la
agenda de la reunión y tratar de modificarla para su beneficio y para el bien
de la cumbre en su conjunto. Y también es cierto que las expectativas con las
que partía el encuentro, muy bajas, se convirtieron en literalmente cero tras
la andanada de tuits de Trump que comenté hace un par de días. Esa nula
esperanza de acuerdo hacía que cualquier posible consenso, el mínimo posible,
fuera visto como un éxito de altísimo nivel. Incluso no ahondar en las
discrepancias pudiera ser un balance aceptable, visto lo visto.
Aprovechando
todas estas bazas, y ejerciendo un papel de liderazgo que claramente le gusta,
Macron ha sido el gran ganador de la cumbre del G7 celebrada este fin de semana
en Biarritz, muy cerca de la frontera española. Las contramanifestaciones han
sido mucho menores y anecdóticas de lo que se anunciaba, y eso ha aumentado aún
más el prestigio del presidente francés, que sale reforzado interna y
externamente del encuentro. Suya fue la idea, días antes del comienzo de la
reunión, de poner parte del foco de la misma en las cuestiones ambientales,
utilizando para ello los pavorosos, pero tristemente habituales, incendios de
la amazonia brasileña, que han acaparado portadas y atención en estos últimos
días, cuando es un desastre medioambiental que se da año tras año y no sólo en
Brasil, sino también en Paraguay y Bolivia. Fijándose en este punto, Macron
contaba con la complicidad de casi el resto de los participantes del encuentro,
y su idea era tratar de acorralar a un Trump al que el medio ambiente le parece
un engorro. En parte lo ha conseguido, haciendo que el encuentro hable del tema
y apruebe un fondo simbólico contra la desforestación y para lucha contra los
incendios que ha desatado las iras del presidente brasileño. Bolsonaro, un
sujeto demagógico y exaltado, tiene un punto de razón cuando habla del
comportamiento pseudocolonialista de los países ricos frente a Brasil, pero
pierde todos sus argumentos cuando se lanza al campo de los insultos
personales, centrados esta vez en la mujer de Macron, Briggitte. La
respuesta del presidente francés ante esos ataques, templada, serena y de
altura, lo ha engrandecido frente al rastrero comportamiento del presidente
brasileño. El otro punto en el que, esta vez del todo, Macron ha dado un
golpe de efecto ha sido la
invitación realizada al ministro de exteriores de Irán para que se pasase por
Biarritz el sábado por la tarde, para tener un encuentro con su homólogo
francés. ¿Buscaba Macron una reunión de los iraníes con la delegación
norteamericana? Probablemente sí, y quizás consciente de que ese era un
objetivo muy elevado, forzó una situación intermedia, en la que un miembro del
régimen de los Ayatolas, apestados para EEUU, se encontraba apenas a unas
habitaciones del lugar del edificio en el que se celebraba la cumbre, lanzando
el mensaje de que es posible abrir una vía de negociación entre las dos partes,
con la presión del resto de países, para restaurar o reconstruir un acuerdo
nuclear que impida a Irán tener la bomba pero que le permita participar en la
economía internacional como cualquier otra nación. Curiosamente, y este es
quizás el aspecto más sorprendente de lo sucedido en la cumbre, Trump ha estado
apaciguado, apenas ha tuiteado y no ha respondido con su habitual soflama
infantiloide ante gestos y posiciones como estas. Por mucho menos el presidente
rubio dispara a diestro y siniestro contra quienes él cree que le toman el pelo
o no le respetan, y en esta ocasión se ha comportado de una manera tan
reservada como responsable. Es todo un misterio, pero buena noticia que así
haya sido.
¿Tendrá
recorrido este movimiento diplomático de Macron? Eso depende ya de los iraníes
y norteamericanos, pero el esfuerzo ha sido realizado, y ha demostrado una gran
audacia por parte de quien lo ha ejecutado. Comentaba hace un par de días en la
comida, en el trabajo, con unos compañeros y amigos que Francia y reino Unido
aún se creen que son los imperios que fueron, y actúan como si realmente
todavía gestionaran el mundo, como sucedió hasta la II Guerra Mundial. Macron
ha demostrado nuevamente sentirse como un líder global, como representante,
desde la francofonía, de un poder que se extiende mucho más allá del que
realmente posee. Y, curiosamente, lo ha hecho muy bien, está por ver si para el
conjunto del planeta, pero desde luego sí para sus intereses personales y para
la figura de la presidencia francesa.
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